domingo, 29 de diciembre de 2013

WOUNDA. Cuentos, leyendas y despedidas



     De niña, me fascinaba, como a tantos otros, ver "Planeta azul" o "El hombre y la tierra". Cuando empecé a saber un poco más, sentí  malestar por la estafa de descubrir que muchos de aquellos documentales no eran-no podían serlo-transcripción literal de las realidades vividas, sino idealizaciones brillantísimas que Rodríguez de la Fuente y su equipo, buenos conocedores del alma humana, habían preparado para causar ese impacto emocional y esas sensaciones que condujeron, ciertamente, a muchos de los entonces niños a dedicarse a estas tareas, que permitieron que muchos paisanos de nuestras tierras tuviesen que aceptar convivir con buitres, águilas o lobos, pero también-todo hay que decirlo- que el ecologismo de salón floreciera de modo exponencial.

     A diferencia de la mayoría de los activistas de hoy, Félix no convencía por  el espanto, sino buscando una empatía amable, haciendo que los espectadores llegasen a sentir tanta ternura por el cazador como por el cazado, tanta fascinación por las destrezas de unos como de otros. Ponía-a qué negarlo- un toque de protagonismo que a algunos molestaba, aunque estaba-yo creo- en su derecho. A estas cosas hay que ponerles cara y ojos, la abstracción rara vez engancha a las mayorías. Y a eso voy.

   En las últimas semanas ha circulado por las redes sociales un vídeo de la fundación Jane Goodall donde se ilustraba la liberación de Wounda, la hembra de chimpancé que presta su nombre a mi comentario. He vuelto a pensar en Félix, en la eficacia y en el error de este tipo de mensajes. El abrazo de este animal ha corrido de boca en boca y de pantalla en pantalla con una eficacia mayor que las imágenes de las manos de gorilas amputadas y sangrantes o las frías estadísticas anuales sobre matanzas, listas rojas y otros datos igualmente objetivos y terribles. El cuento, como aquella Dianne Fossey edulcorada  que nos vendía Sigourney Weaver en su recreación de "Gorilas en la niebla", ha movido más corazones que la realidad. Y aquí estoy yo, quitándole la ilusión infantil a quien me lea, porque la verdad no solo no es menos valiosa, sino que me parece tanto o más digna de ser propagada.  

   Veo el vídeo de Wounda y un trozo de mí siente un  terrible desgarro, pero la causa no es la interpretación antropocéntrica de su gesto, sino muy al contrario, la reflexión. Es ésta la que me hace plantearme el  nivel de confianza puede tener ese animal en sus cuidadoras humanas para buscar en ellas  apoyo ante una situación inquietante. Después pienso tantas otras cosas : Cómo esa hembra, ante la puerta abierta y la selva no sale a escape para perderse en ella como algunos falsos liberadores hubieran imaginado, sino que duda, se inquieta, se lo piensa. La selva, su hábitat, es lo desconocido, lo que atemoriza y hace retroceder, los humanos, la jaula, el camión, se convierten en elemento familiar.¿Sólo a mi me parece terrible esto?

   Como decía, los hechos no son menos valiosos. Yo no he entendido ese abrazo como una despedida agradecida, quizá porque he visto otras cosas y otros abrazos, pero eso no le quita valor ante mis ojos. Wounda siente que quien conoce lo que le aguarda, quien está más preparada para apoyarla es esa humana que la tocaba a través de los barrotes, que se dirige a ella en un  lenguaje híbrido chimpancé x inglés y mantiene una calma tensa. ¡Por supuesto que ese abrazo me conmueve! pero lleva dentro tantas cosas trágicas y me trae tantos recuerdos que no puedo compartirlo alegremente, que no puedo evitar una duda cuando los activistas de la fundación Goodall nos piden divulgarlo.


     Procuro creer que, como me ocurrió un día con los lobos, el alimoche  y las nutrias de Félix, la fascinación anime a algunos jóvenes a leer a Goodall, a conocer sus trabajos y a conocer la verdad, esa que dice que los chimpances pueden planear guerras, cometer infanticidios y practicar el canibalismo sin ser por eso menos dignos de respeto de lo que son ahora, con motivo de este vídeo. Mi puñetero sentido crítico sigue activo, me hace reparar en cómo una vez más se ha recurrido al personalismo, a la figura carismática que, probablemente, haya compartido con Wounda muchas menos horas que otros miembros del equipo cuyos nombres desconocemos. No me molesta que ella sobresalga, me duele que siga siendo necesario este poner cara, ojos y nombre amable a unos  hechos para que lleguen al gran público, me duele que podamos singularizar a Wounda porque, como bien resalta la señora Goodall, quedan tántos esperando y son tan pocos los que pueden liberarse... Me duele hasta en lo físico saber, haber conocido de primera mano, cuantos ejemplares jamás podrán volver a esa selva aunque se dotaran todos los medios materiales, me duelen dentro las Julietas, los Gordos, los Julios, los Javieres,las Tatus, lasMojas, los Curros, los centenares de chimpancés cautivos a quienes el ser humano ha incapacitado para toda posibilidad que no siga siendo la muerte o una cautividad un poco menos indigna que la que tuvieron.

   Respeto y admiro a Jane Goodall y me alegro por Wounda, pero es la mía una de esas alegrias incompletas que saben peor que la rabia y que la indignación. Mientras esto escribía, me llega la noticia de una muerte tan inútil, tan cruel y tan nuestra como la nueva vida de Wounda, como la otra vieja vida que ella tuvo y de la que la inmensa mayoría no se despedirán aunque cambiemos de año. Yo también le pongo cara y ojos a estas noticias, por eso mientras pienso que el 2013 es el año de la liberación de Wounda, sé también que ha sido el último en la vida de Gordo y de otros cuyos nombres nunca llegaremos a conocer. Bienvenida a la realidad.

   

lunes, 4 de noviembre de 2013

¡Cuánto me quiero en ti!

¿Cuántas personas dicen, o decimos, amar profundamente a los animales? Pocas son absolutamente honestas en la afirmación. La mayoría de nosotros esgrimimos el que llamamos amor de formas que muy poco tienen que ver con un sentimiento altruista , aunque lo practiquemos en asociaciones y entidades de recuperación, de rescate, de acogida, aunque nos adhiramos a mil campañas de concienciación. La puñetera realidad es que hacemos de esos animales un vehículo que nos permite querernos a nosotros mismos en una nueva forma, dormir bien por la noche y sentirnos estupendos porque hemos recogido una tórtola herida en el jardín, o un gatito del contenedor de la esquina...

De todos nosotros, pocos hacemos un examen profundo de conciencia, pocos nos asumimos en este aspecto de sofisticado egoísmo que, sí, es cierto, a veces tiene buenos resultados, pero que con frecuencia lo tiene a pesar de y no a causa de.

El acto en sí mismo puede tener mucho de bienintencionado, pero la mayoria de nosotros ha cedido realmente a ese sentimiento de compasión que duele en la boca del estómago y muy pocas veces ha optado por la reflexión de qué era lo mejor, objetivamente mejor, para ese animal. He visto tantas veces a tantas personas de mi estima diciendo aquello de "Es que si no está conmigo..." o aquello otro de "Si supieras la cantidad de cosas que he tenido que hacer , pobrecito".

No voy a dar lecciones de nada. Pasaron muchos años antes de que yo misma me asumiera y entendiera cuantos de mis actos eran una forma elaborada y no advertida de afirmación personal.  Y es que sienta  muy bien jugar a heroína.  No pretendo que lo reconozcáis públicamente, pero me gustaría pensar que reflexionáis al respecto. Yo procuro hacerlo cada vez y suele funcionar.

¿Qué tipo de evaluación hacemos para decidir introducirnos en la vida de un animal? Me inquietan mucho esas personas que, por ejemplo, hacen campañas radicales a favor de la adopción y acaparan en casa varios desdichados a los que, claro está, ofrecen lo mejor. No es extraño que cuando se acude a una de esas casas uno encuentre que esa excelencia no es tal, o cuando menos no lo es, entendido al modo animal.

Recuerdo hace unos años un pretendido paseo por el bosque con una amiga rescatadora y su último pupilo, uno de esos lebreles abandonados cruelmente por no ser apto para la caza y bla, bla, bla. Cierto. Cada temporada se reproducen estos hechos con vergonzosa frecuencia y también yo deseo con toda mi alma que las leyes se endurezcan y se apliquen sin contemplaciones contra estos desalmados, pero no era esta la cuestión. Ya tengo asumido que estos sujetos ni dudan, ni se autoevalúan, ni pueden mejorar fácilmente. Mi relato se refiere a mi amiga, a su perro y a mí. La mañana había amanecido lluviosa, así que ella, ni corta ni perezosa,colocó al perro un complicado  impermeable color pistacho con corchetes en forma de hueso. No entendió mi horror, ni supo ver que la postura corporal del can denotaba todo menos complacencia. A continuación, con la misma amorosa dedicación le colocó unas botitas en las patas y le plantó un par de sonoros besos en el hocico.

Cuando le dije que yo no salía  con ellos de tal guisa se sintió desconcertada. Sugerí que dejase aquellos trastos, que esperásemos a que escampara, pero respondió "Es su hora de salir, si no se desorienta ya para todo el día" con lo que todavía acrecentó mi horror. Estoy segura de que algún lector estará en el lado de mi amiga y seguirá sin entenderme, pero aún así expongo mi punto de vista, mi desolación. ¿Hasta qué extremo hemos llevado a los animales en cuyas vidas nos introducimos? Un perro saludable debe tolerar una llovizna, debe tolerar un cambio de rutina y debe poder solventar esos pequeños problemas. Creo que de hecho, la inmensa mayoría de ellos pueden hacerlo, somos los humanos quienes no podemos asimilar fácilmente que nos necesitan un poco menos y sobre todo que, en caso de necesitarnos, puede no ser en la forma en la que nos damos a ellos.

He conocido muchos más casos significativos, incluso más sangrantes, pero no pretendo regodearme en ellos, entre otras cosas porque me importa más la reflexión o el mea culpa que quedarnos en la superficialidad de la anécdota vistosa.

Es verdad que hacemos mucha falta muchos humanos para achicar en este naufragio de abandonos y maltratos, pero como en toda catástrofe, la racionalidad debe guiar al corazón. No podemos permitirnos errores que conduzcan a pequeños o grandes sufrimientos. No podemos hacer de estas pobres bestias un elemento de autoayuda encubierta y, la verdad, es que lo hacemos con excesiva frecuencia.






martes, 15 de octubre de 2013

¿SOCIALIZAR O SOCIABILIZAR? (Para ir pensando)


   Como en bastantes otras cuestiones relacionadas con animales cautivos, y en especial con mascotas, me preocupa el inadecuado uso del lenguaje, no solo porque esté convencida de que nos conviene conocer nuestro idioma para entendernos y hacernos entender (que esto vale para cualquier otro campo profesional) sino porque denota una actitud de “todo vale” y en especial un “Todo vale si viene del extranjero” que resulta muy dañina.

   De no saber sobre casi nada posterior a Darwin- y aún éste mal conocido por la mayoría de nosotros- hemos pasado a leer, citar y “españolizar” términos ajenos con una ligereza preocupante. O al menos a mí me preocupa mucho por lo que implica.
   Del total de términos, supuestamente técnicos, españolizados y utilizados por mis colegas y afines en artículos, conferencias o cursos, más del 60% son inapropiados o innecesarios, porque existe una palabra nativa anterior, incluso más comprensible para la mayoría. ¿Por qué entonces no se utiliza? Básicamente por dos motivos, el primero porque estos comunicadores del saber desconocen su idioma y no tienen mayor empeño en mejorar su conocimiento de él, segundo, porque en realidad muchos de ellos no quieren realmente comunicar la información, sino exhibir que tiene acceso a un código que a la mayoría de los mortales no nos alcanza (Sí, si, como los tan denostados políticos. Por ahí van los tiros).
   Recuerdo un enriquecedor debate con mi inolvidable profesor de literatura, Don Leonardo Romero, en el que tratábamos sobre jergas y argots y donde precisamente llegábamos a esta conclusión, demasiados términos profesionales no buscan la comunicación real, sino la identificación y auto-reconocimiento entre los miembros del grupo.
   Pero lo más preocupante no es que los pretendidos especialistas de la “animalogía” (englobemos bajo esta licencia a todo profesional de la biología, veterinaria, psicología animal y otros  de cuantos hoy ofrecen sus servicios a mascotas) utilicemos un lenguaje específico, sino que además lo utilizamos mal y a destiempo. Hemos pasado a valorar más la forma que el contenido, a separar a uno de otro o a combinarlos haciendo que pierdan su significado, porque muchas veces ese significado importa un bledo. Hemos pasado de usadores a abusadores de la jerga pseudoprofesional.

   Hecha esta larga introducción, voy al objeto de mi nueva reflexión. La utilización indiscriminada de los términos socialización y sociabilización, referida especialmente a papagayos, pero que sirve  también a perros, conejos u otros animales mascota y que es un ejemplo de cuanto digo.
   Para arrancar os descubriré algo sorprendente- es un decir-estas dos palabras NO SIGNIFICAN LO MISMO  y no es la misma misión, ni tiene el mismo resultado, ni los mismos efectos, socializar que sociabilizar un animal criado entre humanos, pero el drama no es llamar a una cosa por otra, el problema está en hacer una cosa por otra pensando que es lo mismo.

   Los animales que solemos aceptar como mascotas, incluidos los exóticos, son  a menudo especies sociales, en sus hábitats de origen están asociados, viven en sociedades o en grupos más o menos organizados. Cuando criamos un ejemplar de alguna de estas especies en cautividad, además de conseguir que sobreviva, tenemos que hacerle partícipe  de una sociedad, socializarlo. Para ello deberá aprender los modos de relacionarse entre quienes forman su grupo, debe conocer los límites de la relación y de dicho grupo, lo que está bien aceptado y lo que implica rechazo o exclusión. Es un trabajo complejo e imprescindible para la vida dentro del conjunto. Además de ello, algunos especímenes son sociables, es decir,  están naturalmente inclinados a la relación con otros seres vivos y se complacen con ella. Esta característica individual  debe desarrollarla el propio ejemplar. A lo sumo, si decidiéramos hacer una crianza  con fines comerciales – lo que no es el motivo de mi reflexión de hoy- deberíamos favorecer la cualidad eligiendo parentales verdaderamente sociables y acomodando el ambiente, para que naciesen crías que, sintiéndose cómodas y relajadas, tuvieran propensión al trato, fueran también sociables.

   Hace décadas que hemos ido más allá. Unos consciente y otros inconscientemente, forzamos la sociabilización, o lo pretendemos. Hemos pasado de la cualidad natural a una manipulación de la mente para que nuestros animales nos brinden una apariencia de sociabilidad.  Puede sonar terrible, pero buena parte de los exóticos del mercado no son sociables, sino algo próximo a enfermos mentales. Con nuestro manejo, con nuestros modos de crianza y de tenencia generamos individuos deprivados, sobreestimulados, forzados en su infancia, estancados en esa etapa infantil,  que apenas saben hacer otra cosa que buscar al humano y dejarse hacer. ¿Pero es esto una verdadera sociabilidad? No solo no lo es, sino que con absurda frecuencia da lugar a individuos difícilmente sociales, es decir, la que debía ser una cualidad añadida acaba resultando un problema para su integración social.

   En los muchos años que llevo tratando con mascotas exóticas he tenido la fortuna de conocer  ejemplares sociables. Animales bien desarrollados mental y físicamente,-incluso otros con alguna tara- que disfrutaban realmente de relacionarse conmigo y con otros seres de su entorno, pero que no me necesitaban, en el sentido estricto del término. Tristemente y por el contrario, la enorme mayoría eran animales que no sabían y que no podían hacer otra cosa que dejarse estar entre humanos, pese a sus temores o a sus cautelas innatas, con todo el desajuste que esto supone para cada momento de sus vidas.

   Un individuo naturalmente sociable  y que ha sido socializado  en su etapa de emancipación y primer aprendizaje,  es un compañero ideal. Se complace en las ocasiones de trato, las disfruta y sabe desenvolverse en ellas, porque además de gustarle estar con otros, ha aprendido los códigos del grupo, repito, ha sido socializado. La mayoría de las mascotas que llegan a nuestras consultas no son así. Por el contrario, son animales que en el proceso de crianza han sido condicionados a para que admitan prácticas a capricho  y complacencia del humano. Se trata incluso de prácticas que difícilmente agradarían a un espécimen como él, si no se hubiese realizado tal forzamiento previo. Peor aún, insisto, prácticas que lo limitan socialmente.

   Pondré un ejemplo frecuente. Imaginemos uno de tantos jóvenes loros que son adquiridos antes de su completa emancipación, alguno incluso para que la familia termine de cebarlo en casa y que, pasados unos meses resulta gritón, vuela sobre nosotros cada vez que nos ve aparecer, se desespera por estar encima, pellizca cuando está en el brazo … No es un animal socializado. No ha adquirido las habilidades que necesita para vivir en esa sociedad familiar, porque su modo de pedir relación genera rechazo, porque no sabe solicitar en un modo correcto, ni sabe entender los gestos de los humanos con que convivirá, porque no respeta las actitudes de los demás miembros del grupo. A una negativa o a un intento de disuasión cortés responde con gritos o con picotazos, repite la acción rechazada, persiste en su reclamo hasta hacerse molesto, se desespera y manifiesta ansiedad... Sin embargo, en las primeras semanas hizo pensar que era muy sociable, porque “todo el tiempo quería estar con nosotros”. La realidad es que ese pollo no podía hacer otra cosa entonces, porque lo necesitaba físicamente para sobrevivir. Pero a los humanos les complacía ese supuesto cariño y nada hicieron para enseñarle las pautas de convivencia en el grupo social en el que iban a integrarlo. Unos por desconocimiento estricto, otros por desidia, otros más por puro egoísmo…

   En la mayoría de los casos el origen está en nosotros, los supuestos profesionales, los llamados a educar al público en sus demandas. Del mismo modo que lo hemos guiado para que reclame criados en cautividad y animales documentados y chequeados o para que seleccione tal o cual tipo de comida.Cualquier día de estos me entretendré en ir más allá, en hablar del puro hecho de tener mascotas con nosotros, pero la realidad hoy es que tales mascotas están en nuestras vidas y que no cabe la liberación extemporánea de cuantos animales mantenemos cautivos. Pero sí podemos y, creo que debemos,  empezar por un cambio de enfoque.

   Nos hemos habituado a estudiar la conducta de los animales en los laboratorios, en condiciones controladas por los humanos y a deducir de ellas lo que deberá ser. Los convertimos en objetos  de estudio, no los valoramos como sujetos  plenos. La realidad viene a imponerse después. Ni el entorno familiar es equivalente al laboratorio, ni tampoco al medio natural del que ellos o sus parentales proceden. Además, el animal no es tan solo el objeto que controlamos en el estudio X sobre el aspecto Y de la conducta. Todo el conjunto, los 360º del campo, son importantes en cada minuto de la vida de un ser vivo. Si excluimos un sector, equivocamos las conclusiones y al tratar de aplicarlas así, generamos sufrimiento y desajustes. No puede ser de otra forma.

   Casi con la misma frecuencia con que se pretende manipular la sociabilidad, se desdeña completar la socialización. Unas veces porque se ignora que sea necesario, se presupone que las reglas sociales son innatas a  todos los efectos o, a lo sumo, que se inducen por el hecho de hacer que el animal viva entre nosotros desde muy joven.
Otras veces se imagina que poner reglas al animal es menoscabar su identidad específica. Pero  el menoscabo comenzó en el momento de apartarlo de su medio. Ahora debemos o bien devolverlo a él o, de no ser esto posible -como no lo es en la mayoría de casos- preservar su integridad y la máxima calidad de vida en las nuevas condiciones.
Y un animal que no conoce reglas, no comprende su entorno, no sabe cómo conducirse en él, no sabe lo que éste le depara. No puede llevar una vida de calidad, porque estará inseguro, porque sus relaciones con el grupo serán confusas.
“Yo no voy a ponerle reglas al pobre animal, dejo que sea libre” esto, que suena tan idealista, es una irresponsabilidad tan grande como el extremo opuesto. Diré una gran perogrullada, pero parece que a muchos se les escapa: No puede haber libertad en la cautividad  ¿Cómo que a mí no me gusta encerrarlo? Nuestras casas, nuestras fincas, son jaulas -grandes quizá, pero jaulas- son límites definidos por nosotros humanos. Es mentira que su loro pueda ir donde quiera y ni siquiera es bueno que pueda hacerlo, porque el espacio humanizado tiene peligros y riesgos que el animal desconoce y respecto a los que hay que guiarlo, como lo hubieran guiado sus padres en la vida natural.

   Paradójicamente, muchos de los trabajos que desarrollamos con nuestras mascotas están creando reglas y haciendo que éstas sean interiorizadas hasta repentizarlas, pero no las capacitan para su vida social.
Para vivir entre humanos toca aprender reglas y entenderse mínimamente con ellos, pero la mayoría de nosotros no tenemos en mente facultar al ave para un mejor desenvolvimiento, sino adiestrarlo para nuestro disfrute. Así sucede que manejamos horarios y tiempos a nuestro antojo, que empezamos a adiestrar acciones poco menos que gratuitas en etapas en las que debería estar aprendiendo pautas de relación. Encuentro muy frecuentemente aves que saben hacer acrobacias o cantar una canción, pero a los que es poco menos que imposible recoger en su transportín o revisar  sin un escándalo de gritos, picotazos y estrés. No considero que esos ejemplares hayan sido preparados para vivir entre humanos. Muchos de esos mismos ejemplares, desarrollan conductas de cortejo con sus propietarios y son incapaces de aceptar a un congénere, es decir, tampoco están capacitados para vivir entre loros. Así pues ¿Podemos considerarlos socializados? ¿Y sociabilizados? ¿Disfruta de la relación un papagayo cuyo objetivo final sería hacer nido y copular con su propietario y al que éste rechaza o reprime por ello? Yo entiendo que no.

   ¿Es posible enseñar esos códigos de conducta sin destruir su condición de espécimen? Estoy convencida de que sí, si cada paso se da en el momento preciso, en la dirección oportuna y con conocimiento de conjunto, sabiendo de dónde partimos, a dónde pretendemos llegar y cuáles son las consecuencias del sistema utilizado.
 Mi conclusión es que se hace necesario socializar a los animales sociales de que nos hacemos cargo y entiendo que, además, se impondría una doble socialización, es decir, sociales en cuanto a su especie, conocedores de sus reglas  naturales- que debería aprender de sus congéneres- y también sociales en cuanto a la cautividad, es decir, conocedores de cómo se establecen las relaciones con el resto de seres vivos que habitan en el hogar, normas en que estaríamos obligados a guiarles los humanos.


   Pero se impone además que dediquemos nuestros esfuerzos a un respeto real en el ejercicio de nuestra labor: se impone que aprendamos, asumamos y transmitamos que no todos los ejemplares de una especie social son igualmente sociables y que intervenir con técnicas de condicionamiento sobre esa sociabilidad es una manipulación éticamente intolerable para quien dice amar la naturaleza. Y esto implica muchos cambios de sistemas, de plazos, de actitudes, muchos cambios de enfoque que empiezan a ser urgentes si no queremos que esa extinción de especies empiece precisamente por nuestras casas, por la fabricación de individuos que nunca serán aquellos que fascinaron a nuestros antepasados y que aún pueden fascinarnos a nosotros.

martes, 1 de octubre de 2013

LA VARA DE MEDIR

Un perro cabalga calle adelante disfrazado de Bob Marley  o más bien de un remedo grotesco. Una camisa envolviéndole el lomo, gafas de sol sobre el hocico y un pelucón de rastas bajo una gorra con los colores del arco iris. Bajo la imagen, decenas de comentarios risueños o complacientes entre los que abundan los de personas que acaban de denostar públicamente los zoológicos o que  comparten anuncios de adopción de gatos, conejos, hurones u otros animales abandonados.

La vara de medir el animalismo puede ser así de confusa, así de incoherente. Es posible encontrar a tantas personas convencidas de su amor por los animales como personas capaces de tratar irrespetuosamente un animal sin ser conscientes de ello. Este es uno de los mayores problemas de una actitud que batalla a menudo por causas  justas, pero donde la superficialidad acaba arruinando demasiadas veces los resultados.

Después de todo ¿Qué es el respeto? El diccionario lo define como veneración, acatamiento, consideración, miramiento, deferencia… La inmensa mayoría de los que se dicen  animalistas entienden que están aplicando todo eso y mucho más cuando se relacionan con los animales, pero ¿De verdad es considerado burlar o deteriorar la identidad de un ser vivo como espécimen? ¿De verdad hay deferencia en hacer que un animal se supedite a nuestras necesidades más peregrinas?

No es inususal que alguien que ha denostado a un comedor de filetes pueda  vestir a su cacatúa con un disfraz de Halloween o se retuerza de la risa viendo en un vídeo de youtube cómo un chimpancé monta en un triciclo ¿Cuál es el rasero por el que una necesidad tan inmediata y evidente como comer deviene en maltrato y el uso de un animal como objeto de mofa no lo es?

Podemos convenir en que hay grados y grados, pero si una cosa está clara es que de todas las posibles necesidades humanas que se cubren usando a los animales,  la humanización de sus vidas es la más prescindible.Ahora bien, la mayoría de nosotros, que afirmamos amarlos, hacemos un uso egoísta de ellos, a veces incluso para afirmarnos frente a otros animalistas como más y mejores porque sustentamos tal o cual práctica.

Perdonenme ustedes la tontería, pero entre el niño suburbial que se come con fruicción el bocadillo de chopped y la señorita Hilton o sus amigas comprándole collares de diamantes a su caniche, me quedo con el primero. Y si tengo que apalear a un paisano para demostrar mis convicciones, pues va a ser que no, me disculparán la deserción. 

No sería mala cosa que de vez en cuando, entre fotito de denuncia y manifestación X hiciéramos una autoevaluación concienzuda. Incluso sería todo un detalle de auténtico respeto y defensa de valores el que empezáramos a ejercitar el sentido común y el respeto, sí, por ese animal tan maltratado por nosotros mismos que es el ser humano. Sólo de esa forma seremos capaces de hacer nuestras causas más creíbles, nuestras batallas más eficaces, nuestros resultados más duraderos.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Demasiado indigesto

Si una tercera parte o menos de la empatía que decimos tener para con los animales fuéramos capaces de tenerla con los seres humanos, este mundo sería más habitable.

Pero la realidad es que debemos ir todavía un paso más allá en la reflexión. La tal empatía no es cierta, porque en realidad, nuestras conductas y nuestras reflexiones son resultado de la digestión de cuanto percibimos, sí, pero también de cuanto percibieron, digirieron y nos cocinaron otros.

Como muchos sabéis, digerir no es lo mismo que asimilar, así pues, por cada buena digestión, por cada asimilación completa, hay otras varias que no lo son y que nos alcanzan igualmente. Al final, no somos sino elaboradores de una conducta que creemos que se ajusta a nuestras digestiones. Un lío.
Por eso no es infrecuente que nos encontremos a dos personas igualmente convencidas de su verdad y de su bondad ante la fauna desarrollando conductas tremendamente antagónicas, cuando no directamente contradictorias consigo mismas, un poco de bicarbonato intelectual se hace imprescindible.

Yo por mi parte suelo masticar bastante, le doy muchas vueltas y desmenuzo mucho las piezas, procuro huir de salsas y aderezos impuestos, pero por encima de todo, suelo rechazar los precocinados, por fascinantes que parezcan las etiquetas. Suelo complacerme en banquetes colectivos en buena camaradería y al aire libre, donde lo importante sea compartir las viandas y no ganar el concurso del master-chef.

Por todo esto que digo y por otras cosas, pese a tantos años de profesión, sigue encantándome acudir a encuentros y escuchar a colegas, aprender las nuevas recetas para luego olvidarlas todas, incluidas las mías, delante de unos ojos que no son capaces de mirarme de frente o de un pico que sigue explorándome con cautela veinte años después. 


Y de la misma forma, trato de disponerme ante el humano que se atreve a encararme,  intento ver aquel viejo primate que se oculta bajo todos los adobos que sus recetas y las mías nos han puesto encima, pero me cuesta, a mí también me cuesta, llevo ya muchas indigestiones vividas, demasiados empachos no resueltos. ¡Ay!

miércoles, 3 de julio de 2013

La Casa de los elefantes o cómo contradecir a un Lord

NOTA PREVIA: En 1999 Norman Foster recibió el título de Baron Foster of Thames Bank, lo que le otorgaba el reconocimiento de Lord y un puesto en el Parlamento Británico . Fue primero nombrado caballero en 1990. En el año 2010 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Artes. Todos estos honores y otros variados premios internacionales pretenden reconocer su valía como arquitecto...

…Y aquí estoy yo, varios años después, leyendo con retraso un reportaje del mes de Mayo en un semanal de “El Pais” y atreviéndome a decir que,  al menos una vez, Foster & partners han hecho un mal trabajo. En mi insensatez, pretendo imaginar que un buen arquitecto, un buen estudio de arquitectura, debería solventar con máxima eficiencia las razones y necesidades esenciales de sus clientes. Entonces encuentro el reportaje en que un entusiasta cronista relata cómo han resuelto Lord Norman Foster y su equipo la renovación de una vieja instalación zoológica de 1914 en el Zoológico de Copenhague.

Recuerdo haber leído alguna información anterior,  en los días de la inauguración (por el 2008, creo) pero no le di entonces demasiada importancia. Hoy, me demoro en la lectura del artículo y para intentar ser más justa, puesto que las imágenes no me conmueven en la forma esperada por el autor,  me dedico a bucear en las propias informaciones del estudio y en algunas publicaciones especializadas:

 "Esta obra sustituye una estructura que data de 1914 y tiene contemplado, además de la preservación de esta especie -que actualmente se encuentra en peligro de extinción-, restablecer la relación visual entre el zoológico y el parque y proporcionar a estos magníficos animales un entorno más natural y relajado." 
“El antiguo pabellón fue remodelado por la estructura transgresora, a la cual Foster le ha dado vida...Una de las especies de mamíferos más enormes del mundo animal se ha beneficiado de la creatividad del arquitecto" 

Conociendo el estilo y la línea de trabajo que ha dado fama a este creador, tengo muy serias dificultades para encajar el término entorno natural y sus creaciones, más aún después de leer:

"Las estructuras están formadas de dos esqueletos en metal y laminas transparentes, para que los espectadores puedan observar con mucha facilidad los elefantes en el interior. Las líneas rectas predominan en la fachada como un elemento principal. En el medio de las cúpulas se sitúa una terraza donde se ubican los visitantes para observar a los elefantes."

 Nada, cuanto más rebusco, más me convenzo de que la impresión inicial era la correcta. Soy incapaz de regodearme en las sucesivas recreaciones tridimensionales desde todos los ángulos.Sólo me falta acudir a ver in situ cuanto se me debe estar escapando en vídeos, resúmenes y recreaciones  (¡Ya me gustaría, ya!). Pero hasta ese entonces, me mantengo en mis trece.

Dejo al criterio de quienes esto leen el compartir o no mi opinión, así que añado enlaces  que permitan ver lo que he visto:





Y ahora continuaré mi comentario, puesto que éste no pretendía ser un sitio sobre arte ni vida social, pero sí lo es sobre cuanto de un modo u otro rodea al mundo animal en el entorno humano.
Digo que Foster & partners no han hecho un gran trabajo porque  lo que se ofrece a mis ojos es una creación megalomaníaca en que el usuario final no ha sido el verdadero beneficiario.  Y me permito afirmar esto con todas las consecuencias.

No entraré a discutir los logros que desde el punto de vista eminentemente constructivo haya podido hacer este equipo. Sin duda no lo habrán hecho peor que en otros de los innumerables edificios que desde los años setenta vienen proyectando, esos que les han valido infinidad de premios y reconocimientos. Pero es que hablamos de elefantes señores, de un paquidermo cuyas necesidades vitales concretas no acabo de ver cubiertas en este suntuoso palacio de la era del silicio.

En cuanto vi las imágenes de las pretendidas lagunas de baño y las áreas para deambulación recordé  cuánto hincapié hicieron mis enseñantes ( cuando yo misma aprendía sobre estos menesteres) en las complicaciones que para un elefante suponían las pendientes y los desniveles y en cómo había que cuidar ese detalle a la hora de acomodarlos, recuerdo también varias anécdotas que me probaron la verdad de aquella información (Lord Foster no ha sido el único arquitecto al que se ha encomendado una instalación de zoológico, claro está).

Donde los espectadores que suben los vídeos a youtube ven un baño de elefantes,  yo  veo escasez o incomodidad, hasta siento agobio y debo pausar la filmación, donde el periodista se complace en el cuidado del medio y el acercamiento a la naturaleza yo sólo veo monotonía y pretensiones de grandeza, necesidad de apabullar.

Ni los suelos de caucho recubierto en los interiores, ni los pilotes  que impiden la aproximación a zonas de riesgo, ni la monumental cúpula que deja pasar los citados rayos de luz, pese a que se hayan reproducido sobre ella las hojas de cuatro especies arbóreas recreadas con ordenador, me han parecido el acomodo idóneo para el más numeroso grupo de elefantes asiáticos de Europa.

Discutiremos  en otro momento, si lo quieren, la conveniencia de zoológicos y animales cautivos. Personalmente, creo que hoy por hoy no son prescindibles, pero ¿Es necesario que sean como son?  Si pensamos en los fines que creo pudieran hacerlos justificables a algunos, evidentemente no. ¿Qué enseñan a fecha de hoy unas lujosas instalaciones de hormigón, vidrio y acero sobre la vida natural? ¿Es éticamente asumible que unas especies que, se argumenta,  se alojan en cautividad para el aprendizaje y la conservación se encuentren recogidas en un  edificio como ese? Nada que objetar a la profusión de fotografías, paneles informativos, filmaciones y elementos audiovisuales con que se complementa el recinto, pero como diría mi abuelo, para ese viaje no se necesitaban alforjas. Pues eso. Precisamente de la mano de mi abuelo pude ver el primer elefante en la vieja Casa de fieras de Madrid y esa imagen del animal tomando un cacahuete de mi mano abierta no me ha parecido más obsoleta ni más irrespetuosa que éstas del periódico.

No hemos aprendido nada.  Asumo que un recinto decimonónico necesitase actualizarse, en el colmo de la flexibilidad puedo aceptar que un país en el norte de Europa deba tener algún elefante vivo a la vista de los humanos a quienes se pretenda concienciar y enseñar (de esto puedo tratar otro día, insisto) pero ¿Es oportuno que el recinto para ACOMODARLOS (de  CÓMODO= (Del lat. commŏdus.Adj. Conveniente, oportuno, acomodado, fácil, proporcionado.) sea una oda a la creatividad arquitectónica más urbana? ¿Han pensado por unos instantes Foster, su equipo  y sus pretendidos clientes en que los verdaderos usuarios del recinto son estos paquidermos? Las imágenes me hacen entender que no y que, lamentablemente, no serán los únicos ni los últimos que deberán continuar satisfaciendo el ego de los humanos occidentales que, mientras tanto, nos permitiremos escandalizarnos por los modos de tenencia en sus países nativos o dar lecciones de animalismo concienciado a cuantos tengamos a mano.


lunes, 1 de julio de 2013

De dominancias, jerarquías y otras reflexiones

Tengo la impresión de que a veces el lenguaje, en lugar de comunicarnos, nos aleja  de la información,  porque sin saberlo, lo empleamos inapropiadamente . Un ejemplo sencillo es el uso de los términos dominancia y jerarquía y todos los planteamientos que de su comprensión derivan cuando tratamos de la tenencia de animales.

Jerarquía es gradación, ordenación en niveles. Nadie puede negar que exista orden en los grupos. Puede ser un orden duradero, cuasi permanente o un orden ocasional, surgido de una circunstancia y que puede modificarse en otro momento posterior. Muchos humanos imaginan que cualquier grupo animal dispone de una jerarquía precisa y duradera, pero esto no siempre es así, o en el mejor de los casos, no lo es en la forma en que el humano suele comprender hoy por hoy.

Dominancia es prevalencia, superioridad en la influencia de un individuo frente a otros y no necesariamente ha de ser por físico ni por violencia; esto último entraría más en el término dominación, que se parece mucho pero que no es lo mismo. Un individuo domina en un grupo cuando es su modelo, su patrón, existe incluso la dominancia genética, por ejemplo, que es  la manifestación en el fenotipo de ese rasgo frente a otro que no desaparece pero que  deja de apreciarse a simple vista.

Los humanos cuando poseemos materialmente otros seres vivos (Es decir, cuando somos sus propietarios legales) tendemos a confundirnos, a desear consciente o inconscientemente la dominación, el sometimiento del otro ser. Que sea una prolongación de aquella parte de nuestro yo que no podríamos ejercer si lo dejáramos conducirse a su manera. En esa línea, y entendido desde el punto de vista del humano, claro está, funcionan los métodos al uso. Haz esto para que tu perro (o tu conejo, o tu loro,o tu garrapata) haga aquello. Pero si nos limitamos a buscar la técnica para la dominación, cualquiera que sea el nombre usado, siempre estaremos en el disparadero, siempre en el riesgo de que el dominado se rebele o de que se trastorne hasta quedar inútil como objeto de manipulación ,y lo que es peor, como espécimen. Porque lo que generalmente sucede es o bien que esos rasgos que hemos intentado adecuar, tan solo se hayan enmascarado y se mantengan ocultos a nuestra primera impresión, pero pugnando contra el resultado que nos complacía o bien que su verdadera desaparición lleve aparejada una cadena de otros sucesos colaterales que interfieren en la conducta normal del ejemplar.

¿Cuántos especímenes deberá destruir cada propietario antes de asumir que el camino de la dominación no es el adecuado? Temo que todavía muchos, siempre demasiados.