domingo, 29 de diciembre de 2013
WOUNDA. Cuentos, leyendas y despedidas
De niña, me fascinaba, como a tantos otros, ver "Planeta azul" o "El hombre y la tierra". Cuando empecé a saber un poco más, sentí malestar por la estafa de descubrir que muchos de aquellos documentales no eran-no podían serlo-transcripción literal de las realidades vividas, sino idealizaciones brillantísimas que Rodríguez de la Fuente y su equipo, buenos conocedores del alma humana, habían preparado para causar ese impacto emocional y esas sensaciones que condujeron, ciertamente, a muchos de los entonces niños a dedicarse a estas tareas, que permitieron que muchos paisanos de nuestras tierras tuviesen que aceptar convivir con buitres, águilas o lobos, pero también-todo hay que decirlo- que el ecologismo de salón floreciera de modo exponencial.
A diferencia de la mayoría de los activistas de hoy, Félix no convencía por el espanto, sino buscando una empatía amable, haciendo que los espectadores llegasen a sentir tanta ternura por el cazador como por el cazado, tanta fascinación por las destrezas de unos como de otros. Ponía-a qué negarlo- un toque de protagonismo que a algunos molestaba, aunque estaba-yo creo- en su derecho. A estas cosas hay que ponerles cara y ojos, la abstracción rara vez engancha a las mayorías. Y a eso voy.
En las últimas semanas ha circulado por las redes sociales un vídeo de la fundación Jane Goodall donde se ilustraba la liberación de Wounda, la hembra de chimpancé que presta su nombre a mi comentario. He vuelto a pensar en Félix, en la eficacia y en el error de este tipo de mensajes. El abrazo de este animal ha corrido de boca en boca y de pantalla en pantalla con una eficacia mayor que las imágenes de las manos de gorilas amputadas y sangrantes o las frías estadísticas anuales sobre matanzas, listas rojas y otros datos igualmente objetivos y terribles. El cuento, como aquella Dianne Fossey edulcorada que nos vendía Sigourney Weaver en su recreación de "Gorilas en la niebla", ha movido más corazones que la realidad. Y aquí estoy yo, quitándole la ilusión infantil a quien me lea, porque la verdad no solo no es menos valiosa, sino que me parece tanto o más digna de ser propagada.
Veo el vídeo de Wounda y un trozo de mí siente un terrible desgarro, pero la causa no es la interpretación antropocéntrica de su gesto, sino muy al contrario, la reflexión. Es ésta la que me hace plantearme el nivel de confianza puede tener ese animal en sus cuidadoras humanas para buscar en ellas apoyo ante una situación inquietante. Después pienso tantas otras cosas : Cómo esa hembra, ante la puerta abierta y la selva no sale a escape para perderse en ella como algunos falsos liberadores hubieran imaginado, sino que duda, se inquieta, se lo piensa. La selva, su hábitat, es lo desconocido, lo que atemoriza y hace retroceder, los humanos, la jaula, el camión, se convierten en elemento familiar.¿Sólo a mi me parece terrible esto?
Como decía, los hechos no son menos valiosos. Yo no he entendido ese abrazo como una despedida agradecida, quizá porque he visto otras cosas y otros abrazos, pero eso no le quita valor ante mis ojos. Wounda siente que quien conoce lo que le aguarda, quien está más preparada para apoyarla es esa humana que la tocaba a través de los barrotes, que se dirige a ella en un lenguaje híbrido chimpancé x inglés y mantiene una calma tensa. ¡Por supuesto que ese abrazo me conmueve! pero lleva dentro tantas cosas trágicas y me trae tantos recuerdos que no puedo compartirlo alegremente, que no puedo evitar una duda cuando los activistas de la fundación Goodall nos piden divulgarlo.
Procuro creer que, como me ocurrió un día con los lobos, el alimoche y las nutrias de Félix, la fascinación anime a algunos jóvenes a leer a Goodall, a conocer sus trabajos y a conocer la verdad, esa que dice que los chimpances pueden planear guerras, cometer infanticidios y practicar el canibalismo sin ser por eso menos dignos de respeto de lo que son ahora, con motivo de este vídeo. Mi puñetero sentido crítico sigue activo, me hace reparar en cómo una vez más se ha recurrido al personalismo, a la figura carismática que, probablemente, haya compartido con Wounda muchas menos horas que otros miembros del equipo cuyos nombres desconocemos. No me molesta que ella sobresalga, me duele que siga siendo necesario este poner cara, ojos y nombre amable a unos hechos para que lleguen al gran público, me duele que podamos singularizar a Wounda porque, como bien resalta la señora Goodall, quedan tántos esperando y son tan pocos los que pueden liberarse... Me duele hasta en lo físico saber, haber conocido de primera mano, cuantos ejemplares jamás podrán volver a esa selva aunque se dotaran todos los medios materiales, me duelen dentro las Julietas, los Gordos, los Julios, los Javieres,las Tatus, lasMojas, los Curros, los centenares de chimpancés cautivos a quienes el ser humano ha incapacitado para toda posibilidad que no siga siendo la muerte o una cautividad un poco menos indigna que la que tuvieron.
Respeto y admiro a Jane Goodall y me alegro por Wounda, pero es la mía una de esas alegrias incompletas que saben peor que la rabia y que la indignación. Mientras esto escribía, me llega la noticia de una muerte tan inútil, tan cruel y tan nuestra como la nueva vida de Wounda, como la otra vieja vida que ella tuvo y de la que la inmensa mayoría no se despedirán aunque cambiemos de año. Yo también le pongo cara y ojos a estas noticias, por eso mientras pienso que el 2013 es el año de la liberación de Wounda, sé también que ha sido el último en la vida de Gordo y de otros cuyos nombres nunca llegaremos a conocer. Bienvenida a la realidad.
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lunes, 4 de noviembre de 2013
¡Cuánto me quiero en ti!
¿Cuántas personas dicen, o decimos, amar profundamente a los animales? Pocas son absolutamente honestas en la afirmación. La mayoría de nosotros esgrimimos el que llamamos amor de formas que muy poco tienen que ver con un sentimiento altruista , aunque lo practiquemos en asociaciones y entidades de recuperación, de rescate, de acogida, aunque nos adhiramos a mil campañas de concienciación. La puñetera realidad es que hacemos de esos animales un vehículo que nos permite querernos a nosotros mismos en una nueva forma, dormir bien por la noche y sentirnos estupendos porque hemos recogido una tórtola herida en el jardín, o un gatito del contenedor de la esquina...
De todos nosotros, pocos hacemos un examen profundo de conciencia, pocos nos asumimos en este aspecto de sofisticado egoísmo que, sí, es cierto, a veces tiene buenos resultados, pero que con frecuencia lo tiene a pesar de y no a causa de.
El acto en sí mismo puede tener mucho de bienintencionado, pero la mayoria de nosotros ha cedido realmente a ese sentimiento de compasión que duele en la boca del estómago y muy pocas veces ha optado por la reflexión de qué era lo mejor, objetivamente mejor, para ese animal. He visto tantas veces a tantas personas de mi estima diciendo aquello de "Es que si no está conmigo..." o aquello otro de "Si supieras la cantidad de cosas que he tenido que hacer , pobrecito".
No voy a dar lecciones de nada. Pasaron muchos años antes de que yo misma me asumiera y entendiera cuantos de mis actos eran una forma elaborada y no advertida de afirmación personal. Y es que sienta muy bien jugar a heroína. No pretendo que lo reconozcáis públicamente, pero me gustaría pensar que reflexionáis al respecto. Yo procuro hacerlo cada vez y suele funcionar.
¿Qué tipo de evaluación hacemos para decidir introducirnos en la vida de un animal? Me inquietan mucho esas personas que, por ejemplo, hacen campañas radicales a favor de la adopción y acaparan en casa varios desdichados a los que, claro está, ofrecen lo mejor. No es extraño que cuando se acude a una de esas casas uno encuentre que esa excelencia no es tal, o cuando menos no lo es, entendido al modo animal.
Recuerdo hace unos años un pretendido paseo por el bosque con una amiga rescatadora y su último pupilo, uno de esos lebreles abandonados cruelmente por no ser apto para la caza y bla, bla, bla. Cierto. Cada temporada se reproducen estos hechos con vergonzosa frecuencia y también yo deseo con toda mi alma que las leyes se endurezcan y se apliquen sin contemplaciones contra estos desalmados, pero no era esta la cuestión. Ya tengo asumido que estos sujetos ni dudan, ni se autoevalúan, ni pueden mejorar fácilmente. Mi relato se refiere a mi amiga, a su perro y a mí. La mañana había amanecido lluviosa, así que ella, ni corta ni perezosa,colocó al perro un complicado impermeable color pistacho con corchetes en forma de hueso. No entendió mi horror, ni supo ver que la postura corporal del can denotaba todo menos complacencia. A continuación, con la misma amorosa dedicación le colocó unas botitas en las patas y le plantó un par de sonoros besos en el hocico.
Cuando le dije que yo no salía con ellos de tal guisa se sintió desconcertada. Sugerí que dejase aquellos trastos, que esperásemos a que escampara, pero respondió "Es su hora de salir, si no se desorienta ya para todo el día" con lo que todavía acrecentó mi horror. Estoy segura de que algún lector estará en el lado de mi amiga y seguirá sin entenderme, pero aún así expongo mi punto de vista, mi desolación. ¿Hasta qué extremo hemos llevado a los animales en cuyas vidas nos introducimos? Un perro saludable debe tolerar una llovizna, debe tolerar un cambio de rutina y debe poder solventar esos pequeños problemas. Creo que de hecho, la inmensa mayoría de ellos pueden hacerlo, somos los humanos quienes no podemos asimilar fácilmente que nos necesitan un poco menos y sobre todo que, en caso de necesitarnos, puede no ser en la forma en la que nos damos a ellos.
He conocido muchos más casos significativos, incluso más sangrantes, pero no pretendo regodearme en ellos, entre otras cosas porque me importa más la reflexión o el mea culpa que quedarnos en la superficialidad de la anécdota vistosa.
Es verdad que hacemos mucha falta muchos humanos para achicar en este naufragio de abandonos y maltratos, pero como en toda catástrofe, la racionalidad debe guiar al corazón. No podemos permitirnos errores que conduzcan a pequeños o grandes sufrimientos. No podemos hacer de estas pobres bestias un elemento de autoayuda encubierta y, la verdad, es que lo hacemos con excesiva frecuencia.
De todos nosotros, pocos hacemos un examen profundo de conciencia, pocos nos asumimos en este aspecto de sofisticado egoísmo que, sí, es cierto, a veces tiene buenos resultados, pero que con frecuencia lo tiene a pesar de y no a causa de.
El acto en sí mismo puede tener mucho de bienintencionado, pero la mayoria de nosotros ha cedido realmente a ese sentimiento de compasión que duele en la boca del estómago y muy pocas veces ha optado por la reflexión de qué era lo mejor, objetivamente mejor, para ese animal. He visto tantas veces a tantas personas de mi estima diciendo aquello de "Es que si no está conmigo..." o aquello otro de "Si supieras la cantidad de cosas que he tenido que hacer , pobrecito".
No voy a dar lecciones de nada. Pasaron muchos años antes de que yo misma me asumiera y entendiera cuantos de mis actos eran una forma elaborada y no advertida de afirmación personal. Y es que sienta muy bien jugar a heroína. No pretendo que lo reconozcáis públicamente, pero me gustaría pensar que reflexionáis al respecto. Yo procuro hacerlo cada vez y suele funcionar.
¿Qué tipo de evaluación hacemos para decidir introducirnos en la vida de un animal? Me inquietan mucho esas personas que, por ejemplo, hacen campañas radicales a favor de la adopción y acaparan en casa varios desdichados a los que, claro está, ofrecen lo mejor. No es extraño que cuando se acude a una de esas casas uno encuentre que esa excelencia no es tal, o cuando menos no lo es, entendido al modo animal.
Recuerdo hace unos años un pretendido paseo por el bosque con una amiga rescatadora y su último pupilo, uno de esos lebreles abandonados cruelmente por no ser apto para la caza y bla, bla, bla. Cierto. Cada temporada se reproducen estos hechos con vergonzosa frecuencia y también yo deseo con toda mi alma que las leyes se endurezcan y se apliquen sin contemplaciones contra estos desalmados, pero no era esta la cuestión. Ya tengo asumido que estos sujetos ni dudan, ni se autoevalúan, ni pueden mejorar fácilmente. Mi relato se refiere a mi amiga, a su perro y a mí. La mañana había amanecido lluviosa, así que ella, ni corta ni perezosa,colocó al perro un complicado impermeable color pistacho con corchetes en forma de hueso. No entendió mi horror, ni supo ver que la postura corporal del can denotaba todo menos complacencia. A continuación, con la misma amorosa dedicación le colocó unas botitas en las patas y le plantó un par de sonoros besos en el hocico.
Cuando le dije que yo no salía con ellos de tal guisa se sintió desconcertada. Sugerí que dejase aquellos trastos, que esperásemos a que escampara, pero respondió "Es su hora de salir, si no se desorienta ya para todo el día" con lo que todavía acrecentó mi horror. Estoy segura de que algún lector estará en el lado de mi amiga y seguirá sin entenderme, pero aún así expongo mi punto de vista, mi desolación. ¿Hasta qué extremo hemos llevado a los animales en cuyas vidas nos introducimos? Un perro saludable debe tolerar una llovizna, debe tolerar un cambio de rutina y debe poder solventar esos pequeños problemas. Creo que de hecho, la inmensa mayoría de ellos pueden hacerlo, somos los humanos quienes no podemos asimilar fácilmente que nos necesitan un poco menos y sobre todo que, en caso de necesitarnos, puede no ser en la forma en la que nos damos a ellos.
He conocido muchos más casos significativos, incluso más sangrantes, pero no pretendo regodearme en ellos, entre otras cosas porque me importa más la reflexión o el mea culpa que quedarnos en la superficialidad de la anécdota vistosa.
Es verdad que hacemos mucha falta muchos humanos para achicar en este naufragio de abandonos y maltratos, pero como en toda catástrofe, la racionalidad debe guiar al corazón. No podemos permitirnos errores que conduzcan a pequeños o grandes sufrimientos. No podemos hacer de estas pobres bestias un elemento de autoayuda encubierta y, la verdad, es que lo hacemos con excesiva frecuencia.
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martes, 15 de octubre de 2013
¿SOCIALIZAR O SOCIABILIZAR? (Para ir pensando)
Como en bastantes otras cuestiones
relacionadas con animales cautivos, y en especial con mascotas, me preocupa el
inadecuado uso del lenguaje, no solo porque esté convencida de que nos conviene
conocer nuestro idioma para entendernos y hacernos entender (que esto vale para
cualquier otro campo profesional) sino porque denota una actitud de “todo vale”
y en especial un “Todo vale si viene del extranjero” que resulta muy dañina.
De no saber sobre casi nada
posterior a Darwin- y aún éste mal conocido por la mayoría de nosotros- hemos
pasado a leer, citar y “españolizar” términos ajenos con una ligereza
preocupante. O al menos a mí me preocupa mucho por lo que implica.
Del total de términos,
supuestamente técnicos, españolizados y utilizados por mis colegas y afines en
artículos, conferencias o cursos, más del 60% son inapropiados o innecesarios,
porque existe una palabra nativa anterior, incluso más comprensible para la
mayoría. ¿Por qué entonces no se utiliza? Básicamente por dos motivos, el
primero porque estos comunicadores del saber desconocen su idioma y no tienen
mayor empeño en mejorar su conocimiento de él, segundo, porque en realidad
muchos de ellos no quieren realmente comunicar la información, sino exhibir que
tiene acceso a un código que a la mayoría de los mortales no nos alcanza (Sí,
si, como los tan denostados políticos. Por ahí van los tiros).
Recuerdo un enriquecedor debate
con mi inolvidable profesor de literatura, Don Leonardo Romero, en el que
tratábamos sobre jergas y argots y donde precisamente llegábamos a esta
conclusión, demasiados términos profesionales no buscan la comunicación real,
sino la identificación y auto-reconocimiento entre los miembros del grupo.
Pero lo más preocupante no es que
los pretendidos especialistas de la “animalogía” (englobemos bajo esta licencia
a todo profesional de la biología, veterinaria, psicología animal y otros de cuantos hoy ofrecen sus servicios a
mascotas) utilicemos un lenguaje específico, sino que además lo utilizamos mal
y a destiempo. Hemos pasado a valorar más la forma que el contenido, a separar
a uno de otro o a combinarlos haciendo que pierdan su significado, porque
muchas veces ese significado importa un bledo. Hemos pasado de usadores a
abusadores de la jerga pseudoprofesional.
Hecha esta larga introducción, voy
al objeto de mi nueva reflexión. La utilización indiscriminada de los términos socialización
y sociabilización, referida especialmente a papagayos, pero que
sirve también a perros, conejos u otros
animales mascota y que es un ejemplo de cuanto digo.
Para arrancar os descubriré algo sorprendente-
es un decir-estas dos palabras NO SIGNIFICAN LO MISMO y no es la misma misión, ni tiene el mismo
resultado, ni los mismos efectos, socializar que sociabilizar un animal criado
entre humanos, pero el drama no es llamar
a una cosa por otra, el problema está en hacer
una cosa por otra pensando que es lo mismo.
Los animales que solemos aceptar
como mascotas, incluidos los exóticos, son a menudo especies sociales, en sus hábitats
de origen están asociados, viven en sociedades o en grupos más o menos
organizados. Cuando criamos un ejemplar de alguna de estas especies en
cautividad, además de conseguir que sobreviva, tenemos que hacerle partícipe de una sociedad, socializarlo. Para ello deberá aprender los modos de
relacionarse entre quienes forman su grupo, debe conocer los límites de la
relación y de dicho grupo, lo que está bien aceptado y lo que implica rechazo o
exclusión. Es un trabajo complejo e imprescindible para la vida dentro del conjunto. Además de ello, algunos especímenes
son sociables,
es decir, están naturalmente inclinados
a la relación con otros seres vivos y se complacen con ella. Esta característica
individual debe desarrollarla el
propio ejemplar. A lo sumo, si decidiéramos hacer una crianza con fines comerciales – lo que no es el
motivo de mi reflexión de hoy- deberíamos favorecer la cualidad eligiendo
parentales verdaderamente sociables y acomodando el ambiente, para que naciesen
crías que, sintiéndose cómodas y relajadas, tuvieran propensión al trato,
fueran también sociables.
Hace décadas que hemos ido más
allá. Unos consciente y otros inconscientemente, forzamos la sociabilización,
o lo pretendemos. Hemos pasado de la cualidad natural a una manipulación de la
mente para que nuestros animales nos brinden una apariencia de sociabilidad. Puede sonar terrible, pero buena parte de los
exóticos del mercado no son sociables, sino algo próximo
a enfermos
mentales. Con nuestro manejo, con nuestros modos de crianza y de
tenencia generamos individuos deprivados, sobreestimulados, forzados en su
infancia, estancados en esa etapa infantil, que apenas saben hacer otra cosa que buscar al
humano y dejarse hacer. ¿Pero es esto una verdadera sociabilidad? No solo no lo
es, sino que con absurda frecuencia da lugar a individuos difícilmente sociales, es
decir, la que debía ser una cualidad añadida acaba resultando un problema para
su integración social.
En los muchos años que llevo
tratando con mascotas exóticas he tenido la fortuna de conocer ejemplares sociables. Animales bien desarrollados
mental y físicamente,-incluso otros con alguna tara- que disfrutaban realmente
de relacionarse conmigo y con otros seres de su entorno, pero que no me
necesitaban, en el sentido estricto del término. Tristemente y por el
contrario, la enorme mayoría eran animales que no sabían y que no podían hacer
otra cosa que dejarse estar entre humanos, pese a sus temores o a sus cautelas
innatas, con todo el desajuste que esto supone para cada momento de sus vidas.
Un individuo naturalmente sociable y que ha sido socializado en su etapa de emancipación y primer
aprendizaje, es un compañero ideal. Se
complace en las ocasiones de trato, las disfruta y sabe desenvolverse en ellas,
porque además de gustarle estar con otros, ha aprendido los códigos del grupo, repito,
ha sido socializado. La mayoría de las mascotas que llegan a nuestras consultas
no son así. Por el contrario, son animales que en el proceso de crianza han
sido condicionados a para que admitan prácticas a capricho y complacencia del humano. Se trata incluso
de prácticas que difícilmente agradarían a un espécimen como él, si no se hubiese
realizado tal forzamiento previo. Peor aún, insisto, prácticas que lo limitan socialmente.
Pondré un ejemplo frecuente.
Imaginemos uno de tantos jóvenes loros que son adquiridos antes de su completa
emancipación, alguno incluso para que la familia termine de cebarlo en casa y
que, pasados unos meses resulta gritón, vuela sobre nosotros cada vez que nos
ve aparecer, se desespera por estar encima, pellizca cuando está en el brazo …
No es un animal socializado. No ha adquirido las habilidades que necesita para
vivir en esa sociedad familiar, porque su modo de pedir relación genera rechazo, porque no sabe
solicitar en un modo correcto, ni sabe entender los gestos de los humanos con
que convivirá, porque no respeta las
actitudes de los demás miembros del grupo. A una negativa o a un intento de
disuasión cortés responde con gritos o con picotazos, repite la acción
rechazada, persiste en su reclamo hasta hacerse molesto, se desespera y
manifiesta ansiedad... Sin embargo, en las primeras semanas hizo pensar que era
muy sociable, porque “todo el tiempo
quería estar con nosotros”. La realidad es que ese pollo no podía hacer otra
cosa entonces, porque lo necesitaba físicamente para sobrevivir. Pero a los
humanos les complacía ese supuesto cariño y nada hicieron para enseñarle las pautas de convivencia en el
grupo social en el que iban a integrarlo. Unos por desconocimiento
estricto, otros por desidia, otros más por puro egoísmo…
En la mayoría de los casos el
origen está en nosotros, los supuestos profesionales, los llamados a educar al
público en sus demandas. Del mismo modo que lo hemos guiado para que reclame criados
en cautividad y animales documentados y chequeados o para que seleccione tal o
cual tipo de comida. Cualquier día de estos me entretendré en ir más allá, en hablar del puro hecho de tener mascotas con nosotros, pero la realidad hoy es que tales mascotas están en nuestras vidas y que no cabe la liberación extemporánea de cuantos animales mantenemos cautivos. Pero sí podemos y, creo que debemos, empezar por un cambio de enfoque.
Nos hemos habituado a estudiar la
conducta de los animales en los laboratorios, en condiciones controladas por
los humanos y a deducir de ellas lo que deberá ser. Los convertimos en objetos de estudio, no los valoramos como sujetos
plenos. La realidad viene a imponerse
después. Ni el entorno familiar es equivalente al laboratorio, ni tampoco al
medio natural del que ellos o sus parentales proceden. Además, el animal no es
tan solo el objeto que controlamos en el estudio X sobre el aspecto Y de
la conducta. Todo el conjunto, los 360º del campo, son importantes en cada minuto
de la vida de un ser vivo. Si excluimos un sector, equivocamos las conclusiones
y al tratar de aplicarlas así, generamos sufrimiento y desajustes. No puede ser
de otra forma.
Casi con la misma frecuencia con
que se pretende manipular la sociabilidad, se desdeña completar la
socialización. Unas veces porque se ignora que sea necesario, se presupone que las
reglas sociales son innatas a todos los
efectos o, a lo sumo, que se inducen por el hecho de hacer que el animal viva
entre nosotros desde muy joven.
Otras veces se imagina que poner
reglas al animal es menoscabar su identidad específica. Pero el menoscabo comenzó en el momento de
apartarlo de su medio. Ahora debemos o bien devolverlo a él o, de no ser esto
posible -como no lo es en la mayoría de casos- preservar su integridad y la
máxima calidad de vida en las nuevas condiciones.
Y un animal que no conoce reglas,
no comprende su entorno, no sabe cómo conducirse en él, no sabe lo que éste le
depara. No puede llevar una vida de calidad, porque estará inseguro, porque sus
relaciones con el grupo serán confusas.
“Yo no voy a ponerle reglas al pobre animal, dejo que sea libre” esto, que suena tan idealista, es una irresponsabilidad tan
grande como el extremo opuesto. Diré una gran perogrullada, pero parece que a
muchos se les escapa: No puede haber
libertad en la cautividad ¿Cómo que
a mí no me gusta encerrarlo? Nuestras casas, nuestras fincas, son jaulas -grandes
quizá, pero jaulas- son límites definidos por nosotros humanos. Es mentira que
su loro pueda ir donde quiera y ni siquiera es bueno que pueda hacerlo, porque
el espacio humanizado tiene peligros y riesgos que el animal desconoce y
respecto a los que hay que guiarlo, como lo hubieran guiado sus padres en la
vida natural.
Paradójicamente, muchos de los
trabajos que desarrollamos con nuestras mascotas están creando reglas y
haciendo que éstas sean interiorizadas hasta repentizarlas, pero no las
capacitan para su vida social.
Para vivir entre humanos toca
aprender reglas y entenderse mínimamente con ellos, pero la mayoría de nosotros
no tenemos en mente facultar al ave para un mejor desenvolvimiento, sino
adiestrarlo para nuestro disfrute. Así sucede que manejamos horarios y tiempos
a nuestro antojo, que empezamos a adiestrar acciones poco menos que gratuitas
en etapas en las que debería estar aprendiendo pautas de relación. Encuentro
muy frecuentemente aves que saben hacer acrobacias o cantar una canción, pero a
los que es poco menos que imposible recoger en su transportín o revisar sin un escándalo de gritos, picotazos y
estrés. No considero que esos ejemplares hayan sido preparados para vivir entre
humanos. Muchos de esos mismos ejemplares, desarrollan conductas de cortejo con
sus propietarios y son incapaces de aceptar a un congénere, es decir, tampoco
están capacitados para vivir entre loros. Así pues ¿Podemos considerarlos
socializados? ¿Y sociabilizados? ¿Disfruta de la relación un papagayo cuyo
objetivo final sería hacer nido y copular con su propietario y al que éste
rechaza o reprime por ello? Yo entiendo que no.
¿Es posible enseñar esos códigos
de conducta sin destruir su condición de espécimen? Estoy convencida de que sí,
si cada paso se da en el momento preciso, en la dirección oportuna y con conocimiento
de conjunto, sabiendo de dónde partimos, a dónde pretendemos llegar y cuáles
son las consecuencias del sistema utilizado.
Mi conclusión es que se hace necesario socializar
a los animales sociales de que nos hacemos cargo y entiendo que, además, se
impondría una doble socialización, es decir, sociales en cuanto a su especie,
conocedores de sus reglas naturales- que
debería aprender de sus congéneres- y también sociales en cuanto a la
cautividad, es decir, conocedores de cómo se establecen las relaciones con el
resto de seres vivos que habitan en el hogar, normas en que estaríamos
obligados a guiarles los humanos.
Pero se impone además que
dediquemos nuestros esfuerzos a un respeto real en el ejercicio de nuestra
labor: se impone que aprendamos, asumamos y transmitamos que no
todos los ejemplares de una especie social son igualmente sociables y
que intervenir con técnicas de condicionamiento sobre esa sociabilidad es una
manipulación éticamente intolerable para quien dice amar la naturaleza. Y esto implica muchos cambios de sistemas,
de plazos, de actitudes, muchos cambios de enfoque que empiezan a ser urgentes
si no queremos que esa extinción de especies empiece precisamente por nuestras
casas, por la fabricación de individuos que nunca serán aquellos que fascinaron
a nuestros antepasados y que aún pueden fascinarnos a nosotros.
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martes, 1 de octubre de 2013
LA VARA DE MEDIR
Un perro cabalga calle adelante disfrazado de Bob
Marley o más bien de un remedo grotesco.
Una camisa envolviéndole el lomo, gafas de sol sobre el hocico y un pelucón de
rastas bajo una gorra con los colores del arco iris. Bajo la imagen, decenas de
comentarios risueños o complacientes entre los que abundan los de personas que
acaban de denostar públicamente los zoológicos o que comparten anuncios de adopción de gatos,
conejos, hurones u otros animales abandonados.
La vara de medir el animalismo puede ser así de confusa, así de
incoherente. Es posible encontrar a tantas personas convencidas de su amor por
los animales como personas capaces de tratar irrespetuosamente un animal sin
ser conscientes de ello. Este es uno de los mayores problemas de una actitud
que batalla a menudo por causas justas, pero donde la
superficialidad acaba arruinando demasiadas veces los resultados.
Después de todo ¿Qué es el respeto? El diccionario lo define
como veneración, acatamiento, consideración, miramiento, deferencia… La inmensa
mayoría de los que se dicen animalistas entienden que están aplicando todo eso y mucho más
cuando se relacionan con los animales, pero ¿De verdad es considerado burlar o
deteriorar la identidad de un ser vivo como espécimen? ¿De verdad hay
deferencia en hacer que un animal se supedite a nuestras necesidades más
peregrinas?
No es inususal que alguien que ha denostado a un comedor de
filetes pueda vestir a su cacatúa con un disfraz de Halloween o se retuerza de la risa viendo en un vídeo de youtube cómo un chimpancé monta en un triciclo ¿Cuál es el rasero por el que una necesidad
tan inmediata y evidente como comer deviene en maltrato y el uso de un animal
como objeto de mofa no lo es?
Podemos convenir en que hay grados y grados, pero si una
cosa está clara es que de todas las posibles necesidades humanas que se cubren
usando a los animales, la humanización de sus vidas
es la más prescindible.Ahora bien, la mayoría de nosotros, que afirmamos amarlos, hacemos un uso egoísta de ellos, a veces incluso para afirmarnos frente a otros animalistas como más y mejores porque sustentamos tal o cual práctica.
Perdonenme ustedes la tontería, pero entre el niño suburbial que se come con fruicción el bocadillo de chopped y la señorita Hilton o sus amigas comprándole collares de diamantes a su caniche, me quedo con el primero. Y si tengo que apalear a un paisano para demostrar mis convicciones, pues va a ser que no, me disculparán la deserción.
No sería mala cosa que de vez en cuando, entre fotito de denuncia y manifestación X hiciéramos una autoevaluación concienzuda. Incluso sería todo un detalle de auténtico respeto y defensa de valores el que empezáramos a ejercitar el sentido común y el respeto, sí, por ese animal tan maltratado por nosotros mismos que es el ser humano. Sólo de esa forma seremos capaces de hacer nuestras causas más creíbles, nuestras batallas más eficaces, nuestros resultados más duraderos.
viernes, 27 de septiembre de 2013
Demasiado indigesto
Si una tercera parte o menos de la empatía que decimos tener
para con los animales fuéramos capaces de tenerla con los seres humanos, este
mundo sería más habitable.
Pero la realidad es que debemos ir todavía un paso más allá
en la reflexión. La tal empatía no es cierta, porque en realidad, nuestras
conductas y nuestras reflexiones son resultado de la digestión de cuanto
percibimos, sí, pero también de cuanto percibieron, digirieron y nos cocinaron otros.
Como muchos sabéis, digerir no es lo mismo que asimilar, así
pues, por cada buena digestión, por cada asimilación completa, hay otras varias
que no lo son y que nos alcanzan igualmente. Al final, no somos sino elaboradores
de una conducta que creemos que se ajusta a nuestras digestiones. Un lío.
Por eso no es infrecuente que nos encontremos a dos personas
igualmente convencidas de su verdad y de su bondad ante la fauna desarrollando
conductas tremendamente antagónicas, cuando no directamente contradictorias
consigo mismas, un poco de bicarbonato intelectual se hace imprescindible.
Yo por mi parte suelo masticar bastante, le doy muchas
vueltas y desmenuzo mucho las piezas, procuro huir de salsas y aderezos
impuestos, pero por encima de todo, suelo rechazar los precocinados, por
fascinantes que parezcan las etiquetas. Suelo complacerme en banquetes
colectivos en buena camaradería y al aire libre, donde lo importante sea
compartir las viandas y no ganar el concurso del master-chef.
Por todo esto que digo y por otras cosas, pese a tantos años
de profesión, sigue encantándome acudir a encuentros y escuchar a colegas, aprender
las nuevas recetas para luego olvidarlas todas, incluidas las mías, delante de
unos ojos que no son capaces de mirarme de frente o de un pico que sigue
explorándome con cautela veinte años después.
Y de la misma forma, trato de disponerme ante el humano que
se atreve a encararme, intento ver aquel
viejo primate que se oculta bajo todos los adobos que sus recetas y las mías
nos han puesto encima, pero me cuesta, a mí también me cuesta, llevo ya muchas
indigestiones vividas, demasiados empachos no resueltos. ¡Ay!
miércoles, 3 de julio de 2013
La Casa de los elefantes o cómo contradecir a un Lord
NOTA PREVIA: En 1999 Norman Foster recibió el título
de Baron Foster of Thames Bank, lo que le otorgaba el reconocimiento de Lord y
un puesto en el Parlamento Británico . Fue primero nombrado caballero en 1990.
En el año 2010 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Artes. Todos estos
honores y otros variados premios internacionales pretenden reconocer su valía
como arquitecto...
…Y aquí estoy yo, varios años después, leyendo con retraso
un reportaje del mes de Mayo en un semanal de “El Pais” y atreviéndome a decir
que, al menos una vez, Foster &
partners han hecho un mal trabajo. En mi insensatez, pretendo imaginar que un
buen arquitecto, un buen estudio de arquitectura, debería solventar con máxima
eficiencia las razones y necesidades esenciales de sus clientes. Entonces
encuentro el reportaje en que un entusiasta cronista relata cómo han resuelto
Lord Norman Foster y su equipo la renovación de una vieja instalación zoológica de
1914 en el Zoológico de Copenhague.
Recuerdo haber leído alguna información anterior, en los días de la inauguración (por el 2008,
creo) pero no le di entonces demasiada importancia. Hoy, me demoro en la
lectura del artículo y para intentar ser más justa, puesto que las imágenes no
me conmueven en la forma esperada por el autor, me dedico a bucear en las propias
informaciones del estudio y en algunas publicaciones especializadas:
"Esta
obra sustituye una estructura que data de 1914 y tiene contemplado, además de
la preservación de esta especie -que actualmente se encuentra en peligro de
extinción-, restablecer la relación visual entre el zoológico y el parque y proporcionar
a estos magníficos animales un entorno más natural y relajado."
“El antiguo
pabellón fue remodelado por la estructura transgresora, a la cual Foster le ha
dado vida...Una de las especies de mamíferos más enormes del mundo animal se
ha beneficiado de la creatividad del arquitecto"
Conociendo el estilo y la línea de trabajo que ha dado fama
a este creador, tengo muy serias dificultades para encajar el término entorno
natural y sus creaciones, más aún después de leer:
"Las estructuras están formadas de dos esqueletos en metal y laminas transparentes, para que los espectadores puedan observar con mucha facilidad los elefantes en el interior. Las líneas rectas predominan en la fachada como un elemento principal. En el medio de las cúpulas se sitúa una terraza donde se ubican los visitantes para observar a los elefantes."
"Las estructuras están formadas de dos esqueletos en metal y laminas transparentes, para que los espectadores puedan observar con mucha facilidad los elefantes en el interior. Las líneas rectas predominan en la fachada como un elemento principal. En el medio de las cúpulas se sitúa una terraza donde se ubican los visitantes para observar a los elefantes."
Nada, cuanto más
rebusco, más me convenzo de que la impresión inicial era la correcta. Soy
incapaz de regodearme en las sucesivas recreaciones tridimensionales desde
todos los ángulos.Sólo me falta acudir a ver in situ cuanto se me debe estar escapando en vídeos, resúmenes y recreaciones (¡Ya me gustaría, ya!). Pero hasta ese entonces,
me mantengo en mis trece.
Dejo al criterio de quienes esto leen el compartir o no mi
opinión, así que añado enlaces que
permitan ver lo que he visto:
Y ahora continuaré mi comentario, puesto que éste no
pretendía ser un sitio sobre arte ni vida social, pero sí lo es sobre cuanto de
un modo u otro rodea al mundo animal en el entorno humano.
Digo que Foster & partners no han hecho un gran trabajo
porque lo que se ofrece a mis ojos es
una creación megalomaníaca en que el usuario final no ha sido el verdadero
beneficiario. Y me permito afirmar esto
con todas las consecuencias.
No entraré a discutir los logros que desde el punto de vista
eminentemente constructivo haya podido hacer este equipo. Sin duda no lo habrán
hecho peor que en otros de los innumerables edificios que desde los años setenta vienen proyectando, esos que les han valido infinidad de premios y
reconocimientos. Pero es que hablamos de elefantes señores, de un paquidermo
cuyas necesidades vitales concretas no acabo de ver cubiertas en este suntuoso
palacio de la era del silicio.
En cuanto vi las imágenes de las pretendidas lagunas de baño
y las áreas para deambulación recordé cuánto
hincapié hicieron mis enseñantes ( cuando yo misma aprendía sobre estos menesteres)
en las complicaciones que para un elefante suponían las pendientes y los
desniveles y en cómo había que cuidar ese detalle a la hora de acomodarlos,
recuerdo también varias anécdotas que me probaron la verdad de aquella
información (Lord Foster no ha sido el único arquitecto al que se ha
encomendado una instalación de zoológico, claro está).
Donde los espectadores que suben los vídeos a youtube ven un
baño de elefantes, yo veo escasez o incomodidad, hasta siento agobio
y debo pausar la filmación, donde el periodista se complace en el cuidado del
medio y el acercamiento a la naturaleza yo sólo veo monotonía y pretensiones de
grandeza, necesidad de apabullar.
Ni los suelos de caucho recubierto en los interiores, ni los
pilotes que impiden la aproximación a
zonas de riesgo, ni la monumental cúpula que deja pasar los citados rayos de
luz, pese a que se hayan reproducido sobre ella las hojas de cuatro especies arbóreas recreadas con ordenador, me han parecido el acomodo idóneo para el más numeroso grupo de elefantes
asiáticos de Europa.
Discutiremos en otro momento, si lo quieren, la conveniencia de zoológicos
y animales cautivos. Personalmente, creo que hoy por hoy no son prescindibles,
pero ¿Es necesario que sean como son? Si
pensamos en los fines que creo pudieran hacerlos justificables a algunos, evidentemente
no. ¿Qué enseñan a fecha de hoy unas lujosas instalaciones de hormigón, vidrio
y acero sobre la vida natural? ¿Es éticamente asumible que unas especies que,
se argumenta, se alojan en cautividad
para el aprendizaje y la conservación se encuentren recogidas en un edificio como ese? Nada que objetar a la
profusión de fotografías, paneles informativos, filmaciones y elementos
audiovisuales con que se complementa el recinto, pero como diría mi abuelo,
para ese viaje no se necesitaban alforjas. Pues eso. Precisamente de la mano de
mi abuelo pude ver el primer elefante en la vieja Casa de fieras de Madrid y
esa imagen del animal tomando un cacahuete de mi mano abierta no me ha parecido
más obsoleta ni más irrespetuosa que éstas del periódico.
No hemos aprendido nada. Asumo que un recinto decimonónico necesitase
actualizarse, en el colmo de la flexibilidad puedo aceptar que un país en el
norte de Europa deba tener algún elefante vivo a la vista de los humanos a
quienes se pretenda concienciar y enseñar (de esto puedo tratar otro día,
insisto) pero ¿Es oportuno que el recinto para ACOMODARLOS (de CÓMODO= (Del
lat. commŏdus.Adj. Conveniente, oportuno, acomodado, fácil, proporcionado.) sea
una oda a la creatividad arquitectónica más urbana? ¿Han pensado por unos
instantes Foster, su equipo y sus
pretendidos clientes en que los verdaderos usuarios del recinto son estos
paquidermos? Las imágenes me hacen entender que no y que, lamentablemente, no
serán los únicos ni los últimos que deberán continuar satisfaciendo el ego de
los humanos occidentales que, mientras tanto, nos permitiremos escandalizarnos
por los modos de tenencia en sus países nativos o dar lecciones de animalismo
concienciado a cuantos tengamos a mano.
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lunes, 1 de julio de 2013
De dominancias, jerarquías y otras reflexiones
Tengo la impresión de que a veces el lenguaje, en lugar de comunicarnos, nos aleja de la información, porque sin saberlo, lo empleamos inapropiadamente . Un ejemplo sencillo es el uso de los términos dominancia y jerarquía y todos los planteamientos que de su comprensión derivan cuando tratamos de la tenencia de animales.
Jerarquía es gradación, ordenación en niveles. Nadie puede negar que exista orden en los grupos. Puede ser un orden duradero, cuasi permanente o un orden ocasional, surgido de una circunstancia y que puede modificarse en otro momento posterior. Muchos humanos imaginan que cualquier grupo animal dispone de una jerarquía precisa y duradera, pero esto no siempre es así, o en el mejor de los casos, no lo es en la forma en que el humano suele comprender hoy por hoy.
Dominancia es prevalencia, superioridad en la influencia de un individuo frente a otros y no necesariamente ha de ser por físico ni por violencia; esto último entraría más en el término dominación, que se parece mucho pero que no es lo mismo. Un individuo domina en un grupo cuando es su modelo, su patrón, existe incluso la dominancia genética, por ejemplo, que es la manifestación en el fenotipo de ese rasgo frente a otro que no desaparece pero que deja de apreciarse a simple vista.
Los humanos cuando poseemos materialmente otros seres vivos (Es decir, cuando somos sus propietarios legales) tendemos a confundirnos, a desear consciente o inconscientemente la dominación, el sometimiento del otro ser. Que sea una prolongación de aquella parte de nuestro yo que no podríamos ejercer si lo dejáramos conducirse a su manera. En esa línea, y entendido desde el punto de vista del humano, claro está, funcionan los métodos al uso. Haz esto para que tu perro (o tu conejo, o tu loro,o tu garrapata) haga aquello. Pero si nos limitamos a buscar la técnica para la dominación, cualquiera que sea el nombre usado, siempre estaremos en el disparadero, siempre en el riesgo de que el dominado se rebele o de que se trastorne hasta quedar inútil como objeto de manipulación ,y lo que es peor, como espécimen. Porque lo que generalmente sucede es o bien que esos rasgos que hemos intentado adecuar, tan solo se hayan enmascarado y se mantengan ocultos a nuestra primera impresión, pero pugnando contra el resultado que nos complacía o bien que su verdadera desaparición lleve aparejada una cadena de otros sucesos colaterales que interfieren en la conducta normal del ejemplar.
¿Cuántos especímenes deberá destruir cada propietario antes de asumir que el camino de la dominación no es el adecuado? Temo que todavía muchos, siempre demasiados.
Jerarquía es gradación, ordenación en niveles. Nadie puede negar que exista orden en los grupos. Puede ser un orden duradero, cuasi permanente o un orden ocasional, surgido de una circunstancia y que puede modificarse en otro momento posterior. Muchos humanos imaginan que cualquier grupo animal dispone de una jerarquía precisa y duradera, pero esto no siempre es así, o en el mejor de los casos, no lo es en la forma en que el humano suele comprender hoy por hoy.
Dominancia es prevalencia, superioridad en la influencia de un individuo frente a otros y no necesariamente ha de ser por físico ni por violencia; esto último entraría más en el término dominación, que se parece mucho pero que no es lo mismo. Un individuo domina en un grupo cuando es su modelo, su patrón, existe incluso la dominancia genética, por ejemplo, que es la manifestación en el fenotipo de ese rasgo frente a otro que no desaparece pero que deja de apreciarse a simple vista.
Los humanos cuando poseemos materialmente otros seres vivos (Es decir, cuando somos sus propietarios legales) tendemos a confundirnos, a desear consciente o inconscientemente la dominación, el sometimiento del otro ser. Que sea una prolongación de aquella parte de nuestro yo que no podríamos ejercer si lo dejáramos conducirse a su manera. En esa línea, y entendido desde el punto de vista del humano, claro está, funcionan los métodos al uso. Haz esto para que tu perro (o tu conejo, o tu loro,o tu garrapata) haga aquello. Pero si nos limitamos a buscar la técnica para la dominación, cualquiera que sea el nombre usado, siempre estaremos en el disparadero, siempre en el riesgo de que el dominado se rebele o de que se trastorne hasta quedar inútil como objeto de manipulación ,y lo que es peor, como espécimen. Porque lo que generalmente sucede es o bien que esos rasgos que hemos intentado adecuar, tan solo se hayan enmascarado y se mantengan ocultos a nuestra primera impresión, pero pugnando contra el resultado que nos complacía o bien que su verdadera desaparición lleve aparejada una cadena de otros sucesos colaterales que interfieren en la conducta normal del ejemplar.
¿Cuántos especímenes deberá destruir cada propietario antes de asumir que el camino de la dominación no es el adecuado? Temo que todavía muchos, siempre demasiados.
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