Desde el comienzo de los tiempos, al ser humano le ha
tentado jugar a ser Dios. Memorables, e inquietantes al tiempo, los versos en aquel disco de
Jethro Tull: " And Man became the God that he had created and with his
miracles did rule over all the earth", que
más o menos es "Y el Hombre se hizo el Dios que él mismo había
creado y con sus milagros dominó toda la tierra". Tristemente, deberemos
admitir que para muchos se trata de más que la portada de un
disco. Así que no es de extrañar que,
descubierto el resultado aparentemente favorable a sus intereses, de mezclar
churras con merinas*, el humano se planteara incluso mezclar yeguas con asnos,
leones con tigres y otras muchas vidas que, por supuesto, parecían puestas en
el planeta para su deleite pueril.
En estas reflexiones andaba ayer cuando una amiga me
preguntó con respecto al asunto de los híbridos, destinados a ser mascota. Y es que al surtido tradicional de mixtos de
jilguero y canario, de verderones y otras diminutas "aves de jaula"
(La denominación se las trae, pero eso lo dejaré para otro día) han venido a
sumarse loros y cotorras o los pseudopeluches con apariencia de fieras que
tanto complacen a los más snobs de la gatofilia.
Todos ellos tienen en común varios detalles, pero el
principal es el hecho de que han sido resultado de la decisión humana de
emparejar dos especímenes que en situación normal no lo hubieran hecho. Y lo
digo con toda convicción.
Algún defensor de estas prácticas me dice que en naturaleza
también sucede, pero a su afirmación viene a responder la cruda realidad. No
hay prueba de que dos especies genéticamente bien diferenciadas se crucen
naturalmente ni aún cuando no disponen de congéneres. Así se han extinguido los
bucardos, los guacamayos de Spix, las panteras nebulosas y otras decenas de
especies en los últimos 100 años, sin dejar en el medio silvestre heredero ni
traza alguna.
Es cierto que existe algún caso en que si se han referido mezclas entre seres
sobre los que aún se discute la
catalogación exacta, entre pretendidas especies sobre las que aún se está
dilucidando si se trata solo de subespecies o incluso de variedades
regionales...En cualquier caso, esas pretendidas excepciones ni siquiera se han
perpetuado, lo que demostraría su nula adecuación para la vida natural.
¿Y me preguntas que qué pienso yo? Pues pienso que, a
diferencia de aquel hombre genérico de los Jethro, no veo yo que esto sea
bueno. Pienso, que a las alturas de la ciencia y de la experiencia en que andamos, quedarnos sobrenadando la
superficialidad de la apariencia es cuando menos frívolo y una frivolidad que
quienes nos decimos preocupados por el
planeta no deberíamos permitirnos. Eso pienso.
Alguno, intenta argumentar que además el resultante es más
resistente, supongo que algo han leído sobre el llamado "vigor
híbrido"(la heterosis aplicada en ganadería y que plantea sortear por la
vía de las nuevas mezcla los problemas de la excesiva consanguinidad). Pero
estamos ahí en el intento, a menudo fallido, de desandar lo andado.
Después de fomentar la endogamia para asegurar los
homocigotos (es decir, los individuos purísimos en cuanto a la línea comercial
pretendida) empiezan los problemas. Con ese color extraordinario, con esa
silueta estilizada o con ese pelaje sorprendente, han venido también
inconvenientes que el ilustrado de turno ha intentado sortear. Pues como digo,
de esas prácticas ganaderas, han derivado éstas.
Lo que los hibridadores ignoran-unos porque quieren o porque
les es más llevadero y otros porque de verdad no han accedido a más
información-es que la heterosis puede favorecer también a los genes no
deseados, que los híbridos hereden taras
de ambos progenitores, taras que a veces
no aparentan serlo. Me detendré sobre esto en otro momento para no perder el
hilo, que ya me disperso demasiado.
No voy a discutir que visualmente algunos de esos pobres
engendros tienen cualidades estéticas. Sin ir más lejos, en estos días está
alojado en casa un joven guacamayo
resultante de uno de esos experimentos creativos. Y es mirándolo, manejándolo
cada día, cuando me reafirmo aún más en mi percepción y en mi idea. Ese
espécimen no es ni uno ni otro, tiene vocalizaciones y signos de lenguaje
corporal ambiguos, que otros especímenes no acaban de entender y en los que yo
descubro a sus parentales sin encontrar a ninguno de ambos. Además, presenta
actitudes derivadas de su crianza entre humanos, pues aprendió con ellos
buena porción de su estar actual. Me
inspira más piedad que admiración, lo confieso. Pero él y sus sucesivos
hermanos y primos encuentran y encontrarán acomodo en un mercado donde prima el
snobismo. Tener no es suficiente, tengamos lo raro.
También están quienes plantean que el ejemplar así obtenido
puede ser más dócil -Quiere decirse más manipulable, más usable para nuestros
fines de humanos abusadores de cuanto la naturaleza pone a nuestro alcance- ¿Pretenden
así convencerme de la oportunidad de tal práctica? Pues no lo consiguen, la verdad.
Hoy que vamos sabiendo ya cuánto de oculto pueden guardar
los genes respecto a conducta y a otros rasgos intangibles ¿Podemos limitarnos
a mirar el mejor o peor aspecto de un ser vivo como contemplamos un Miró?
¿Podemos ignorar que los siglos de evolución que han llevado a la naturaleza a
generar y conservar determinada especie separada de otra con la que
coexiste tengan algún sentido?
Ya se ha apreciado en experiencias que iban encaminadas a
otros fines, como los híbridos tienen patrones vocales distintos de sus
parentales, como los rituales de cortejo son incompletos o confusos, cómo algunas pautas de conducta innata
se diluyen con la mezcla. ¿Podemos tener la certeza de que no se perderá esa
llamemos cultura genética?
Yo no niego que la imagen de un bengala resulta sugerente. Pero
¿No lo es también un gato común sano, limpio y activo? ¿No lo son las otras
decenas de pequeños félidos, por cierto muy seriamente amenazados por nuestro
mal hacer? ¿Es necesario que el ave que aletea en mi salón no sea ni una ninfa
ni una cacatúa, para satisfacer mi deseo de algo especial?
Llegamos entonces a otro de los argumentos. Yo no lo busqué,
pero como estaban juntos acabaron criando. Mejor eso que nada. ¿Mejor con
relación a qué? Podemos escandalizarnos con el vídeo del indiecito de youtube
que desvirga a las gallinas de su abuela pero nos parece absolutamente sensato
ese "A falta de pan..." Pues continúo sin entenderlo. Continúo sin
saber qué mecanismo mental nos hace concluir que unas aberraciones son menos
malas que otras, excepto acaso, la triste realidad de que ninguna nos parece
mala o buena, sino acomodada o no al momento de valorarla.
¿Cómo podemos presumir de buen hacer preocupándonos por las
complicaciones de conducta de los ejemplares genéticamente puros que criamos
artificialmente y pasar por alto las complicaciones conductuales que atravesará
un espécimen que no disponga de modelos? Sabemos que en otro tipo de híbridos
es significativo qué especie sea el macho y cual la hembra (hasta en los ya
antiquísimos mulos y burdéganos) ¿Nos hemos preocupado de ello a la hora de
jugar a colorines y formas con nuestras mascotas? ¿Cómo volveremos atrás sobre
nuestros pasos si descubrimos que este camino lleva a mal fin?
¿Por qué mientras se
insiste en preservar razas ganaderas-logradas artificialmente-algunos se
empeñan en generar nuevas especies sin respetar las existentes? ¿Por qué el
argumento que usamos para hacer valer tradiciones cercanas a la barbarie, como
la tan traída y llevada cuestión de los toros de lidia, por ejemplo, no nos
hace parar esta otra destrucción? Es sencillo, no estamos siendo conscientes de
esa falta de respeto. Nuestra visión antropocéntrica del mundo nos permite
escandalizarnos sólo por aquello que en
este análisis superficial nos ha resultado importante, sin profundizar
más allá ni permitir que un titubeo ecológico nos malogre una buena jugada.
Sentimos que lo que no hemos considerado carece de importancia y si llegamos a
caer en la cuenta de que la tiene, ya encontraremos argumentos y excusas para
quitársela y no permitirnos desvelos por algo tan simple. ¡Pues anda que no hay
problemas por los que agobiarse en este mundo!
* En cuanto a la mezcla de churras y merinas, se trata de un juego de palabras. Tengo claro que se trataría de un mestizaje entre dos razas de la misma especie, las ovejas (Ovis orientalis)