Cuando hace años, a algún fabricante de comida para animales
se le ocurrió abrir una línea para loros se centró, como suele ser común, en
los aspectos prácticos y en lo que por ese tiempo se conocía sobre nutrición. Tengo
que suponer que le movía una buena fe encomiable y que el asunto del lucro era
una parte del total y no el fin único. Fue seguramente también la buena fe la
que siguió moviendo a la mayoría de quienes han seguido sus pasos y la que, dada la baja aceptación por parte de
las aves de aquellos primeros preparados, les llevó a mejorar la palatabilidad
y el aspecto final, tomando en consideración no solo el cálculo matemático
inicial, sino colorido, tamaño, olor, forma y las restantes variantes que hoy
podemos hallar en el mercado.
Mi capacidad para creer, sin embargo, se ve empañada con
cierta frecuencia cuando asisto a congresos, conferencias o conversaciones
donde encuentro que no se responden ciertas preguntas o que quienes son
interpelados han decidido motu proprio no dar importancia a ese aspecto que a
mí también me preocupa.
Me preocupa, por ejemplo, que se me ofrezcan como excelentes
dos o tres productos del mismo fabricante que resultan no ser iguales en sus
contenidos declarados pero que reúnen cualquiera de ellos “todos los
ingredientes para la perfecta nutrición de mi ejemplar” ¿Cómo puede ser eso
posible? Si el producto A es perfecto ¿Por qué el producto B -igualmente
perfecto a decir del mismo fabricante- no tiene los mismos índices nutritivos? ¿Qué
decir sobre hurtarme detalles en las etiquetas con expresiones como
“Colorantes, aromas y aditivos autorizados”? ¿Autorizados por quién y para qué?
Pues en la mayoría de casos, autorizados para consumo humano, lo cual no quiere
decir que sea inocuo, sino que se han dado permisos (o más bien, que las
autoridades no se han pronunciado en contra).
Y ¿Qué quieren? No llego a asumir que algo que yo como
humana consciente debo consumir con cautela o incluso evitar, pueda resultarle
inocuo a un ser que, hasta donde sabemos, tiene una condición bastante menos
omnívora que la mía, amén de un peso
corporal que es casi sesenta veces inferior. Supondrán algunos que soy de esas
personas a las que una buena teoría de la conspiración bien orquestada le hace
mella y que por eso me resulta inquietante. No diré que no haya caído en
alguna, pero procuro informarme antes de entrar en pánico y también intento
hacerlo en este asunto. He puesto manos a la obra hace bastante tiempo y,
además de tirar de mi memoria (que podía fallar desde los lejanos tiempos de
universidad) me he peleado con revistas y bibliografía y he confirmado que
sigue sin ser oro todo cuanto reluce.
Para comenzar, muchos particulares confunden el que un
colorante sea natural con que sea beneficioso. Natural significa que no ha sido
elaborado industrialmente, que tal colorante existe en la naturaleza y puede
ser extraído de ella para ser utilizado. Los colorantes artificiales se sintetizan
en laboratorios y pueden ser o no aptos para ser ingeridos.Es de suponer que todo colorante autorizado, cualquiera que
sea su forma de obtención, deberá ser apto para su ingestión. Pero ¿a qué nos
referimos con apto? Pues ahí entramos ya en terrenos complicados.
Sabemos hoy por publicaciones científicas, que algunos colorantes naturales autorizados se han asociado a
alergias, a alteraciones sanguíneas en
animales de laboratorio,a casos de hiperactividad, que pueden tener efectos acumulativos… Algunos de los
artificiales más comunes también están bajo sospecha. Que continúen autorizados
suele deberse a que la incidencia de esos casos ha sido proporcionalmente baja
en humanos. Pero ¿Cuántos de ellos se han ensayado en papagayos? La respuesta
se acerca suficientemente al no sabe/no contesta.
Así las cosas, sólo me cabe
tomar algunas notas particulares y compartir el detalle, que
cada cual elija su camino.Muchas de las ideas que con todo esto se me plantean sirven
también para mí como humana consumidora, pero creo que a estas alturas a pocos
tendría que explicarles que eso de “comer con los ojos” es una verdad a medias.
Ni las frutas más bonitas son siempre las más sabrosas ni algunos de mis
alimentos favoritos son lo que podemos decir estéticamente bellos.
Pero vuelvo
a los papagayos. La naturaleza les ha dotado de una percepción ultravioleta que
consigue por ejemplo que aprecien el punto de maduración de un fruto conocido
sin llegar a probarlo con su pico, les ha dotado de un sentido del gusto
bastante más desarrollado que a otras aves, de forma que resulta bastante
complicado que acepten medicamentos de olor o sabor intenso, que beban aguas
medicadas con productos que las tiñen ¿Pretendemos engañarlos? ¿O nos engañamos
nosotros?
Pensemos un poco más a fondo. Si un producto perecedero
pierde olor, color, si cambia de textura, significa también que está cambiando
sus propiedades, si lo escondemos, sencillamente no estamos dando al papagayo
lo que creemos, sino otra cosa. Si la situación se prolonga, podrán sobrevenir
carencias y daños. ¿Era eso lo que me plantee al elegir el “producto completo
que satisface todos los requerimientos y bla bla bla”? Imagino que no.Además, si incluyo sustancias de este tipo, estaré, como poco, dando
trabajo extra a sus “órganos filtro”. Tampoco eso entraba en mis planes.
Voy a añadir otro elemento de duda más. De esos colorantes
naturales y autorizados varios de los más usuales son de origen animal. Así pues,
yo, que me pienso muy mucho qué productos podré usar con un animal muy notablemente
vegetariano ¿Voy a suministrarle con fe ciega productos animales sin
apercibirme de ello? Cuando este uso se prolonga por los muchos años de vida,
tal vez lo que era un aporte mínimo empiece a pasar factura. ¿Me lo había
contado alguien? ¿Lo sabe acaso ese gurú del saber papagayístico que todo me lo
remedia con pellets? A menudo llego a la conclusión de que no, pero lo mismo
soy demasiado “tiquismiquis”.
Otros aditivos son minerales, minerales a los que un
papagayo, claro está, no habría tenido acceso si yo no eligiera incluirlo en su
menú de mascota. Por ejemplo ¿Sabemos cuánto hierro no orgánico suministramos a lo largo
del año a un papagayo que toma una dieta basada en pellets coloreados? ¿Lo
tenemos en cuenta nosotros o nuestros veterinarios cuando aparecen picajes,
daños hepáticos y otras alteraciones que en otros contextos se asocian al exceso de ese
elemento? Mi respuesta vuelve a ser que no y la experiencia me lo ha mostrado.
A alguno de los que me lea, quizá mis alarmas y mis dudas puedan
resultarle excesivas, pero si hace más de dos décadas no me inspiraban simpatía
los preparados industriales, hoy, después de la experiencia práctica directa y
de profundizar en el estudio y las lecturas técnicas, sigo sin entender por qué
unos animales a los que considero inteligentes y con amplísimas capacidades
perceptivas, deban ser adiestrados a comer cosas que a mí misma no me convencen.
Sé que todo menú ofrecido en cautividad va a ser imperfecto, pero en mi pelea
por reducir esa imperfección, sigo incluyendo el evitar que entren por su pico
productos que a duras penas me entran a mí por los ojos.
NOTA (o traducción de apoyo a navegantes de las claves alfanuméricas que encontramos como información en las etiquetas y que a la mayoría dejan más bien a oscuras):
- E-1… son colorantes. Proporcionan una coloración más llamativa, más intensa o sencillamente diferente del producto inicial.
- E-2… son conservantes. Ayudan a que el producto dure más
- E-3…son antioxidantes. Evitan que el producto se altere, por ejemplo por exponerlo al aire
- E-4…son emulgentes, espesantes, gelificantes… es decir, aportan textura
- E-5…son antiaglomerantes… Se usan para evitar grumos y cambios de consistencia
- E-620 a 635 son potenciadores del sabor
- E-950 a 967 son edulcorantes