sábado, 30 de diciembre de 2017

Too black, Miss Three


¿Puede un animal ser feliz?
No tengo la menor idea. A muchos humanos les gusta pensar que sí, que aquellos que tienen consigo de una u otra forma sí lo son, pero la felicidad es concepto humano en el que ni siquiera nosotros mismos nos ponemos de acuerdo. Basta cambiar no ya de cultura, sino simplemente de barrio, para que cambie el objetivo y la definición.
Por esto, entre otras cosas, no tengo claro que mis buenos deseos puedan expresarse con un "Cumpleaños feliz", pero me apetece usar esta fecha para unas reflexiones de fin de ciclo y, acaso, para presentaros -o traeros a la memoria, porque ya he escrito en otras entradas- a una de mis referencias en esta vida que voy procurando llevar.

Se cumplen 42 años de su nacimiento en Oklahoma. Nunca vivió libre o no, al menos en lo que los humanos entendemos por libertad, puesto que fue alumbrada en la universidad, aún así, adora tomar el sol en exterior. La Señorita Tres domina como ningún otro congénere el lenguaje de signos que le enseñaron unos humanos en su niñez, pero lo que para ella signifiquen esas señales solo podemos intuirlo. ¿Las hace más a menudo porque le gusta lo que simbolizan? ¿Las repite por la aceptación que le suponen? ¿O hay otra ignota razón que la anima a ello? Tatu* no puede contárnoslo, porque pese a su saber y al nuestro, una barrera de incomprensión nos separa a humanos y chimpancés (Pensemos, por ejemplo, que tuvieron que pasar muchas décadas de los pasados siglos para que entendiéramos que aquella contracción facial que les hacía mostrar sus dentaduras no era una sonrisa de satisfacción).

Tatu es para mí un símbolo de las innumerables paradojas de nuestra relación con los animales. Y me refiero ahora, casi exclusivamente, a la relación de quienes decimos amarlos y respetarlos. Tatu es una chimpancé superviviente de aquellos viejos programas de investigación sobre lenguaje de signos que se hicieron en USA y, a diferencia de otros congéneres, por su bien- o lo que creemos que lo sea- nunca será liberada en una isla ni en una reserva, seguramente porque, entre otras cosas, la entrañable "Señorita Tres", es menos chimpancé de lo que debería. Habla como humana, juega con juguetes humanos, se arropa con mantas, se adorna con alhajas, pinturas y máscaras, come con cubiertos y tiene perfectamente claro cuando es Navidad y el Día de Acción de Gracias. A muchos les parece encantador, a mí me aturde cada vez que lo leo.
Tatu tiene algunas palabras favoritas, como "Black", que aunque para muchos humanos simbolice lo negativo o lo malo, ella suele aplicar a cosas que le complacen. ¡Ojala yo pudiera pensar que el negro futuro que nos auguro a ella y a nosotros, significa bien!
Conocer los devenires de Tatu y de su familia de chimpances humanizados significó para mí un antes y un después en el modo de entender la zoología y sus afines. Mis intuiciones se confirmaban o, peor aún, se demostraban escasas y torpes ante lo que  esas historias mostraban. Por mucha dedicación, buena voluntad y estudio que les entreguemos, ni a ellos ni a sus parientes podremos devolverlos a lo que son. Tampoco a otras especies animales a las que, por haberlas considerado más lejanas, hemos menospreciado en nuestros acercamientos. Y no me refiero solo al menosprecio consciente, sino a otro igualmente severo que hemos aplicado desde nuestra pretensión de bien hacer.
La mayoría de los naturalistas que conozco, en directo o a distancia, acaban llevando las cosas al terreno humano. ¿Qué decir entonces de los no científicos, de los amadores amateurs?
Hablamos de empatía más que para ponernos en su lugar, para ponerlos a ellos en el nuestro. Tatu y sus amigos reciben regalos de sus seguidores de todo el mundo: Juguetes, calcetines de golosinas para colgar en la chimenea o en el árbol, caretas, antifaces, gorros y vestidos, tarjetas que nunca leerán... Comen puddings y tartas y hasta pueden ver alguna película. A estas alturas y después de décadas, seguro que son entretenimientos que llenan sus días, pero mi excesivo sentido crítico me hace pensar que igual lo ideal para una chimpance adulta- y como tal intolerante a la lactosa- lo mejor hubiera sido que nadie le ofreciera nunca helados ni queso o que, en lugar de hacerse la cama con mantas amorosamente tejidas por algún donante, Tatu pudiera seleccionar ramas frescas en lo alto de un árbol y hacer con ellas su nido nocturno. Mi reflexión no me impide entender que Tatu y los suyos merecen un retiro decente después de la explotación y el uso que hemos hecho de ellos. Tampoco ignoro que si no fuera por casos como los suyos nunca hubiéramos sabido, yo la primera, cuanto llegan a ser. Pero eso no me impide seguir pensando que no ponemos el límite suficiente a nuestro afan de conocer y adecuar el mundo a nuestras expectativas de humanos.
A fin de cuentas, aunque Tatu no tenga como Wounda un vídeo en youtube donde se ve su cuasi liberación en la selva, tampoco ha tenido un final como Ham, aquel primer chimpancé enviado al espacio siendo poco más que un bebé y que, aunque regresó vivo, padeció todo tipo de incidentes durante su vuelo, incluídas severas descargas eléctricas e inundación de la cápsula al amerizar -Pese a ello, todavía pasarían dos años más antes de que lo "retiraran" del servicio- Ham había nacido en Camerún y murió en un zoo con solo 26 años. Menos suerte aún tuvieron otros viajeros  como Able, Baker o los innumerables Albert que en esta historia espacial han sido. Tampoco diría que podemos considerar afortunados a cuantos viven hoy en Liberia, abandonados después de haber sido manipulados y contagiados para decenas de estudios médicos- Sin ir más lejos, Poor Boy, cumple años también hoy en la isla en que fueron abandonados-A lo sumo, un poco menos desdichados hoy que ayer.
En todos estos casos, el daño se nos hace evidente. La solidaridad, la piedad y la vergüenza nos remueven, pero ¿Somos capaces de entender que la vida que damos a los "afortunados" no es ninguna bendición? ¿Nos planteaaremos seriamente otros modos de hacer? Me cuesta verlo cuando encuentro que los enriquecimientos y delicias que reciben la señorita tres y sus compañeros de residencia son jaleados, replicados, implementados en zoológicos y centros de recuperación no solo para ejemplares humanizados y que podemos entender como "irrecuperables", sino para todo tipo de animales cautivos.
¿Hay algún beneficio real para ella en que una pantera desarme una calabaza en Halloween o en que un orangután sople las velas de su tarta? ¿De verdad tienen los tucanes, loros o leones de las reservas que jugar con piezas de metacrilato? Yo no veo el sentido, pero acaso es eso, mi excesivo sentido crítico.
Por ahora, a falta de respuestas claras, solo me cabe enviarle mis disculpas-las mías. No hablo en nombre de nadie- a esta cuarentona como representante de cuantos son y han sido. Pienso que le debo al menos eso y otra vuelta de tuerca a mis modos.

Lo veo negro, señorita Tatu, demasiado negro, pero igual no es para tanto y en este día está usted celebrando un feliz cumpleaños.

*Tatu significa tres en swahili. Oklahoma Tatu


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