No en vano se llama Wisdom (sabiduría) y es seguro que atesora más que la mayoría de los humanos que haya podido ver en sus más de sesenta años de vida.
Esta hermosa albatros, superviviente de temporales y tsunamis, que ha recorrido millares de kilómetros en su extensa vida,vuelve un año más a cuidar su huevo en un nido del atolón de Mydway y se prepara para ser madre.
http://www.nbcnews.com/science/science-news/wisdom-laysan-albatross-lays-egg-age-63-n270341
En estos días de desvergüenza, de tristeza, de escasa esperanza en la especie humana, todavía una vieja albatros, madre y abuela por decenas de veces, puede ponernos un poco de calor en el corazón. Gracias Wisdom. Ojalá muchos humanos fueramos capaces de atesorar la sabiduría que seres como tú seguís acumulando en vuestros viajes anuales. Ojalá nos pusiéramos en el nivel de humildad que nos corresponde, ni los más longevos, ni los más dotados, ni los más especiales, ni los dueños de la creación. Sólo seres parte de un todo que debemos aprender a respetar antes de que sea tarde- si no lo es ya- antes de que tus hijas y tus nietas dejen de encontrar atolones en que guardar sus huevos, antes de que las manchas de petroleo y los plásticos ahoguen al último albatros de Laysan y sus enormes alas blancas dejen de sujetarse en las corrientes contemplando este mundo desde arriba.
jueves, 18 de diciembre de 2014
miércoles, 17 de septiembre de 2014
¿COMER CON LOS OJOS?
Cuando hace años, a algún fabricante de comida para animales
se le ocurrió abrir una línea para loros se centró, como suele ser común, en
los aspectos prácticos y en lo que por ese tiempo se conocía sobre nutrición. Tengo
que suponer que le movía una buena fe encomiable y que el asunto del lucro era
una parte del total y no el fin único. Fue seguramente también la buena fe la
que siguió moviendo a la mayoría de quienes han seguido sus pasos y la que, dada la baja aceptación por parte de
las aves de aquellos primeros preparados, les llevó a mejorar la palatabilidad
y el aspecto final, tomando en consideración no solo el cálculo matemático
inicial, sino colorido, tamaño, olor, forma y las restantes variantes que hoy
podemos hallar en el mercado.
Mi capacidad para creer, sin embargo, se ve empañada con
cierta frecuencia cuando asisto a congresos, conferencias o conversaciones
donde encuentro que no se responden ciertas preguntas o que quienes son
interpelados han decidido motu proprio no dar importancia a ese aspecto que a
mí también me preocupa.
Me preocupa, por ejemplo, que se me ofrezcan como excelentes
dos o tres productos del mismo fabricante que resultan no ser iguales en sus
contenidos declarados pero que reúnen cualquiera de ellos “todos los
ingredientes para la perfecta nutrición de mi ejemplar” ¿Cómo puede ser eso
posible? Si el producto A es perfecto ¿Por qué el producto B -igualmente
perfecto a decir del mismo fabricante- no tiene los mismos índices nutritivos? ¿Qué
decir sobre hurtarme detalles en las etiquetas con expresiones como
“Colorantes, aromas y aditivos autorizados”? ¿Autorizados por quién y para qué?
Pues en la mayoría de casos, autorizados para consumo humano, lo cual no quiere
decir que sea inocuo, sino que se han dado permisos (o más bien, que las
autoridades no se han pronunciado en contra).
Y ¿Qué quieren? No llego a asumir que algo que yo como
humana consciente debo consumir con cautela o incluso evitar, pueda resultarle
inocuo a un ser que, hasta donde sabemos, tiene una condición bastante menos
omnívora que la mía, amén de un peso
corporal que es casi sesenta veces inferior. Supondrán algunos que soy de esas
personas a las que una buena teoría de la conspiración bien orquestada le hace
mella y que por eso me resulta inquietante. No diré que no haya caído en
alguna, pero procuro informarme antes de entrar en pánico y también intento
hacerlo en este asunto. He puesto manos a la obra hace bastante tiempo y,
además de tirar de mi memoria (que podía fallar desde los lejanos tiempos de
universidad) me he peleado con revistas y bibliografía y he confirmado que
sigue sin ser oro todo cuanto reluce.
Para comenzar, muchos particulares confunden el que un
colorante sea natural con que sea beneficioso. Natural significa que no ha sido
elaborado industrialmente, que tal colorante existe en la naturaleza y puede
ser extraído de ella para ser utilizado. Los colorantes artificiales se sintetizan
en laboratorios y pueden ser o no aptos para ser ingeridos.Es de suponer que todo colorante autorizado, cualquiera que
sea su forma de obtención, deberá ser apto para su ingestión. Pero ¿a qué nos
referimos con apto? Pues ahí entramos ya en terrenos complicados.
Sabemos hoy por publicaciones científicas, que algunos colorantes naturales autorizados se han asociado a
alergias, a alteraciones sanguíneas en
animales de laboratorio,a casos de hiperactividad, que pueden tener efectos acumulativos… Algunos de los
artificiales más comunes también están bajo sospecha. Que continúen autorizados
suele deberse a que la incidencia de esos casos ha sido proporcionalmente baja
en humanos. Pero ¿Cuántos de ellos se han ensayado en papagayos? La respuesta
se acerca suficientemente al no sabe/no contesta.
Así las cosas, sólo me cabe
tomar algunas notas particulares y compartir el detalle, que
cada cual elija su camino.Muchas de las ideas que con todo esto se me plantean sirven
también para mí como humana consumidora, pero creo que a estas alturas a pocos
tendría que explicarles que eso de “comer con los ojos” es una verdad a medias.
Ni las frutas más bonitas son siempre las más sabrosas ni algunos de mis
alimentos favoritos son lo que podemos decir estéticamente bellos.
Pero vuelvo
a los papagayos. La naturaleza les ha dotado de una percepción ultravioleta que
consigue por ejemplo que aprecien el punto de maduración de un fruto conocido
sin llegar a probarlo con su pico, les ha dotado de un sentido del gusto
bastante más desarrollado que a otras aves, de forma que resulta bastante
complicado que acepten medicamentos de olor o sabor intenso, que beban aguas
medicadas con productos que las tiñen ¿Pretendemos engañarlos? ¿O nos engañamos
nosotros?
Pensemos un poco más a fondo. Si un producto perecedero
pierde olor, color, si cambia de textura, significa también que está cambiando
sus propiedades, si lo escondemos, sencillamente no estamos dando al papagayo
lo que creemos, sino otra cosa. Si la situación se prolonga, podrán sobrevenir
carencias y daños. ¿Era eso lo que me plantee al elegir el “producto completo
que satisface todos los requerimientos y bla bla bla”? Imagino que no.Además, si incluyo sustancias de este tipo, estaré, como poco, dando
trabajo extra a sus “órganos filtro”. Tampoco eso entraba en mis planes.
Voy a añadir otro elemento de duda más. De esos colorantes
naturales y autorizados varios de los más usuales son de origen animal. Así pues,
yo, que me pienso muy mucho qué productos podré usar con un animal muy notablemente
vegetariano ¿Voy a suministrarle con fe ciega productos animales sin
apercibirme de ello? Cuando este uso se prolonga por los muchos años de vida,
tal vez lo que era un aporte mínimo empiece a pasar factura. ¿Me lo había
contado alguien? ¿Lo sabe acaso ese gurú del saber papagayístico que todo me lo
remedia con pellets? A menudo llego a la conclusión de que no, pero lo mismo
soy demasiado “tiquismiquis”.
Otros aditivos son minerales, minerales a los que un
papagayo, claro está, no habría tenido acceso si yo no eligiera incluirlo en su
menú de mascota. Por ejemplo ¿Sabemos cuánto hierro no orgánico suministramos a lo largo
del año a un papagayo que toma una dieta basada en pellets coloreados? ¿Lo
tenemos en cuenta nosotros o nuestros veterinarios cuando aparecen picajes,
daños hepáticos y otras alteraciones que en otros contextos se asocian al exceso de ese
elemento? Mi respuesta vuelve a ser que no y la experiencia me lo ha mostrado.
A alguno de los que me lea, quizá mis alarmas y mis dudas puedan
resultarle excesivas, pero si hace más de dos décadas no me inspiraban simpatía
los preparados industriales, hoy, después de la experiencia práctica directa y
de profundizar en el estudio y las lecturas técnicas, sigo sin entender por qué
unos animales a los que considero inteligentes y con amplísimas capacidades
perceptivas, deban ser adiestrados a comer cosas que a mí misma no me convencen.
Sé que todo menú ofrecido en cautividad va a ser imperfecto, pero en mi pelea
por reducir esa imperfección, sigo incluyendo el evitar que entren por su pico
productos que a duras penas me entran a mí por los ojos.
NOTA (o traducción de apoyo a navegantes de las claves alfanuméricas que encontramos como información en las etiquetas y que a la mayoría dejan más bien a oscuras):
- E-1… son colorantes. Proporcionan una coloración más llamativa, más intensa o sencillamente diferente del producto inicial.
- E-2… son conservantes. Ayudan a que el producto dure más
- E-3…son antioxidantes. Evitan que el producto se altere, por ejemplo por exponerlo al aire
- E-4…son emulgentes, espesantes, gelificantes… es decir, aportan textura
- E-5…son antiaglomerantes… Se usan para evitar grumos y cambios de consistencia
- E-620 a 635 son potenciadores del sabor
- E-950 a 967 son edulcorantes
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Consejos de veterano
Queridos amigos, me dirijo hoy a vosotros con el afán
divulgador que me caracteriza para recomendaros una saludabilísima práctica que
la mayoría ignora:
Sabido es que el
ser humano nació con dos patas largas al final de su tronco, razón por la cual está
clarísimo que su objetivo principal debe ser correr. No más humanos en
automóvil, apoltronados en el sofá o
esperándonos sentados mientras nosotros jugamos alegremente en nuestro parque o
volamos a su alrededor.
¿Tienes la suerte
de vivir en Europa y tener uno o varios humanos para ti solo? ¡No te cortes! Con
una cuerdecita o un arnés al brazo, haz que corran, que caminen, que suban y
bajen. No importa que parezcan no
necesitarlo, la nuestra es una percepción errónea, de animales que nunca podemos
ponernos plenamente en su lugar. Aunque no lo parezca, tu humano está pidiendo
a gritos salir a la calle y que le obligues a zascandilear por doquier,
moviendo esas piernas que en otro caso no tendrían sentido. Hay innumerables
estudios que prueban que un humano que usa las piernas es más feliz.
No te dejes ganar
por su aparente cansancio, por su aparente falta de ánimo. Fíjate qué
sonrosaditas sus caras, qué brillo de ojos y qué manera de resoplar cuando por
fin consigues que se lancen a la carrera, tanto mejor cuanto más escarpado sea
el terreno, tanto más estimulante cuanto más arriesgada parezca la práctica. ¿Y
te has dado cuenta cómo gritan de entusiasmo cuando te alejas y deben acelerar
para seguirte? No dejes de hacerlo un par de veces por sesión.
Es cierto,
algunos humanos son bastante tontos y se resisten o se enredan en los fiadores, otros se
desorientan y pueden perderse o despeñarse por laderas demasiado escarpadas. No
te apures, piensa que hay tantísimos que una pequeña pérdida no tiene
importancia, sirve aun bien mayor y el índice de probabilidades de que suceda
es bajísimo. Y si aún así continúas sin verlo claro, puedes también atreverte a sacarlos sin
elementos de fijación. Nada hay como el free-run. Evita comparaciones, huye de cansados
entrenamientos y procesos de educación. Un humano que conoce su casa y degusta
los canelones en un mismo hogar desde niño -lo que algunos llaman
acondicionamiento-no se va a marchar lejos, menos aún si tiene que volver para
el almuerzo (Por eso es aconsejable que al comienzo le hagas practicar antes de
permitir que pruebe siquiera el desayuno). Si de verdad aprecias a tus humanos,
no dudes en poner en marcha tus sesiones de Free-run. Te lo dice este loro
veterano.
viernes, 29 de agosto de 2014
Aprendizaje...
En los primeros años, cuando todavía no había terminado de confirmar que ésta podía ser una profesión, aunque empezaba a recibir un salario por ella, me sorprendía sobremanera la dificultad para acceder a la información, no tanto por ausencia de ella, sino lo que resultaba terrible, por el oscurantismo que rodeaba a lo que yo siempre había imaginado como una vocación.
Ingenua de mí. Llegadas las facilidades comunicativas de internet, el acceso de todos o casi todos a la lectura y a otros medios, también llegué a imaginar que sería imperdonable no apoyar a quienes vinieran detrás, no compartir con ellos conocimiento, experiencias y dudas para que no tropezasen con piedras cuya posición yo había podido descubrir con dolorosos batacazos. Se sumaba a ello el pensar que además trabajábamos con otras vidas, que serán receptores del buen o mal hacer mucho más allá de lo que puedan serlo los llamados clientes.
Con ese punto de vista, me dispuse a colaborar con todo foro, grupo, publicación o curso que promoviese la mejora en el conocimiento de los animales sujetos a nuestro trato. No me arrepiento de ello. Esta actitud me ha ayudado en un mayor saber sobre mi oficio, pero singularmente, me ha ayudado a unos descubrimientos impagables. Uno de los primeros fue que, pese a los coeficientes, a las calificaciones académicas, a la experiencia y a los bastantes años que ya van pesándome, resulto ser uno de los ciudadanos más incomparablemente torpes que pueblan el globo. Lo que me lleva supuestas casi tres décadas de esfuerzo y estudio, mis congéneres lo consiguen con leer un par de líneas de alguna de mis intervenciones, más aún, algunos con escuchárselas a un tercero que pasaba por allí. Los que me quieren bien intentan animarme diciendo que eso es debido a mi capacidad didáctica, pero no cuela.
Otra buena enseñanza obtenida de este tiempo es que no importa cuantas decenas de casos y cosas se hayan atendido, cuantos años de práctica y de estudio (ya repito que lo mio ha sido cosa de décadas poco fructuosas) lleve una acumuladas, si no es capaz de contar las cosas poniéndole complejos nombres que recuerden al inglés macarrónico- mejor aún si son directamente en el tal inglés- ni puede descargar tres o cuatro buenos acrónimos que tampoco correspondan con nuestro poco lustroso castellano, sino al susudicho idioma sajón, no será nada. Por sorprendente que parezca, esta condición ha llegado a ser necesaria incluso para dirigirme a profesores de gramática en ejercicio.
Pero la mejor de todas, la lección que sin duda considero más valiosa es la cuasi solidaridad con aquellos primitivos profesionales que se mostraron reticentes ante mi sed de conocimiento. A día de hoy, acabo sintiendo cuan injusta fui y cuanto debería esforzarme en parecerme a ellos cuando compruebo primero, que el haber colaborado altruistamente y de buena fe, el haber solventado dudas y atendido pensando en el desdichado animal a quien se refiriesen las preguntas, o al angustiado propietario que las planteaba, me obliga indefectiblemente y por siempre a
1-atender en cualquier momento del día o de la noche cualquier consulta que pudiera plantearme cualquier ciudadano del planeta
2-aceptar como buena y elogiar públicamente cualquier resolución que un ciudadanos haya podido tomar aduciendo haberme preguntado
3-admitir que cualquiera pueda decir ser alumno o colaborador mío y seguir mis enseñanzas y a asumir por míos sus errores cuando estos acontezcan
4-admitir bajo mi tutela todo ser vivo que cualquier ciudadano tenga a bien encomendarme en todo momento y lugar
5-trabajar sin cobrar por el hecho de que yo soy buena, amo los animales y cualquiera que me conozca sabe que sería incapaz de actuar de otro modo.
6-acudir con entusiasmo a los eventos que otro profesional tenga a bien celebrar usando mis enseñanzas, mis conocimientos (pocos) y mis publicaciones sin hacer mención a ellas ¡Por supuesto!
7-aplaudir que todas las personas dichas y algunas otras que deseen sumarse a la fiesta cobren por mi trabajo lo que jamás estuvieron dispuestas a pagar por él y animar al público en general a participar de tales situaciones.
Creo que me dejo al menos otras tres o cuatro obligaciones, ya digo que aprendo despacio. Sólo me queda confiar en que los años que me quedan hasta la jubilación me permitan completar todo el decálogo que, como no podría ser de otro modo, divulgaré, haré circular y permitiré que sea denostado, plagiado y reconstruido por estos mundos de Bill Gates. Ahora lo dejo, que están consultándome en el chat y podría tratarse de una urgencia.
jueves, 21 de agosto de 2014
Vida de perros
Milo es negro, con el interior de las patas y la barba blancos.Lleva el pelo esquilado como un schnauzer porque su propietaria decidió que sus lanas negras eran incómodas y que ese peinado le quedaría muy simpático. Su larga cola y su talla desmienten un origen señorial. Hace siete meses salió de un refugio donde había ido a parar quién sabe cómo y llegó a un hogar humano que se pretende también suyo. Allí comparte el tiempo con otros varios perros, unos mestizos, como él, otros de pura raza.
Al atardecer, Milo se aparta de los juegos y se sienta al borde de la valla, sobre el barranco, con las patas delanteras colgando en el vacío y los ojos mirando al mar y pasa así el tiempo hasta que ya no hay sol, entonces entra en la casa, donde sabe que espera su ración de pienso de alta, altísima gama.
Milo es bien educado, no se abalanza sobre el cuenco ni se pone de dos patas reclamando la cena, espera su vez. Acaso el hambre no llegó a acuciar demasiado en la otra vida, acaso ha aprendido muy rápido. Cuando el olor de salmón se ha dispersado un poco en el ambiente, Milo mete su hocico entre los pellets y va comiéndolos sin entusiasmo, podría parecer que con resignación, casi siempre deja algo. Luego va a beber y vuelve un rato al juego con sus congéneres, disputándose aros de goma y falsos huesos de plástico. Hacia las diez lo mandan a dormir en una cama individualizada de color verde oscuro, con colchoneta también verde y su nombre grabado en el borde. Mañana será otro día.
Milo dispone de servicio, una mujer limpia y mulle su cama, friega sus enseres y retira su basura, otra lo baña puntualmente cada dos viernes, lo cepilla los días restantes y lo lleva a pasear durante cuarenta minutos, dos veces al día a las ocho y diez de la mañana y a las seis de la tarde,excepto lunes miércoles y viernes en que un hombre lo recoge con un furgón azul para llevarlo junto a los demás a una finca en el campo de la que regresan, también puntualmente, a las siete menos cuarto. Si el tiempo es extremadamente malo, lo colocan en una cinta andadora a velocidad media frente a ese mar que Milo suele mirar al ocaso.
Hay en la casa, como digo, varios perros más. Uno de ellos es un caniche marrón que suele disputarle con más empeño los juguetes. Sólo hasta que la propietaria acude presurosa a separarlos para que no peleen, entonces, manda a cada uno a un rincón del jardín. "Me sabe mal reñirlos, pero es que no puedo con los celos de Braulio, como llegó primero, cree que todo es suyo"
Cuando viene el hombre del furgón, Milo sube gimiendo ligeramente. La mujer interpreta que es porque se ve obligado a viajar junto a Braulio.
Cuando Braulio, Milo y los demás se huelen con esa curiosidad tan perruna, su propietaria los llama cochinos y también los separa. Su propietaria, esa mujer que lo ha adoptado, es una septuagenaria que pensó que sin duda merecía una vida mejor y acaso más larga que la del albergue, que ella tenía medios para dársela y que fue considerada apta para llevárselo.Esta mujer, que procura abrazarlo y cubrirlo de besos cuando regresa de sus actividades humanas, por mucho que él intente zafarse, ha llegado a la conclusión de que a Milo se le olvida beber agua si ella no se lo recuerda y también a la de que una vez esquilado debe tener frío. Le ha comprado una manta de largo pelo que hace colocarle encima cada noche, cuando lo envían a su cama verde. Si amanece destapado, ella entiende que es porque se movió mucho, porque pasó mala noche, y pasa la jornada preguntando a todo el mundo cómo ven a Milo, si comió, si jugó lo suficiente, si tosió en su paseo o si lo encontraron triste.
No sé cual fue la vida anterior de este mestizo, ni sé tampoco cual podría ser su ideal de vida, pero cuando tengo ocasión de asistir a episodios de ésta que si le está tocando vivir, me asaltan serias dudas de que sea lo que él hubiera preferido y me planteo qué criterios llevan a entregar un perro a un adoptante. Mi ingenuidad me lleva a imaginar que, cuando menos, sería deseable que las personas que se hacen cargo de estos animales tuvieran una visión menos disneyana de lo que es calidad de vida.Que las protectoras deberían revisar un poco sus estándares. En mi tonta imaginación, pienso que a Milo le encantaría enzarzarse con Braulio hasta extenuarse sobre el césped y dejar crecer sus lanas, le gustaría que lo besaran un poco menos y que le dejaran beber a su ritmo, o no beber y dormir sin manta cuando es verano y que un viernes no le tocara baño, o que si el tiempo no acompaña, le dejasen pasar la tarde sin más misión que mirar caer la lluvia. Pero no soy un perro, no puedo asegurarlo, así que simplemente se lo cuento a mis posibles lectores, por si les sirve de algo a ellos o a los perros que adopten.
Al atardecer, Milo se aparta de los juegos y se sienta al borde de la valla, sobre el barranco, con las patas delanteras colgando en el vacío y los ojos mirando al mar y pasa así el tiempo hasta que ya no hay sol, entonces entra en la casa, donde sabe que espera su ración de pienso de alta, altísima gama.
Milo es bien educado, no se abalanza sobre el cuenco ni se pone de dos patas reclamando la cena, espera su vez. Acaso el hambre no llegó a acuciar demasiado en la otra vida, acaso ha aprendido muy rápido. Cuando el olor de salmón se ha dispersado un poco en el ambiente, Milo mete su hocico entre los pellets y va comiéndolos sin entusiasmo, podría parecer que con resignación, casi siempre deja algo. Luego va a beber y vuelve un rato al juego con sus congéneres, disputándose aros de goma y falsos huesos de plástico. Hacia las diez lo mandan a dormir en una cama individualizada de color verde oscuro, con colchoneta también verde y su nombre grabado en el borde. Mañana será otro día.
Milo dispone de servicio, una mujer limpia y mulle su cama, friega sus enseres y retira su basura, otra lo baña puntualmente cada dos viernes, lo cepilla los días restantes y lo lleva a pasear durante cuarenta minutos, dos veces al día a las ocho y diez de la mañana y a las seis de la tarde,excepto lunes miércoles y viernes en que un hombre lo recoge con un furgón azul para llevarlo junto a los demás a una finca en el campo de la que regresan, también puntualmente, a las siete menos cuarto. Si el tiempo es extremadamente malo, lo colocan en una cinta andadora a velocidad media frente a ese mar que Milo suele mirar al ocaso.
Hay en la casa, como digo, varios perros más. Uno de ellos es un caniche marrón que suele disputarle con más empeño los juguetes. Sólo hasta que la propietaria acude presurosa a separarlos para que no peleen, entonces, manda a cada uno a un rincón del jardín. "Me sabe mal reñirlos, pero es que no puedo con los celos de Braulio, como llegó primero, cree que todo es suyo"
Cuando viene el hombre del furgón, Milo sube gimiendo ligeramente. La mujer interpreta que es porque se ve obligado a viajar junto a Braulio.
Cuando Braulio, Milo y los demás se huelen con esa curiosidad tan perruna, su propietaria los llama cochinos y también los separa. Su propietaria, esa mujer que lo ha adoptado, es una septuagenaria que pensó que sin duda merecía una vida mejor y acaso más larga que la del albergue, que ella tenía medios para dársela y que fue considerada apta para llevárselo.Esta mujer, que procura abrazarlo y cubrirlo de besos cuando regresa de sus actividades humanas, por mucho que él intente zafarse, ha llegado a la conclusión de que a Milo se le olvida beber agua si ella no se lo recuerda y también a la de que una vez esquilado debe tener frío. Le ha comprado una manta de largo pelo que hace colocarle encima cada noche, cuando lo envían a su cama verde. Si amanece destapado, ella entiende que es porque se movió mucho, porque pasó mala noche, y pasa la jornada preguntando a todo el mundo cómo ven a Milo, si comió, si jugó lo suficiente, si tosió en su paseo o si lo encontraron triste.
No sé cual fue la vida anterior de este mestizo, ni sé tampoco cual podría ser su ideal de vida, pero cuando tengo ocasión de asistir a episodios de ésta que si le está tocando vivir, me asaltan serias dudas de que sea lo que él hubiera preferido y me planteo qué criterios llevan a entregar un perro a un adoptante. Mi ingenuidad me lleva a imaginar que, cuando menos, sería deseable que las personas que se hacen cargo de estos animales tuvieran una visión menos disneyana de lo que es calidad de vida.Que las protectoras deberían revisar un poco sus estándares. En mi tonta imaginación, pienso que a Milo le encantaría enzarzarse con Braulio hasta extenuarse sobre el césped y dejar crecer sus lanas, le gustaría que lo besaran un poco menos y que le dejaran beber a su ritmo, o no beber y dormir sin manta cuando es verano y que un viernes no le tocara baño, o que si el tiempo no acompaña, le dejasen pasar la tarde sin más misión que mirar caer la lluvia. Pero no soy un perro, no puedo asegurarlo, así que simplemente se lo cuento a mis posibles lectores, por si les sirve de algo a ellos o a los perros que adopten.
jueves, 19 de junio de 2014
Fuleco y yo
Hace semanas que no escribo por aquí. No faltan temas, muy al
contrario sobran motivos de duda y reflexión, pero precisamente esta mañana,
con motivo de la traída y llevada copa del mundo de fútbol he llegado a la
decisión de volver a comentar..
No suelo prestar mucha atención a este
tipo de eventos por ellos mismos, pero ¡caramba! un buen amigo me pasa un
enlace hablando de un tal Fuleco y yo compruebo perpleja que se refiere al
fútbol...O no, se refiere más bien al que llaman merchandising del asunto.
Parece que el tal Fuleco es un armadillo- un Trolepeutes tricinctus- según sus creadores y parece también que su nombre aúna las palabras Fútbol y ecología. Todo un alarde de ingenio que haría sonrojar a más de cuatro, pero que a los señores de la FIFA les pareció excelente o nos lo hicieron pasar por tal. La cosa es que una servidora, ingenua como siempre, piensa por unos segundos que igual este movimiento de masas iba a servir por una vez para algo notable, pero va a ser que no, es decir, el enlace de mi amigo tenía un fin crítico, no se había pasado a las huestes futbófilas ni cosa parecida, sino que había conocido, como yo tras él, que Fuleco es solo eso, un muñeco con nombre cutre y mucho ringorrango publicitario, pero nada más. Ni un céntimo de lo recaudado por sus canciones, su imagen, los cientos de muñecos que se vendan estos días, NADA pasará a las arcas de ninguna entidad protectora de los armadillos de tres bandas, ni de sus hábitats, ni de la ecología en general.
Parece que el tal Fuleco es un armadillo- un Trolepeutes tricinctus- según sus creadores y parece también que su nombre aúna las palabras Fútbol y ecología. Todo un alarde de ingenio que haría sonrojar a más de cuatro, pero que a los señores de la FIFA les pareció excelente o nos lo hicieron pasar por tal. La cosa es que una servidora, ingenua como siempre, piensa por unos segundos que igual este movimiento de masas iba a servir por una vez para algo notable, pero va a ser que no, es decir, el enlace de mi amigo tenía un fin crítico, no se había pasado a las huestes futbófilas ni cosa parecida, sino que había conocido, como yo tras él, que Fuleco es solo eso, un muñeco con nombre cutre y mucho ringorrango publicitario, pero nada más. Ni un céntimo de lo recaudado por sus canciones, su imagen, los cientos de muñecos que se vendan estos días, NADA pasará a las arcas de ninguna entidad protectora de los armadillos de tres bandas, ni de sus hábitats, ni de la ecología en general.
La verdad es que la culpa no es ni de los
diseñadores ni de la Fifa, ni tampoco de los armadillos, que les da por
volverse vulnerables a la presión humana, como si no hubiera mejores cosas que
hacer en el Brasil de nuestro tiempo. La culpa es mía por pecar de ingenua e
imaginar que alguien que se devana ovillos enteros de neuronas inventando un
nombre tan magnífico para un personaje no menos magnífico, tiene un
objetivo un poco más elevado que hacer que se hable durante unos segundos de su
ocurrencia. ¿Exagero? Hagamos una sencilla prueba, preguntemos a cualquiera por
la calle qué sabe del tatú bola, de los armadillos o de algo que no sean las
derrotas y victorias de los equipos más renombrados. De hecho, muchos
identificarán más fácilmente el modelo de balón que el desdichado monigote. Si presionamos un poco, le darán a la wikipedia, que para eso está.
Muestra evidente de que no hay demasiada consistencia ecológica en el asunto es otra noticia también encadenada a ésta, la de que un zoológico local ha zambullido a una pobre tortuga, a la que llaman Cabeçao, en una pileta de hormigón a vista del público para que ejerza de oráculo, como en otro tiempo lo fuera el pulpo Paul. Esa es la verdadera enseñanza. Y ¡Claro! como ni la golpean ni le dan descargas eléctricas mientras decide, no se considera maltrato ni explotación, seguro que ella es feliz y estos corros de niños y adultos vociferando alrededor mientras nada hacia el oportuno manojo de pescado son solo enriquecimiento ambiental.
Muestra evidente de que no hay demasiada consistencia ecológica en el asunto es otra noticia también encadenada a ésta, la de que un zoológico local ha zambullido a una pobre tortuga, a la que llaman Cabeçao, en una pileta de hormigón a vista del público para que ejerza de oráculo, como en otro tiempo lo fuera el pulpo Paul. Esa es la verdadera enseñanza. Y ¡Claro! como ni la golpean ni le dan descargas eléctricas mientras decide, no se considera maltrato ni explotación, seguro que ella es feliz y estos corros de niños y adultos vociferando alrededor mientras nada hacia el oportuno manojo de pescado son solo enriquecimiento ambiental.
Pero me he extendido demasiado, porque en
realidad mi objetivo era reflexionar un poco más allá. ¿Cuántas de esas
campañas que nos creemos tienen un fin netamente altruista?¿Somos capaces en
nuestra buena fe de separar el grano de la paja? Aún más ¿Cuántas, por
bien intencionadas que sean, sirven de verdad a quienes deberían?
Pocas entradas atrás mencioné el caso de
un tropiezo en uno de los programas sobre papagayos que sigo más de cerca. Como no me
gusta limitarme a lo superficial, estuve indagando y atando cabos con las
informaciones . Lejos de conformarme, las nuevas averiguaciones me llevan a mayor desconcierto. Son detalles poco perceptibles, pero que significan mucho respecto a los enfoques del asunto. ¿Es que a nadie excepto a mí le chirría que unas aves que van a ser reintroducidas en la naturaleza estén siendo habituadas a comer estrudidos en lugar de frutos autóctonos?¿Es que no solo a mí daña la visión de bandejas enteras de semillas de girasol en los voladeros de rescate? ¿Qué me han estado vendiendo si este es el plan de trabajo? ¿Puedo confiar en que otras cosas se estén haciendo mejor?
Quizá son detalles un poco lejanos al ciudadano de a pie, que está acostumbrado a escuchar cómo su veterinario de cabecera le aconseja el pienso como solución a todos los males de su loro. así que aparco estas para otras tertulias y planteo éstas: Un crucero de turistas entusiasmados pisoteando los territorios de especies que nunca debieron ser molestadas ¿No es un daño ecológico si el barco lleva el logotipo de una ONG y las entradas las venden ellos? ¿O es un mal menor?¿Cuánto menor?¿Por qué tiene más derecho a conocer in situ al lémur o a la iguana aquel que puede pagarlo?... Porque es mercado y punto, porque ni siquiera por la pretendida protección y rescate estamos sino en una sociedad netamente mercantil, donde la campaña que destaca no es la más seria, sino la mejor publicitada. Sin ir más lejos, las fotos de nuestro ya ex-rey con un cadáver de elefante, no les sirvieron a los elefantes, sino a los detractores del Borbón, muchos de ellos poco o nada ecologistas, para hacer chistes de dudoso gusto.
Las campañas, en su mayoría, han servido para lavar ingresos, para sanear imágenes de muchos antiguos traficantes, para que muchos magnates conserven sus colecciones rapiñadas al medio durante décadas y que los ciudadanitos de a pie, posibilistas y manejables, duerman mejor por la noche pensando que aún hay hadas madrinas.
Quizá son detalles un poco lejanos al ciudadano de a pie, que está acostumbrado a escuchar cómo su veterinario de cabecera le aconseja el pienso como solución a todos los males de su loro. así que aparco estas para otras tertulias y planteo éstas: Un crucero de turistas entusiasmados pisoteando los territorios de especies que nunca debieron ser molestadas ¿No es un daño ecológico si el barco lleva el logotipo de una ONG y las entradas las venden ellos? ¿O es un mal menor?¿Cuánto menor?¿Por qué tiene más derecho a conocer in situ al lémur o a la iguana aquel que puede pagarlo?... Porque es mercado y punto, porque ni siquiera por la pretendida protección y rescate estamos sino en una sociedad netamente mercantil, donde la campaña que destaca no es la más seria, sino la mejor publicitada. Sin ir más lejos, las fotos de nuestro ya ex-rey con un cadáver de elefante, no les sirvieron a los elefantes, sino a los detractores del Borbón, muchos de ellos poco o nada ecologistas, para hacer chistes de dudoso gusto.
Las campañas, en su mayoría, han servido para lavar ingresos, para sanear imágenes de muchos antiguos traficantes, para que muchos magnates conserven sus colecciones rapiñadas al medio durante décadas y que los ciudadanitos de a pie, posibilistas y manejables, duerman mejor por la noche pensando que aún hay hadas madrinas.
Cada vez me entristezco más y me cuesta más
trabajo ilusionarme, cada vez me entrego menos. No porque mis convicciones
hayan decaído, sino precisamente porque no lo han hecho. Así las cosas, llevo semanas cribando para dar destino a un donativo. A ratos, me entran tentaciones de comprar un enorme surtido de Fulecos y marcharme con ellos de crucero.
miércoles, 26 de marzo de 2014
Escuchando a Jethro Tull
Desde el comienzo de los tiempos, al ser humano le ha
tentado jugar a ser Dios. Memorables, e inquietantes al tiempo, los versos en aquel disco de
Jethro Tull: " And Man became the God that he had created and with his
miracles did rule over all the earth", que
más o menos es "Y el Hombre se hizo el Dios que él mismo había
creado y con sus milagros dominó toda la tierra". Tristemente, deberemos
admitir que para muchos se trata de más que la portada de un
disco. Así que no es de extrañar que,
descubierto el resultado aparentemente favorable a sus intereses, de mezclar
churras con merinas*, el humano se planteara incluso mezclar yeguas con asnos,
leones con tigres y otras muchas vidas que, por supuesto, parecían puestas en
el planeta para su deleite pueril.
En estas reflexiones andaba ayer cuando una amiga me
preguntó con respecto al asunto de los híbridos, destinados a ser mascota. Y es que al surtido tradicional de mixtos de
jilguero y canario, de verderones y otras diminutas "aves de jaula"
(La denominación se las trae, pero eso lo dejaré para otro día) han venido a
sumarse loros y cotorras o los pseudopeluches con apariencia de fieras que
tanto complacen a los más snobs de la gatofilia.
Todos ellos tienen en común varios detalles, pero el
principal es el hecho de que han sido resultado de la decisión humana de
emparejar dos especímenes que en situación normal no lo hubieran hecho. Y lo
digo con toda convicción.
Algún defensor de estas prácticas me dice que en naturaleza
también sucede, pero a su afirmación viene a responder la cruda realidad. No
hay prueba de que dos especies genéticamente bien diferenciadas se crucen
naturalmente ni aún cuando no disponen de congéneres. Así se han extinguido los
bucardos, los guacamayos de Spix, las panteras nebulosas y otras decenas de
especies en los últimos 100 años, sin dejar en el medio silvestre heredero ni
traza alguna.
Es cierto que existe algún caso en que si se han referido mezclas entre seres
sobre los que aún se discute la
catalogación exacta, entre pretendidas especies sobre las que aún se está
dilucidando si se trata solo de subespecies o incluso de variedades
regionales...En cualquier caso, esas pretendidas excepciones ni siquiera se han
perpetuado, lo que demostraría su nula adecuación para la vida natural.
¿Y me preguntas que qué pienso yo? Pues pienso que, a
diferencia de aquel hombre genérico de los Jethro, no veo yo que esto sea
bueno. Pienso, que a las alturas de la ciencia y de la experiencia en que andamos, quedarnos sobrenadando la
superficialidad de la apariencia es cuando menos frívolo y una frivolidad que
quienes nos decimos preocupados por el
planeta no deberíamos permitirnos. Eso pienso.
Alguno, intenta argumentar que además el resultante es más
resistente, supongo que algo han leído sobre el llamado "vigor
híbrido"(la heterosis aplicada en ganadería y que plantea sortear por la
vía de las nuevas mezcla los problemas de la excesiva consanguinidad). Pero
estamos ahí en el intento, a menudo fallido, de desandar lo andado.
Después de fomentar la endogamia para asegurar los
homocigotos (es decir, los individuos purísimos en cuanto a la línea comercial
pretendida) empiezan los problemas. Con ese color extraordinario, con esa
silueta estilizada o con ese pelaje sorprendente, han venido también
inconvenientes que el ilustrado de turno ha intentado sortear. Pues como digo,
de esas prácticas ganaderas, han derivado éstas.
Lo que los hibridadores ignoran-unos porque quieren o porque
les es más llevadero y otros porque de verdad no han accedido a más
información-es que la heterosis puede favorecer también a los genes no
deseados, que los híbridos hereden taras
de ambos progenitores, taras que a veces
no aparentan serlo. Me detendré sobre esto en otro momento para no perder el
hilo, que ya me disperso demasiado.
No voy a discutir que visualmente algunos de esos pobres
engendros tienen cualidades estéticas. Sin ir más lejos, en estos días está
alojado en casa un joven guacamayo
resultante de uno de esos experimentos creativos. Y es mirándolo, manejándolo
cada día, cuando me reafirmo aún más en mi percepción y en mi idea. Ese
espécimen no es ni uno ni otro, tiene vocalizaciones y signos de lenguaje
corporal ambiguos, que otros especímenes no acaban de entender y en los que yo
descubro a sus parentales sin encontrar a ninguno de ambos. Además, presenta
actitudes derivadas de su crianza entre humanos, pues aprendió con ellos
buena porción de su estar actual. Me
inspira más piedad que admiración, lo confieso. Pero él y sus sucesivos
hermanos y primos encuentran y encontrarán acomodo en un mercado donde prima el
snobismo. Tener no es suficiente, tengamos lo raro.
También están quienes plantean que el ejemplar así obtenido
puede ser más dócil -Quiere decirse más manipulable, más usable para nuestros
fines de humanos abusadores de cuanto la naturaleza pone a nuestro alcance- ¿Pretenden
así convencerme de la oportunidad de tal práctica? Pues no lo consiguen, la verdad.
Hoy que vamos sabiendo ya cuánto de oculto pueden guardar
los genes respecto a conducta y a otros rasgos intangibles ¿Podemos limitarnos
a mirar el mejor o peor aspecto de un ser vivo como contemplamos un Miró?
¿Podemos ignorar que los siglos de evolución que han llevado a la naturaleza a
generar y conservar determinada especie separada de otra con la que
coexiste tengan algún sentido?
Ya se ha apreciado en experiencias que iban encaminadas a
otros fines, como los híbridos tienen patrones vocales distintos de sus
parentales, como los rituales de cortejo son incompletos o confusos, cómo algunas pautas de conducta innata
se diluyen con la mezcla. ¿Podemos tener la certeza de que no se perderá esa
llamemos cultura genética?
Yo no niego que la imagen de un bengala resulta sugerente. Pero
¿No lo es también un gato común sano, limpio y activo? ¿No lo son las otras
decenas de pequeños félidos, por cierto muy seriamente amenazados por nuestro
mal hacer? ¿Es necesario que el ave que aletea en mi salón no sea ni una ninfa
ni una cacatúa, para satisfacer mi deseo de algo especial?
Llegamos entonces a otro de los argumentos. Yo no lo busqué,
pero como estaban juntos acabaron criando. Mejor eso que nada. ¿Mejor con
relación a qué? Podemos escandalizarnos con el vídeo del indiecito de youtube
que desvirga a las gallinas de su abuela pero nos parece absolutamente sensato
ese "A falta de pan..." Pues continúo sin entenderlo. Continúo sin
saber qué mecanismo mental nos hace concluir que unas aberraciones son menos
malas que otras, excepto acaso, la triste realidad de que ninguna nos parece
mala o buena, sino acomodada o no al momento de valorarla.
¿Cómo podemos presumir de buen hacer preocupándonos por las
complicaciones de conducta de los ejemplares genéticamente puros que criamos
artificialmente y pasar por alto las complicaciones conductuales que atravesará
un espécimen que no disponga de modelos? Sabemos que en otro tipo de híbridos
es significativo qué especie sea el macho y cual la hembra (hasta en los ya
antiquísimos mulos y burdéganos) ¿Nos hemos preocupado de ello a la hora de
jugar a colorines y formas con nuestras mascotas? ¿Cómo volveremos atrás sobre
nuestros pasos si descubrimos que este camino lleva a mal fin?
¿Por qué mientras se
insiste en preservar razas ganaderas-logradas artificialmente-algunos se
empeñan en generar nuevas especies sin respetar las existentes? ¿Por qué el
argumento que usamos para hacer valer tradiciones cercanas a la barbarie, como
la tan traída y llevada cuestión de los toros de lidia, por ejemplo, no nos
hace parar esta otra destrucción? Es sencillo, no estamos siendo conscientes de
esa falta de respeto. Nuestra visión antropocéntrica del mundo nos permite
escandalizarnos sólo por aquello que en
este análisis superficial nos ha resultado importante, sin profundizar
más allá ni permitir que un titubeo ecológico nos malogre una buena jugada.
Sentimos que lo que no hemos considerado carece de importancia y si llegamos a
caer en la cuenta de que la tiene, ya encontraremos argumentos y excusas para
quitársela y no permitirnos desvelos por algo tan simple. ¡Pues anda que no hay
problemas por los que agobiarse en este mundo!
* En cuanto a la mezcla de churras y merinas, se trata de un juego de palabras. Tengo claro que se trataría de un mestizaje entre dos razas de la misma especie, las ovejas (Ovis orientalis)
viernes, 21 de marzo de 2014
ANA ESTÁ DE VUELTA
Parece ser que a Ana le está costando demasiado adaptarse a su vida de guacamaya libre y asilvestrada. Ana es una hembra joven que, contradiciendo la ilusoria visión de muchos humanos poco o mal informados, no solo no se regodea por las selvas costarricenses, sino que encuentra problemas para desenvolverse en ellas.
Ana es sólo una más de los jóvenes guacamayos ambigua que forman parte del programa de reintroducción del Proyecto Ara, guacamayos con los que se está trabajando concienzudamente, planeando su integración en una bandada, guiando para la vida libre en los que nunca debieron dejar de ser sus territorios... Pero Ana, por alguna razón, no se conduce en el modo esperado, no bebe lo suficiente, no se alimenta bien y acaba necesitando nuevos re-rescates y nuevas re-rehabilitaciones... Yo le deseo toda la suerte del mundo, porque, egoístamente, me la deseo a mi misma y espero que, con estos y otros esfuerzos, las lapas verdes sigan tiñendo los cielos de Punta Islita para las generaciones futuras, aunque yo solo pueda verlos en fotos.
Y, sin embargo, el hecho me lleva a plantearme numerosas dudas y algunas certezas...Si un ave como Ana, teóricamente preparada, no solo no es capaz de integrarse, sino que tampoco lo es de buscar regreso al lugar en que disponía de agua, comida y cuidado, si está a punto de perecer¿Cómo no iban a estarlo la inmensa mayoría de los loros europeizados en territorios aún menos aptos para ellos?¿Cómo somos tan osados de imaginar que nuestros loros, criados y manipulados en hogares urbanos, disfrutan de que los saquemos a exterior o los volemos por el solo hecho de tener alas? ¿No estaremos confundiendo con hechos nuestros deseos? ¿No estaremos una vez más malinterpretándolos cuando los suponemos "más felices"? No tengo respuesta para ello, pero la experiencia- malinterpretada acaso- me ha hecho entender que no todos los loros que vuelan son felices, ni siquiera los que tienen ocasión de hacerlo en los que siempre debieron ser sus espacios. En cuanto los humanos metemos la mano, por bienintencionada que ésta sea, empieza a fallar esa felicidad genérica...O igual es que como papagayos, no tienen el concepto de felicidad que queremos imaginarles, no en vano son extremadamente inteligentes.
Se me podría decir que Ana es la excepción, pero resulta que no, que ni es el único ejemplar mal orientado ni siquiera el más tonto-Entendiendo tonto, una vez más, a la manera humana-La tonta Ana tiene parientes en diversos proyectos de recuperación y otros que nunca estuvieron al alcance directo de humanos, que también sufren percances tontos.
Mis dudas me llevan a otros derroteros ¿Podemos realmente hacer algo por deshacer lo que hemos estado mal haciendo durante siglos y décadas o estamos como Ana condenados a sucesivos fracasos? ¿Tiene vuelta atrás esta mierda de planeta que tenemos entre zarpas? Si esto, sobre la superficie y a la vista, no somos capaces de enmendarlo del todo ¿Cómo suponer que no nos pasarán facturas las prospecciones, las fracturas y otras variadas ocurrencias cuyos percances sucederán en el subsuelo?... pero por ahí descarrilaría en otros asuntos. Quizá en otra entrada, quizá.
Hoy sigo hablando de Ana, mi tocaya, mi desgraciada tocaya que, como cantaba Facundo Cabral no es acá ni de allá, que tiene edad, más muy dudoso porvenir, aunque yo quiera animarme a pensar que quizá a la tercera lo consiga. Mantendré cruzados mis dedos mientras releo lo escrito y aguardo noticias.
¡Buena suerte, Ana! Por tí y por todos nosotros. Por la lejana, lejanísima esperanza de que mis dudas y mis pretendidas certidumbres encuentren un buen camino.
Ana es sólo una más de los jóvenes guacamayos ambigua que forman parte del programa de reintroducción del Proyecto Ara, guacamayos con los que se está trabajando concienzudamente, planeando su integración en una bandada, guiando para la vida libre en los que nunca debieron dejar de ser sus territorios... Pero Ana, por alguna razón, no se conduce en el modo esperado, no bebe lo suficiente, no se alimenta bien y acaba necesitando nuevos re-rescates y nuevas re-rehabilitaciones... Yo le deseo toda la suerte del mundo, porque, egoístamente, me la deseo a mi misma y espero que, con estos y otros esfuerzos, las lapas verdes sigan tiñendo los cielos de Punta Islita para las generaciones futuras, aunque yo solo pueda verlos en fotos.
Y, sin embargo, el hecho me lleva a plantearme numerosas dudas y algunas certezas...Si un ave como Ana, teóricamente preparada, no solo no es capaz de integrarse, sino que tampoco lo es de buscar regreso al lugar en que disponía de agua, comida y cuidado, si está a punto de perecer¿Cómo no iban a estarlo la inmensa mayoría de los loros europeizados en territorios aún menos aptos para ellos?¿Cómo somos tan osados de imaginar que nuestros loros, criados y manipulados en hogares urbanos, disfrutan de que los saquemos a exterior o los volemos por el solo hecho de tener alas? ¿No estaremos confundiendo con hechos nuestros deseos? ¿No estaremos una vez más malinterpretándolos cuando los suponemos "más felices"? No tengo respuesta para ello, pero la experiencia- malinterpretada acaso- me ha hecho entender que no todos los loros que vuelan son felices, ni siquiera los que tienen ocasión de hacerlo en los que siempre debieron ser sus espacios. En cuanto los humanos metemos la mano, por bienintencionada que ésta sea, empieza a fallar esa felicidad genérica...O igual es que como papagayos, no tienen el concepto de felicidad que queremos imaginarles, no en vano son extremadamente inteligentes.
Se me podría decir que Ana es la excepción, pero resulta que no, que ni es el único ejemplar mal orientado ni siquiera el más tonto-Entendiendo tonto, una vez más, a la manera humana-La tonta Ana tiene parientes en diversos proyectos de recuperación y otros que nunca estuvieron al alcance directo de humanos, que también sufren percances tontos.
Mis dudas me llevan a otros derroteros ¿Podemos realmente hacer algo por deshacer lo que hemos estado mal haciendo durante siglos y décadas o estamos como Ana condenados a sucesivos fracasos? ¿Tiene vuelta atrás esta mierda de planeta que tenemos entre zarpas? Si esto, sobre la superficie y a la vista, no somos capaces de enmendarlo del todo ¿Cómo suponer que no nos pasarán facturas las prospecciones, las fracturas y otras variadas ocurrencias cuyos percances sucederán en el subsuelo?... pero por ahí descarrilaría en otros asuntos. Quizá en otra entrada, quizá.
Hoy sigo hablando de Ana, mi tocaya, mi desgraciada tocaya que, como cantaba Facundo Cabral no es acá ni de allá, que tiene edad, más muy dudoso porvenir, aunque yo quiera animarme a pensar que quizá a la tercera lo consiga. Mantendré cruzados mis dedos mientras releo lo escrito y aguardo noticias.
¡Buena suerte, Ana! Por tí y por todos nosotros. Por la lejana, lejanísima esperanza de que mis dudas y mis pretendidas certidumbres encuentren un buen camino.
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jueves, 13 de febrero de 2014
Día tonto
Uno se cree preparado para despedirse. Piensa que es plenamente consciente de que sus vidas y las nuestras no van a seguir la misma línea por décadas, que aunque caminemos en paralelo por mucho tiempo, uno de los trazos se detendrá antes que el otro. Pero la puñetera realidad se impone. El cerebro aparca ese conocimiento de la convivencia finita y se zambulle en ese día a día impagable, lleno de pequeños y grandes momentos especiales, lleno de su fidelidad inquebrantable y de nuestras múltiples infidelidades, de las innumerables roturas del pacto que firmamos el día que elegimos introducirnos en sus vidas.
A todos nos parece que seremos el compañero ideal, consciente, responsable, infalible por todos y cada uno de los días de vida en común y que seremos capaces de salvar su dignidad incluso a pesar de sí mismos. Pero la realidad es que son ellos, desde su animalidad, quienes jamás rompen el contrato, quienes no fallan en ser lo que fueron desde el primer momento en el que entramos en sus vidas. Y casi siempre, son ellos los que acaban dejándonos en un camino que deberemos continuar. Casi siempre son ellos los que nos obligan a asumir que no somos ni tan conscientes, ni tan responsables, ni tan infalibles ni tan eternos. Ahí está el asunto..
Al comenzar la ruta pensamos en todos y cada uno de esos días como interminables, pero ellos que tanto nos han enseñado sobre nosotros mismos, vuelven a enseñarnos también este error. Aquello que nunca iba a llegar llega.Llega de golpe, intenso como un disparo en pleno cerebro. De pronto solo existe la rabia, la tristeza, las ganas de que el mal sueño se revele como tal y todo vuelva a ser tan fácil como tirarles una zapatilla para que no incordien o rascar su cabeza para reconfortarlos. Pero no es un mal sueño, no hay zapatillazos que ahuyenten y las manos de acariciar se vuelven sarmientos secos que no atinan al contacto, porque aquella cabeza ya no es ni será más su cabeza.
Cuando llega el momento solo queda un recurso para seguir la propia línea, agarrarse al surtido de recuerdos que nos han regalado, a las enseñanzas que nos dejan. Dejar que abandonen dignamente nuestra compañía física es la única acción medianamente justa que podemos hacer para pagar todas esas horas de error y acierto, todas esas horas de egoísmo e infidelidad que les hemos regalado junto a la atención, la buena comida, las caricias...
Cuando llega el momento solo queda un recurso para seguir la propia línea, agarrarse al surtido de recuerdos que nos han regalado, a las enseñanzas que nos dejan. Dejar que abandonen dignamente nuestra compañía física es la única acción medianamente justa que podemos hacer para pagar todas esas horas de error y acierto, todas esas horas de egoísmo e infidelidad que les hemos regalado junto a la atención, la buena comida, las caricias...
Con este convencimiento he despedido a algunos de mis mejores camaradas, pero hay un dolor, una duda que no respondo con los buenos recuerdos, una lágrima que no enjuga la memoria de todos ellos ¿Y si fuera mi trazo el que se interrumpe? Nos preparamos para despedirlos-aunque no nos preparemos realmente-nos hacemos mejores siendo con ellos, pero ¿Qué hacemos de ellos acostumbrándolos a nosotros, a nuestras zapatillas voladoras, a nuestras rascaditas y a nuestros despegos? Somos tan egocéntricos que hasta para esto sentimos nuestro propio dolor, nuestra soledad, su ausencia. ¿Cuál será su dolor, su soledad, nuestra ausencia? Me mentalizo yo, me informo de su longevidad, de sus posibles problemas, pero ¿Quién les informa a ellos sobre nosotros? ¿Quién les cuenta que hay humanos que no duran? ¿Quién les conforta cuando no es ya la misma mano la que acaricia, la misma desidia la que no les sigue el juego?
Hoy es un día triste y tonto en el que el dolor de mis amigos humanos reaviva mi dolor y me une a ellos, pero me une también a mis camaradas de ruta, a esos de los que igual me toca despedirme, pero que igual me despiden. Necesito creerme que en su infinita capacidad de percibir lo intangible, estos camaradas saben que los quiero en la forma imperfecta en que un humano ama, con egoísmo, con error, con desidia y entrega. Necesito creer que ellos si saben, que ellos si están preparados para mi ausencia desde el primer momento y que a pesar de ello me perdonan y me aceptan, porque solo creyéndolo seré capaz de continuar sin ellos el día que, si todo se produce según lo esperado, interrumpan su trazo y tenga que agarrarme a sus buenos recuerdos. Ojala nunca deban sentirse como me sentí yo, como sigo sintiéndome cuando, como un rescoldo mal apagado, se reaviva la llama de los amigos perdidos.
"Con un abrazo enorme para Javi y Lorena, pero sobre todo, para todos ellos"
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Tizón
jueves, 16 de enero de 2014
Tú y yo
Mi amor por ti no es amor, no es respeto, se trata de uso. Te uso para sentirme buena, para saber que soy capaz de desvelarme por otro que
no sea yo misma, para pensar que alguien me necesita, para distraer mis horas
más bajas y aparcarte en las altas porque sé que tú seguirás ahí cuando
regrese de ellas… ¿Seguirás?... Si todo continúa su curso sin accidentes, un mal día no
seguirás, tu ciclo habrá terminado y no sabré qué hacer con mi vida sin tenerte
en ella, así que seguramente saldré a buscar consuelo tomando en un refugio, en un comercio o en
casa de un conocido a otra mascota tan irreemplazable como tú a la que ni amaré,
ni respetaré, a la que usaré para sentirme buena, para saber que soy capaz de
desvelarme por otro que no sea yo misma, para pensar que alguien me necesita,
para distraer mis horas más bajas y aparcarlo en las altas porque sabré que
seguirá ahí cuando regrese de ellas hasta que un día, si todo sigue su curso
sin accidentes, su ciclo haya terminado y entonces, quizá salga a buscar otra
mascota irreemplazable.Amen.
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