miércoles, 26 de marzo de 2014

Escuchando a Jethro Tull


Desde el comienzo de los tiempos, al ser humano le ha tentado jugar a ser Dios. Memorables, e inquietantes  al tiempo, los versos en aquel disco de Jethro Tull: " And Man became the God that he had created and with his miracles did rule over all the earth", que  más o menos es "Y el Hombre se hizo el Dios que él mismo había creado y con sus milagros dominó toda la tierra". Tristemente, deberemos admitir  que para muchos  se trata de más que la portada de un disco.  Así que no es de extrañar que, descubierto el resultado aparentemente favorable a sus intereses, de mezclar churras con merinas*, el humano se planteara incluso mezclar yeguas con asnos, leones con tigres y otras muchas vidas que, por supuesto, parecían puestas en el planeta para su deleite pueril.

En estas reflexiones andaba ayer cuando una amiga me preguntó con respecto al asunto de los híbridos, destinados a ser mascota.  Y es que al surtido tradicional de mixtos de jilguero y canario, de verderones y otras diminutas "aves de jaula" (La denominación se las trae, pero eso lo dejaré para otro día) han venido a sumarse loros y cotorras o los pseudopeluches con apariencia de fieras que tanto complacen a los más snobs de la gatofilia.

Todos ellos tienen en común varios detalles, pero el principal es el hecho de que han sido resultado de la decisión humana de emparejar dos especímenes que en situación normal no lo hubieran hecho. Y lo digo con toda convicción.

Algún defensor de estas prácticas me dice que en naturaleza también sucede, pero a su afirmación viene a responder la cruda realidad. No hay prueba de que dos especies genéticamente bien diferenciadas se crucen naturalmente ni aún cuando no disponen de congéneres. Así se han extinguido los bucardos, los guacamayos de Spix, las panteras nebulosas y otras decenas de especies en los últimos 100 años, sin dejar en el medio silvestre heredero ni traza alguna.

Es cierto que existe algún caso  en que si se han referido mezclas entre seres sobre  los que aún se discute la catalogación exacta, entre pretendidas especies sobre las que aún se está dilucidando si se trata solo de subespecies o incluso de variedades regionales...En cualquier caso, esas pretendidas excepciones ni siquiera se han perpetuado, lo que demostraría su nula adecuación para la vida natural.

¿Y me preguntas que qué pienso yo? Pues pienso que, a diferencia de aquel hombre genérico de los Jethro, no veo yo que esto sea bueno. Pienso, que a las alturas de la ciencia y de la experiencia  en que andamos, quedarnos sobrenadando la superficialidad de la apariencia es cuando menos frívolo y una frivolidad que quienes nos decimos  preocupados por el planeta no deberíamos permitirnos. Eso pienso.

Alguno, intenta argumentar que además el resultante es más resistente, supongo que algo han leído sobre el llamado "vigor híbrido"(la heterosis aplicada en ganadería y que plantea sortear por la vía de las nuevas mezcla los problemas de la excesiva consanguinidad). Pero estamos ahí en el intento, a menudo fallido, de desandar lo andado.
Después de fomentar la endogamia para asegurar los homocigotos (es decir, los individuos purísimos en cuanto a la línea comercial pretendida) empiezan los problemas. Con ese color extraordinario, con esa silueta estilizada o con ese pelaje sorprendente, han venido también inconvenientes que el ilustrado de turno ha intentado sortear. Pues como digo, de esas prácticas ganaderas, han derivado éstas.

Lo que los hibridadores ignoran-unos porque quieren o porque les es más llevadero y otros porque de verdad no han accedido a más información-es que la heterosis puede favorecer también a los genes no deseados,  que los híbridos hereden taras de ambos progenitores,  taras que a veces no aparentan serlo. Me detendré sobre esto en otro momento para no perder el hilo, que ya me disperso demasiado.

No voy a discutir que visualmente algunos de esos pobres engendros tienen cualidades estéticas. Sin ir más lejos, en estos días está alojado en casa  un joven guacamayo resultante de uno de esos experimentos creativos. Y es mirándolo, manejándolo cada día, cuando me reafirmo aún más en mi percepción y en mi idea. Ese espécimen no es ni uno ni otro, tiene vocalizaciones y signos de lenguaje corporal ambiguos, que otros especímenes no acaban de entender y en los que yo descubro a sus parentales sin encontrar a ninguno de ambos. Además, presenta actitudes derivadas de su crianza entre humanos, pues aprendió con ellos buena  porción de su estar actual. Me inspira más piedad que admiración, lo confieso. Pero él y sus sucesivos hermanos y primos encuentran y encontrarán acomodo en un mercado donde prima el snobismo. Tener no es suficiente, tengamos lo raro.

También están quienes plantean que el ejemplar así obtenido puede ser más dócil -Quiere decirse más manipulable, más usable para nuestros fines de humanos abusadores de cuanto la naturaleza pone a nuestro alcance- ¿Pretenden así convencerme de la oportunidad de tal práctica? Pues no lo consiguen,  la verdad.
Hoy que vamos sabiendo ya cuánto de oculto pueden guardar los genes respecto a conducta y a otros rasgos intangibles ¿Podemos limitarnos a mirar el mejor o peor aspecto de un ser vivo como contemplamos un Miró? ¿Podemos ignorar que los siglos de evolución que han llevado a la naturaleza a generar y conservar determinada especie separada de otra con la que coexiste  tengan algún sentido?

Ya se ha apreciado en experiencias que iban encaminadas a otros fines, como los híbridos tienen patrones vocales distintos de sus parentales, como los rituales de cortejo son incompletos o  confusos, cómo algunas pautas de conducta innata se diluyen con la mezcla. ¿Podemos tener la certeza de que no se perderá esa llamemos cultura genética?

Yo no niego que la imagen de un bengala resulta sugerente. Pero ¿No lo es también un gato común sano, limpio y activo? ¿No lo son las otras decenas de pequeños félidos, por cierto muy seriamente amenazados por nuestro mal hacer? ¿Es necesario que el ave que aletea en mi salón no sea ni una ninfa ni una cacatúa, para satisfacer mi deseo de algo especial?

Llegamos entonces a otro de los argumentos. Yo no lo busqué, pero como estaban juntos acabaron criando. Mejor eso que nada. ¿Mejor con relación a qué? Podemos escandalizarnos con el vídeo del indiecito de youtube que desvirga a las gallinas de su abuela pero nos parece absolutamente sensato ese "A falta de pan..." Pues continúo sin entenderlo. Continúo sin saber qué mecanismo mental nos hace concluir que unas aberraciones son menos malas que otras, excepto acaso, la triste realidad de que ninguna nos parece mala o buena, sino acomodada o no al momento de valorarla.

¿Cómo podemos presumir de buen hacer preocupándonos por las complicaciones de conducta de los ejemplares genéticamente puros que criamos artificialmente y pasar por alto las complicaciones conductuales que atravesará un espécimen que no disponga de modelos? Sabemos que en otro tipo de híbridos es significativo qué especie sea el macho y cual la hembra (hasta en los ya antiquísimos mulos y burdéganos) ¿Nos hemos preocupado de ello a la hora de jugar a colorines y formas con nuestras mascotas? ¿Cómo volveremos atrás sobre nuestros pasos si descubrimos que este camino lleva a mal fin?

¿Por qué mientras se  insiste en preservar razas ganaderas-logradas artificialmente-algunos se empeñan en generar nuevas especies sin respetar las existentes? ¿Por qué el argumento que usamos para hacer valer tradiciones cercanas a la barbarie, como la tan traída y llevada cuestión de los toros de lidia, por ejemplo, no nos hace parar esta otra destrucción? Es sencillo, no estamos siendo conscientes de esa falta de respeto. Nuestra visión antropocéntrica del mundo nos permite escandalizarnos sólo por aquello que en  este análisis superficial nos ha resultado importante, sin profundizar más allá ni permitir que un titubeo ecológico nos malogre una buena jugada. Sentimos que lo que no hemos considerado carece de importancia y si llegamos a caer en la cuenta de que la tiene, ya encontraremos argumentos y excusas para quitársela y no permitirnos desvelos por algo tan simple. ¡Pues anda que no hay problemas por los que agobiarse en este mundo!

* En cuanto a la mezcla de churras y merinas, se trata de un juego de palabras. Tengo claro que se trataría de un mestizaje entre dos razas de la misma especie, las ovejas (Ovis orientalis)







viernes, 21 de marzo de 2014

ANA ESTÁ DE VUELTA

Parece ser que a Ana le está costando demasiado adaptarse a su vida de guacamaya libre y asilvestrada. Ana es una hembra joven que, contradiciendo la ilusoria visión de muchos humanos poco o mal informados, no solo no se regodea por las selvas costarricenses, sino que encuentra problemas para desenvolverse en ellas.

Ana es sólo una más de los jóvenes guacamayos ambigua que forman parte del programa de reintroducción del Proyecto Ara, guacamayos con los que se está trabajando concienzudamente, planeando su integración en una bandada, guiando para la vida libre en los que nunca debieron dejar de ser sus territorios... Pero Ana, por alguna razón, no se conduce en el modo esperado, no bebe lo suficiente, no se alimenta bien y acaba necesitando nuevos re-rescates y nuevas re-rehabilitaciones... Yo le deseo toda la suerte del mundo, porque, egoístamente, me la deseo a mi misma y espero que, con estos y otros esfuerzos, las lapas verdes sigan tiñendo los cielos de Punta Islita para las generaciones futuras, aunque yo solo pueda verlos en fotos.

Y, sin embargo, el hecho me lleva a plantearme numerosas dudas y algunas certezas...Si un ave como Ana, teóricamente preparada, no solo no es capaz de integrarse, sino que tampoco lo es de buscar regreso al lugar en que disponía de agua, comida y cuidado, si está a punto de perecer¿Cómo no iban a estarlo la inmensa mayoría de los loros europeizados en territorios aún menos aptos para ellos?¿Cómo somos tan osados de imaginar que nuestros loros, criados y manipulados en hogares urbanos, disfrutan de que los saquemos a exterior o los volemos por el solo hecho de tener alas? ¿No estaremos confundiendo con hechos nuestros deseos? ¿No estaremos una vez más malinterpretándolos cuando los suponemos "más felices"? No tengo respuesta para ello, pero la experiencia- malinterpretada acaso- me ha hecho entender que no todos los loros que vuelan son felices, ni siquiera los que tienen ocasión de hacerlo en los que siempre debieron ser sus espacios. En cuanto los humanos metemos la mano, por bienintencionada que ésta sea, empieza a fallar esa felicidad genérica...O igual es que como papagayos, no tienen el concepto de felicidad que queremos imaginarles, no en vano son extremadamente inteligentes.

Se me podría decir que Ana es la excepción, pero resulta que no, que ni es el único ejemplar mal orientado ni siquiera el más tonto-Entendiendo tonto, una vez más, a la manera humana-La tonta Ana tiene parientes en diversos proyectos de recuperación y otros que nunca estuvieron al alcance directo de humanos, que también sufren percances tontos.

Mis dudas me llevan a otros derroteros ¿Podemos realmente hacer algo por deshacer lo que hemos estado mal haciendo durante siglos y décadas o estamos como Ana condenados a sucesivos fracasos? ¿Tiene vuelta atrás esta mierda de planeta que tenemos entre zarpas? Si esto, sobre la superficie y a la vista, no somos capaces de enmendarlo del todo ¿Cómo suponer que no nos pasarán facturas las prospecciones, las fracturas y otras variadas ocurrencias cuyos percances sucederán en el subsuelo?... pero por ahí descarrilaría en otros asuntos. Quizá en otra entrada, quizá.

Hoy sigo hablando de Ana, mi tocaya, mi desgraciada tocaya que, como cantaba Facundo Cabral no es acá ni de allá, que tiene edad, más muy dudoso porvenir, aunque yo quiera animarme a pensar que quizá a la tercera lo consiga. Mantendré cruzados mis dedos mientras releo lo escrito y aguardo noticias.

¡Buena suerte, Ana! Por tí y por todos nosotros. Por la lejana, lejanísima esperanza de que mis dudas y mis pretendidas certidumbres encuentren un buen camino.