martes, 6 de noviembre de 2018

Haciendo el oso

   

     Conocer un poco sobre fauna y etología impide ciertos disfrutes, me quita ingenuidad para contemplar asuntos que, me consta, conmueven a buenas gentes a mi alrededor en un modo distinto del mío. Hace décadas que no puedo ver un zoológico como lo ven mis parientes, que no veo las películas de animales con los ojos de niña y que, por supuesto, no percibo los vídeos de internet como las gentes que me los hacen llegar...

     Valga este preámbulo para contar que hace horas, por distintas vías, me llegó el "viral" de una osa y su osezno con un mensaje relativo al espíritu de superación. Como lo positivo es buen desayuno, me apresté a verlo, para colmo, los osos se cuentan entre mis debilidades personales desde que mis hermanos empezaron a conocerme por "Osa" y me animé a indagar sobre ellos (sobre los osos, quiero decir) . Antes de mi comentario, aunque me sabe mal sumarle visitas a este tipo de ocurrentes, dejo el enlace al tal vídeo para que pueda saberse de qué va mi comentario.

https://www.facebook.com/NTDLifeOfficial/videos/193833631507911/
   
     No pude llegar al final sin sentir una profunda indignación que, seguro deja boquiabierto a más de uno de los que me lean, pero mis ojos, antes de la superación, antes del positivismo de "personal coaching" a que tanto nos vamos rindiendo, ven la sombra de un dron sobre la nieve, ven el espanto de esa madre viéndose forzada a huir sobre una masa insegura para ella y su cría, una madre que no se arriesga a pisar más abajo en rescate de su pequeño porque su peso no se lo permitiría-¿O es que creen que es imbécil y por eso no baja a recoger al osezno?- una madre osa que, en el afán de ahuyentar el acoso, lanza la pata y desequilibra de nuevo a su cachorro, que no puede correr a recogerlo pero sigue esperándolo y recorriendo la cornisa en la dirección en que la cría va viéndose desplazada por sus sucesivas caídas hasta que, por fin, se reencuentran y corren hacia los árboles. El filmador, no sé si por completa ignorancia o por afan de lograr el galardón del año, continúa haciendo pasar el artefacto sobre los animales, prefiero pensar que sin conciencia de ser quien, en última instancia, complica la situación...

     En un último plano antes del final, la hembra vuelve la cara hacia atrás. Si yo fuera ella, habría dicho algo así como ¡Ya te vale, imbécil! Pero no soy osa y no acabo de saber qué pasará por su cabeza, probablemente se asegura de que el osezno la sigue.

     Por supuesto que la subida a las redes y la viralización no son resulado de visiones como la mía, sino, muy al contrario, como era de esperar, por el mensaje humanizante del tipo "Este pequeño luchador que no se rinde" y comentarios sucesivos al respecto.

Parodiando a las propias redes, cada vez que alguien escribe "cuanto tienen que enseññarnos los animales", muere un gatito en algún lugar del planeta. Sí, podríamos aprender mucho de ellos. De todas y cada una de las especies, pero para aprender hay que partir de un deseo de ello y, especialmente, de una ausencia de contaminaciones que no nos lleve a atribuciones gratuitas y para eso, faltan muchas jornadas y sobran muchos estereotipos. Mientras tanto, solo cabe aderezar el caldo con algunas dosis de sentido crítico y esperar que cunda lo suficiente.

viernes, 12 de octubre de 2018

AGUA

     El agua gana siempre, me decía el abuelo mirando hacia el torrente que aparecía seco en aquellos días. No importa lo que ves ahora, el agua está en alguna parte y busca su camino, si lo interrumpes, te engañarás.El agua vuelve.

     Aquella sentencia parecía una de esas frases lapidarias que se ven en los cuentos, pero poco más. El cauce reseco desde meses, con algunos matojos asomados a su orilla, simulaba desmentir las creencias del viejo.

     Muchos años después, adulta ya, tuve tiempo de andar aquellas tierras y de  recordar las palabras del abuelo.
   -Esto no puede hacerse así-dije- Habrá que hacer primero conducciones para aliviar del agua que bajará del monte
   - Estás loca ¿Tú sabes lo que vale eso?¿El sobrecoste? No podemos entregar otro contradictorio más. Nos van a fundir. Y aquí no ha corrido el agua desde hace décadas.

   Por razones ajenas a nosotros, aquel proyecto no se ejecutó finalmente. Un par de años más tarde, cuando la obra hubiera estado en uso de haberse realizado, las noticias sobre una gota fría que bla bla bla, me atragantaron la cena y le dieron la razón al abuelo. Las imágenes de televisión mostraban el torrente completamente desbordado justo en el punto en que él y yo estuviéramos charlando tanto tiempo atrás. Hasta me parecía verlo, con su rostro enjuto y su cigarrillo de medio lado, guiñándome un ojo.

     No todos los humanos tienen un abuelo sabio como era el mío y de entre quienes pueden tenerlo, muchos deciden no escucharlo -Cosas de viejos- Así que casi siempre nos creemos más listos y más poderosos y cambiamos las rutas de las aguas con sesudas obras de ingeniería que tienen bastante poco asiento en los principios naturales, en la física de los primeros años de estudio y demasiado de prepotencia y de interés espurio. Aquellos esquemitas de la escuela, aquellos recitados sobre cárcavas, barrancos y torrentes, se quedan aparcados mientras proyectamos desvíos, excavaciones, cambios de uso de los terrenos y otras decenas de maravillas del saber moderno. Pero el agua gana, gana siempre.
Porque el agua, también nos lo enseñaban en la escuela, tiene un ciclo continuo en el planeta y en una forma u otra, regresa al origen para volver a iniciar su ciclo y unos cuantos hombrecillos ocurrentes no pueden torcer eso sin consecuencias.

     Y si los hombrecillos ocurrentes hacen confluir los cauces torciéndoles el rumbo a los torrentes y rieras, gana el agua que cae más pronto o más tarde desde alguna parte. Gana el agua y perdemos todos, aunque solo a algunos llegue a costarles la vida nuestro aprendizaje.

domingo, 6 de mayo de 2018

Altruismo, ideología, merchandishing y todo lo demás.

   


   Llevo demasiado tiempo entre animales y humanos como para tener una visión simplista de estas relaciones. En parte por ello nació este blog y también, quizá por ello, muchas veces evito los escritos de primer impulso, intento madurarlos, pero no siempre consigo los matices que merecerían.
La entrada de hoy, sin ir más lejos, llevaba meses en forma de borradores varios, pero como algunas otras veces, sucedió algo que me ha impulsado a terminar definitivamente  el texto y subirlo.

     Siempre me ha asustado el radicalismo irracional  y son tantos los que a base de batirse contra el maltrato animal acaban maltratando congéneres, tantos los que practican maltratos diferentes de los reconocidos, que  me ha sido casi imposible adherirme a asociaciones o partidos de los llamados verdes, ecologistas, animalistas -No confundo unos con otros, no mezclo, enumero variedades que entrarían dentro de este área de mis preocupaciones-.
A poco que rasco, descubro un tufo sectario que tizna el posible brillo, la limpieza de que pretenden revestirse los portavoces de “la causa”. Me desazona que en el afán de agitar la bandera de la ética, de la moral y del bien hacer, se dejen perder elementos a mi juicio tan imprescindibles como lo son el sentido común y los datos científicos.

     ¿Es posible una actitud ética desconociendo en profundidad unos hechos u ocultando aquellos que no nos cuadran? ¿Puede un activo defensor de los seres vivos ser para ello agresor de otros seres vivos? No es inusual leer la expresión "especista" para denostar a quien da prioridad a un tipo de animal sobre otro. Veamos ¿No son especies los vegetales? ¿No merecen respeto? ¿Y los seres humanos? ¿No es especista dar prevalencia a otro animal sobre ellos como lo será a la inversa? El tan bello como falaz argumento de que “los otros no pueden defenderse” me lo sé. Voy  a imaginar que lo aceptase. Entonces ¿Serán precisamente sus pretendidos defensores los llamados a hacerlo por no se sabe qué fuerza suprema? E incluso asumiendo ese  mandato, ¿Se les llamó a hacerlo en la forma en que lo hacen? ¿Quién ha otorgado tal estatus? Temo que solo el egocentrismo mal encubierto, sea consciente o inconsciente, según cada caso.

     A mi modo de ver, tendríamos que intentar la no agresión, más exactamente el equilibrio inestable, pero equilibrio a fin de cuentas. Cualquier animalista o ecologista de pro se podrá  manifestar contra los daños en la selva amazónica o contra las centrales térmicas, pero es mucho menos claro si esos mismos activistas sabrán entender hasta qué punto muchos de sus propios actos malogran el objetivo final. Antes de erigirnos en activos combatientes contra alguien o algo puntual ¿No deberíamos saber un poco sobre  hechos que se concatenan cuando intervenimos en un único punto de este complejísimo castillo de naipes?  Si me empeño en sujetar el tres de picas de la segunda fila para que no caiga, es posible que cargue más peso en la carta contigua o que roce la inferior, o cualquier otro evento aparentemente mínimo que desmorone el conjunto. Me quedaré con mi naipe en la mano y con cara de imbécil mientras todo cae ¿Somos capaces de verlo sin alejarnos un poco de la mesa y tomar una visión del total?.  Imaginemos ahora cuando la visión de conjunto  deba incluir además el no meter en un mismo saco a todos posibles jugadores de tantos posibles castillos...

     Hace un par de días leía un coqueto cartel en el que alguien llamaba a los jardineros a aparcar sus labores en primavera porque las aves están en periodo de cría - ¡Pobres pajarillos!¿Verdad?-.  Parece sencillo y consigue numerosos adeptos en un momento...No soy demasiado devota retocar lo que no sea imprescindible en un jardín, pero ¿Y si fuera necesario? ¿No merece la planta ser atendida en el momento más oportuno para ella, en el que mejores resultados vaya a ofrecerle la acción? ¿Y qué ocurre si ese momento es la primavera?  Quizá era más apropiado decir a los jardineros que lleven cuidado y que si encuentran un nido, lo sorteen y no intervengan, pero como eslogan es largo y complejo, así que nos quedamos con el otro que además se presta a dibujitos. No es un caso grave, los hay bastante peores, pero el resumen es siempre sencillo, la ocurrencia de uno que pasaba por allí.

   Acaso los mismos que, abogando por cuidar y respetar las poblaciones de gatos callejeros, propugnan colocar a los que tengan dueño collares y artilugios sonoros que les impidan cazar. Porque, como todo el mundo sabe, obligar a un gato a llevar un collar de colorines no es faltarle al respeto si el collar es cuqui y lo promueve la asociación X. De otras prácticas de tenencia responsable, ya tal.

     Añadiendo colores al mosaico, por si era poco complejo, se manifiestan también los cazadores que, pobres de ellos, se sienten agredidos por los decires del otro bando. Ignoran que "el otro bando" son a su vez tantos bandos como como pseudoprofetas caben y que, a poco que los dejen, acabarán cazándose entre ellos para defender sus propios modelos de "no caza"...

     Todos los actores de un lado y de otro no son lo mismo,  todas las causas no son igualmente fundamentadas, ni eficaces, ni altruistas, ni todos los modos de defenderlas sirven lo mismo. Cuando se da prioridad al retrato sobre los hechos, o cuando importa más sacar a alguien de una foto que el acto que se va a retratar, me resulta harto cuestionable la idoneidad del movimiento. Y con respecto a quienes son apartados, inquieta descubrir cuan a menudo se trata de voces críticas que llamaron a la duda o la reflexión. En el integrismo no caben dudas, pero nadie que defienda a los seres vivos con honestidad puede creer que ya está todo dicho para siempre, como labrado en piedra. El dogma y la tolerancia maridan mal, de la reflexión ya ni hablemos.

     Aún peor es basar desde su propio origen un movimiento en falacias. Construir un modelo de pseudorealidad -Posverdad han dado en llamarlo últimamente- y contarlo al resto para pelear entonces contra ese imaginario, pero también contra la realidad auténtica que nos persigue, que se empeña en perseguirnos y desmontarnos. De todos estos modos de hacer se abastecen y se han abastecido demasiados movimientos triunfantes en las redes sociales y de todos ellos siento tanta distancia como del maltrato directo.

     Y como remate de temporada, para mi perplejidad, un personaje de estos mundos ecocircenses (Me cuesta más de lo que imagináis asumir que este es el calificativo que cuadra, pero temo que así sea) se dirige a mí después de décadas, con nueva cuenta y nueva causa: Desmontar las mentiras de la organización A y de las propias autoridades CITES respecto a las últimas normas de protección de especies. He visto replicado su mensaje en diferentes ámbitos y temo que tiene un poso de verdad. Hay muchos intereses ajenos al cuidado del planeta en cada apartado del Convenio de Washington y aún más en buen número de ONGs, pero lo que muchos de los difusores de la “denuncia” ignoran es que quien la propala tiene pleitos pendientes con la organización de la que habla y que la nueva norma va  a complicarle o a desmontar parte de un jugoso negocio, ignoran también que es una de las pocas personas conocidas, y bien conocidas, que han pagado con cárcel asuntos relacionados con el tráfico de fauna. Contados estos detalles, parece menos altruista y menos desinteresada la denuncia, por verdad que pueda contener. Toca escarbar y pensar antes de correr a picar el “compartir” de turno y eso hago, no sin sentir el amargo regusto de saber que puede tener verdad, aunque lo diga él.

     Este es el penoso panorama, este el paisaje por el que triscan, vuelan, nadan o vegetan nuestros pobres vecinos de planeta, los que no hablan nuestros idiomas articulados, aunque lleven diciéndonos a voces desde hace décadas que por aquí no llegaremos mucho más lejos. Los animales, la naturaleza en general, hablan,  mal que nos pese y el problema de ignorarla, o de querer leerla a nuestra manera, es que los problemas no desaparecen por ello.  Mientras ocupamos el tiempo en reyertas de barriobajeros que revestimos de mejor o peor forma, los daños progresan.

     Aquí lo dejo, voy a seguir informándome y horrorizándome otro rato. Gracias por la paciencia.

miércoles, 7 de febrero de 2018

ASÍ NO, GRACIAS

   

     Me descubro a mí misma recordando otra vez a quienes me trajeron al punto en que ahora estoy. Aparte de lo que pudiera tener por instinto y nacimiento, el amor a la naturaleza me lo fueron transmitiendo personas sin apenas estudios, dedicadas muchas a profesiones que cualquier animalista de pro consideraría explotadoras: Un marroquinero, un pastor, un herrador y ganadero y ya más adelante, el conductor de un espectáculo con aves. Sin embargo, estoy segura que ninguno de estos hombres enfrentaría a ningún defensor de los derechos animales con la violencia y la obcecación con que he visto conducirse a quienes hoy podrían parecer mis aliados.

     Pocos de mis conocidos sabrían de la profesión de mis ancestros si yo no lo contara y, sin embargo, es precisamente por ellos, por su forma de hacer, de ser y de estar en el mundo, que yo me planteé mis primeras cuestiones. El abuelo pastor, ya retirado, contándome del imponente quebrantahuesos vigilando en los riscos, de la loba corriendo por las peñas, de porqué la res muerta debía dejarse a los buitres, para que comieran y pudieran seguir limpiando el campo... Eran narraciones humildes, sin pretensión científica, cuentos de abuelo emocionado en los recuerdos, animándonos a aprender mejor que él y en los que no cabía el odio, sino la fascinación y el respeto. Luego estaban los recortables de cartón y la colección de animales de los chicles y, más tarde, las miniaturas a escala compradas en el puesto de La Corredera Baja. Con algunos ha llegado a jugar mi hijo y ahora duermen en una caja esperando otras manos.

     El tío herrador se sabía los dolores de todas las bestias de la comarca, ayudaba a un mal parto de una yegua o de una vaca, porque muchos paisanos confiaban más en su saber hacer que en el veterinario novato y hasta éste lo llamaba alguna noche para ayudar sacar a todos los cerditos de una camada demasiado numerosa. Pero también, no voy a ocultarlo, cuando llegaba el tiempo de la matanza, él era quien sabía resolver rápido, con sufrimiento mínimo y tino preciso. Decía que no había que ensañarse ni quitarle dignidad al ser que tanto y tan bien iba a servirnos que, al contrario, deberíamos honrarlo en su descendencia.

     Con papá aprendí a distinguir las especies por el tacto, por el grosor de la piel, a saber si la res había sido malherida o bien alimentada y hasta a aproximar la edad.Todo dejaba huellas que condicionaban su trabajo con ella. Me decía que,  si hacía bien su parte, se les daba una segunda vida. Prosaico, pero aunque  creamos que fuera por interés material, aquellos hombres querían que los animales viviesen dignamente y se ocupaban en ello a su manera.

     También,  algunas de esas mismas personas, se pasaron tardes completas acuclillados junto a mí en un cauce, mostrándome cómo la libélula sale de su carcasa en la última fase de desarrollo, cómo extiende sus alas para que sequen antes de poder emprender el vuelo. Esperaban conmigo a que todo sucediera. Dedicaron su tiempo nocturno para hacerle un "hospital" al caracol con la concha chafada que había recogido volviendo de la escuela o saludaron conmigo el vuelo de los gorriones rescatados de una mala pedrada infantil.

     No me dejaban tener mascotas porque vivíamos en un piso pequeño "que no es lugar para otro animal que las moscas que entren por la ventana y vayan de paso", pero algunos veranos podía echar carreras con Señorini, la perruca que el tío tenía en el pueblo. Y fue ese mismo tío, el primer hombre adulto que ví llorar cuando su burra murió en el parto y no pudo ayudarla.

     Ahora son otros tiempos. Escucho alrededor argumentos contundentes y severos en defensa de la dignidad animal, arrebatados discursos y truculentas acciones para poner de relieve cuanto hacemos mal, que es demasiado. Desde aquellos parientes hemos aprendido y evolucionado, sin duda mucho de entonces merece ser repensado, pero ¿Pensamos?

     ¿A qué nos referimos cada uno de nosotros al hablar de dignidad animal? ¿Qué utilizaciones son legítimas y cuales no? Cada cual tiene sus propios estándares y, junto a los males evidentes, se añaden aspectos extremadamente opinables. Así las cosas, quizá deberíamos aparcar un poco el sectarismo para volver a reflexionar. Ni todos cuantos trabajan con animales o se sirven de ellos son mis enemigos, ni agrediendo a un ser humano hago otra cosa menos deleznable que agredir a un animal.

     Ni mi abuelo, ni mi tio abuelo, ni mi padre habrían sido capaces de pedir la muerte violenta, el destripamiento, la cadena perpetua o cualquiera de cuantas atrocidades sí  reclaman para ellos en frío, a bote pronto, algunos de los pretendidos animalistas.

     Sentirse en posesión de una verdad que solo uno mismo certifica, insultar o anteponer un derecho a otro por propia comodidad emocional no es constructivo y no sirve al sujeto último de la pretendida lucha, sino al ego privado, personal e intransferible.

     Recoger un cadáver de un contenedor -suponiendo ciertos los orígenes que indican los manifestantes, aunque me cueste creerlos-  y exhibirlo por las calles es dignidad, colocar disfraces y vestidos para llevar en procesión es dignidad, hacer vivir en un hogar humano con colchones y vestidores a una cerda de 100 kg. es dignidad. Llevar un gato en un bolso por Madrid o Bilbao es superdigno. No lo es alojar en un zoológico- No importa cual- un espécimen amenazado de extinción, ni tener trotando en una finca a esa misma cerda si está destinada a cubrir la demanda protéica de una familia. Me cuesta verlo, lo siento.

     Puedo estar- y lo estoy-por la racionalización del consumo en las sociedades ricas, puedo estar- y en ello ando- por el mercado de proximidad, por el progresivo abandono de lo superfluo, pero no puedo sentir cercanía por esos veganos que enfocan como religión lo que es su opción individual, llamada no a salvar el mundo, como alguno aduce- ¿No es pretencioso?- sino a salvar su propia conciencia, con una falta de consistencia argumental demasiado grave para que me  la tome en serio.

     Aunque los humanos occidentales nos empeñemos en no comerlos, resulta que hay poblaciones cuyo casi único sustento son los animale. Existen personas- demasiadas- que no pueden elegir lo que comen ellos y sus hijos. Aunque nos empeñemos en no verlo, la única posibilidad de que ciertas especies lleguen a ser vistas por nuestros nietos pasa por alojar algunos ejemplares bajo control y trabajar al respecto y la única forma de que sepamos cómo hacer ese trabajo pasa por ocupar parte de su espacio actual para estudiarlos. No cabe la no intervención, porque intervinimos en otros aspectos y dejamos huellas.
Enfrentar sin matiz ni distinciones cuantas prácticas rocen al reino animal y nos desagraden a nosotros no es el camino para el equilibrio.

     No me digan que un inuit,  un turkana o un himba deben sentirse culpables cada vez que dan de comer a sus familias, que un tuareg debe sentirse en pecado al montar su dromedario ni el ewenki debería avergonzarse por pastorear sus renos. Los occidentales, que no el ser humano en su totalidad, estamos haciendo mucho daño al planeta con nuestros modelos de consumo, ciertísimo. Podríamos y deberíamos consumir menos animales, cierto también, pero no me cuenten que la muerte directa, porque les miran a los ojos y les dan penita, es menos muerte y menos inducida por nosotros que la totalidad de las que llegan a producirse por los desequilibrios que sumados a los que ya generamos provocaríamos si- guiados por la ley del péndulo-nos colocáramos en el extremo contrario.

     El capitalismo consumista, igual que nos vendía la excelencia de carnes y pescados como signo de estatus, nos inunda hoy de productos eco y bio y convierte en tendencia lo que  seguramente empezó siendo una opción ética de excelente intención, pero que está empezando a ser otra cosa bastante menos recomendable, especialmente cuando se emplea para agredir, denostar o plantear el supremacismo vegano sobre el resto de pobres humanos que ni hemos visto su luz ni tenemos intelecto para llegar a verla.

     Muchas de las opciones alimentarias y vitales pasan por el consumo de vegetales que no son ubicuos, es decir, no podrían producirse y conseguirse en todas partes sin generar con ello costes energéticos, transporte, modificaciones de suelos, conversión al cultivo de nuevas tierras... No niego el exceso actual - que creo debemos refrenar drásticamente- Ni me estoy refiriendo tampoco a los fraudes sanitarios, la explotación laboral y los carnificios de todo tenor para deleite de unos pocos. Todo ello entra o debe entrar en el campo del delito execrable. Planteo que cualquier exceso en cualquiera que sea la dirección, acabará siendo igualmente dañino.

     Una piel sintética, por ejemplo, supone una industrialización que cambiaría de lugar el problema, pero que si no se racionaliza la demanda no impedirá muertes, aunque no las vean nuestros ojitos, además genera residuos-otros residuos- y requiere espacios y sustancias para producirla. El impermeable plástico que le colocan a sus perros quienes tanto los aman, aparte de su más que dudosa necesidad,  no dejará de ser un plástico que tarde décadas en degradarse; cubrir todas las necesidades de tejidos vegetales para no vestirse con lana o seda,  requerirá muchas hectáreas nuevas de cultivos de lino, algodón, cáñamo o cualesquiera otras fibras  y como éstas, muchas opciones no animales que deberían ser planteadas a gran escala para atender al total de la demanda mundial. El asunto es menos reduccionista, menos simple y, sobre todo, aunque a muchos sorprenda o incomode el adjetivo, menos clasista de lo que propone la pretendida nueva opción.

   Mis reflexiones son solo mías, aunque a veces las escribo por si alguien más está dispuesto a darle unas vueltas al asunto o comparte las suyas conmigo, pero por favor, sin hacerse trampas. Os aseguro que muchas de esas cosas que pretendéis contarme y otras que desconocéis (y que os pondrían los pelos de punta) las he vivido de primera mano tanto cuando estudiaba como en mi labor profesional, pero me consta que otras son solo sesgo y mala intención y por ellas no paso.


martes, 6 de febrero de 2018

De usos y abusos

   

     Hace ya más de cien años que algun periódico advertía sobre los problemas de contaminación por combustibles fósiles y del calentamiento global. Desde entonces los humanos hemos aprendido demasiado poco para lo mucho que avanza la ciencia.

     Empecemos recordando que apenas hemos sustituido el carbón, al que el viejo artículo hacía referencia, por otros productos como el gas o el petróleo. Cuando los pozos del Golfo Pérsico han empezado a fallarnos o se nos ponen intratables por otras razones, nos lanzamos a fracturar y rebuscar por otros lares -Y no solo en sentido figurado esto de la fractura- aplicamos nuestros avances para enriquecer plutonio y seguimos escarbando en otro suelo. Cuando nada de esto funciona o las boinas no nos dejan ver el bosque, nos aprestamos a llenar los campos de espejos y molinos que nos proporcionarán "energías limpias" ¿Limpias de qué? Sin duda de culpas, el resto está bastante menos claro . Usando paneles solares nos sentimos más cercanos a la madre naturaleza, hasta encendemos la televisión o el router con expresión beatífica y nos aprestamos a culturizar a los vecinos en sostenibilidad.¡Qué cuquis!.Todo menos asumir que somos nosotros mismos, nuestros modos de abusar del planeta,  los que resultan insostenibles.

     El problema no está en el dedo que señala a la torre de refrigeración de la central o al molino eólico, el verdadero problema está en que NO DEBERÍAMOS EMPEÑARNOS  en vivir a 25ºC cada minuto de nuestras vidas, ni en que llegue el Wifi a cualquier lugar del planeta a cualquier precio. Está en que ducharse tres veces diarias, tener piscina individual, dormir en pelota picada en pleno invierno (por mencionar solo algunos)..... NO SON DERECHOS HUMANOS y en que secar la ropa en menos de dos horas para tenerla lista esa misma tarde no tiene pies ni cabeza cuando se habla de respeto por el medio.

     Por mucho que cambiemos de fuente, si no cambiamos el modelo social, acabaremos causando daños más allá de los imaginados, porque los molinos y los paneles también ocupan territorios que eran de aves, lagartijos o escorpiones, porque para tener hidroeléctricas se necesita construir saltos de agua y modificar cursos, porque cualquiera que sea el calor que generamos, obviamente calienta y porque cualquiera de los elementos empleados para esa producción energética, acaba deviniendo en desecho cuando envejece.

     Durante siglos, muchísimos, los humanos usaron de su entorno y se fascinaron con el entornno de otros durante sus viajes, comerciaron e intercambiaron entendiendo que había límites y aprendieron a especiar y salar alimentos, a adecuar sus dietas, sus calendarios de actividad y sus atuendos al clima y a construir sus hogares del modo más adaptado tanto a sus modus vivendi como  a humedades, vientos y calores del lugar en que se asentaban. Y así, no era igual una aldea vikinga que una en Indonesia ni otra en Marruecos. Ahora que tanto sabemos, todas las ciudades primermundistas se parecen y todos los ciudadanos que en ellas viven quieren hacerlo del mismo modo y quienes esto gestionan se ocupan en convencernos de que es óptimo y de que podemos, de que a lo sumo, va a ser cuestión de dinero, pero hasta para eso hay remedio- no en vano se han inventado los cómodos plazos.

     El humano occidental se ha empeñado en que no haga frío ni calor en su entorno, en que haya nísperos o mandarinas en su frutero cualquiera que sea el momento del año y en que nada de eso tenga consecuencias y, claro, no puede ser. Para que todo eso suceda hace falta transportar, calentar, refrigerar por encima de nuestras posibilidades.Cuanto más tardemos en asimilarlo, peor para todos.

     Entre la pobreza energética que mata y lo que están promoviendo por el otro extremo hay un punto más cercano al equilibrio que urge recuperar, porque de lo contrario, en poco tiempo, no va a haber alternativa que valga.