martes, 15 de octubre de 2013

¿SOCIALIZAR O SOCIABILIZAR? (Para ir pensando)


   Como en bastantes otras cuestiones relacionadas con animales cautivos, y en especial con mascotas, me preocupa el inadecuado uso del lenguaje, no solo porque esté convencida de que nos conviene conocer nuestro idioma para entendernos y hacernos entender (que esto vale para cualquier otro campo profesional) sino porque denota una actitud de “todo vale” y en especial un “Todo vale si viene del extranjero” que resulta muy dañina.

   De no saber sobre casi nada posterior a Darwin- y aún éste mal conocido por la mayoría de nosotros- hemos pasado a leer, citar y “españolizar” términos ajenos con una ligereza preocupante. O al menos a mí me preocupa mucho por lo que implica.
   Del total de términos, supuestamente técnicos, españolizados y utilizados por mis colegas y afines en artículos, conferencias o cursos, más del 60% son inapropiados o innecesarios, porque existe una palabra nativa anterior, incluso más comprensible para la mayoría. ¿Por qué entonces no se utiliza? Básicamente por dos motivos, el primero porque estos comunicadores del saber desconocen su idioma y no tienen mayor empeño en mejorar su conocimiento de él, segundo, porque en realidad muchos de ellos no quieren realmente comunicar la información, sino exhibir que tiene acceso a un código que a la mayoría de los mortales no nos alcanza (Sí, si, como los tan denostados políticos. Por ahí van los tiros).
   Recuerdo un enriquecedor debate con mi inolvidable profesor de literatura, Don Leonardo Romero, en el que tratábamos sobre jergas y argots y donde precisamente llegábamos a esta conclusión, demasiados términos profesionales no buscan la comunicación real, sino la identificación y auto-reconocimiento entre los miembros del grupo.
   Pero lo más preocupante no es que los pretendidos especialistas de la “animalogía” (englobemos bajo esta licencia a todo profesional de la biología, veterinaria, psicología animal y otros  de cuantos hoy ofrecen sus servicios a mascotas) utilicemos un lenguaje específico, sino que además lo utilizamos mal y a destiempo. Hemos pasado a valorar más la forma que el contenido, a separar a uno de otro o a combinarlos haciendo que pierdan su significado, porque muchas veces ese significado importa un bledo. Hemos pasado de usadores a abusadores de la jerga pseudoprofesional.

   Hecha esta larga introducción, voy al objeto de mi nueva reflexión. La utilización indiscriminada de los términos socialización y sociabilización, referida especialmente a papagayos, pero que sirve  también a perros, conejos u otros animales mascota y que es un ejemplo de cuanto digo.
   Para arrancar os descubriré algo sorprendente- es un decir-estas dos palabras NO SIGNIFICAN LO MISMO  y no es la misma misión, ni tiene el mismo resultado, ni los mismos efectos, socializar que sociabilizar un animal criado entre humanos, pero el drama no es llamar a una cosa por otra, el problema está en hacer una cosa por otra pensando que es lo mismo.

   Los animales que solemos aceptar como mascotas, incluidos los exóticos, son  a menudo especies sociales, en sus hábitats de origen están asociados, viven en sociedades o en grupos más o menos organizados. Cuando criamos un ejemplar de alguna de estas especies en cautividad, además de conseguir que sobreviva, tenemos que hacerle partícipe  de una sociedad, socializarlo. Para ello deberá aprender los modos de relacionarse entre quienes forman su grupo, debe conocer los límites de la relación y de dicho grupo, lo que está bien aceptado y lo que implica rechazo o exclusión. Es un trabajo complejo e imprescindible para la vida dentro del conjunto. Además de ello, algunos especímenes son sociables, es decir,  están naturalmente inclinados a la relación con otros seres vivos y se complacen con ella. Esta característica individual  debe desarrollarla el propio ejemplar. A lo sumo, si decidiéramos hacer una crianza  con fines comerciales – lo que no es el motivo de mi reflexión de hoy- deberíamos favorecer la cualidad eligiendo parentales verdaderamente sociables y acomodando el ambiente, para que naciesen crías que, sintiéndose cómodas y relajadas, tuvieran propensión al trato, fueran también sociables.

   Hace décadas que hemos ido más allá. Unos consciente y otros inconscientemente, forzamos la sociabilización, o lo pretendemos. Hemos pasado de la cualidad natural a una manipulación de la mente para que nuestros animales nos brinden una apariencia de sociabilidad.  Puede sonar terrible, pero buena parte de los exóticos del mercado no son sociables, sino algo próximo a enfermos mentales. Con nuestro manejo, con nuestros modos de crianza y de tenencia generamos individuos deprivados, sobreestimulados, forzados en su infancia, estancados en esa etapa infantil,  que apenas saben hacer otra cosa que buscar al humano y dejarse hacer. ¿Pero es esto una verdadera sociabilidad? No solo no lo es, sino que con absurda frecuencia da lugar a individuos difícilmente sociales, es decir, la que debía ser una cualidad añadida acaba resultando un problema para su integración social.

   En los muchos años que llevo tratando con mascotas exóticas he tenido la fortuna de conocer  ejemplares sociables. Animales bien desarrollados mental y físicamente,-incluso otros con alguna tara- que disfrutaban realmente de relacionarse conmigo y con otros seres de su entorno, pero que no me necesitaban, en el sentido estricto del término. Tristemente y por el contrario, la enorme mayoría eran animales que no sabían y que no podían hacer otra cosa que dejarse estar entre humanos, pese a sus temores o a sus cautelas innatas, con todo el desajuste que esto supone para cada momento de sus vidas.

   Un individuo naturalmente sociable  y que ha sido socializado  en su etapa de emancipación y primer aprendizaje,  es un compañero ideal. Se complace en las ocasiones de trato, las disfruta y sabe desenvolverse en ellas, porque además de gustarle estar con otros, ha aprendido los códigos del grupo, repito, ha sido socializado. La mayoría de las mascotas que llegan a nuestras consultas no son así. Por el contrario, son animales que en el proceso de crianza han sido condicionados a para que admitan prácticas a capricho  y complacencia del humano. Se trata incluso de prácticas que difícilmente agradarían a un espécimen como él, si no se hubiese realizado tal forzamiento previo. Peor aún, insisto, prácticas que lo limitan socialmente.

   Pondré un ejemplo frecuente. Imaginemos uno de tantos jóvenes loros que son adquiridos antes de su completa emancipación, alguno incluso para que la familia termine de cebarlo en casa y que, pasados unos meses resulta gritón, vuela sobre nosotros cada vez que nos ve aparecer, se desespera por estar encima, pellizca cuando está en el brazo … No es un animal socializado. No ha adquirido las habilidades que necesita para vivir en esa sociedad familiar, porque su modo de pedir relación genera rechazo, porque no sabe solicitar en un modo correcto, ni sabe entender los gestos de los humanos con que convivirá, porque no respeta las actitudes de los demás miembros del grupo. A una negativa o a un intento de disuasión cortés responde con gritos o con picotazos, repite la acción rechazada, persiste en su reclamo hasta hacerse molesto, se desespera y manifiesta ansiedad... Sin embargo, en las primeras semanas hizo pensar que era muy sociable, porque “todo el tiempo quería estar con nosotros”. La realidad es que ese pollo no podía hacer otra cosa entonces, porque lo necesitaba físicamente para sobrevivir. Pero a los humanos les complacía ese supuesto cariño y nada hicieron para enseñarle las pautas de convivencia en el grupo social en el que iban a integrarlo. Unos por desconocimiento estricto, otros por desidia, otros más por puro egoísmo…

   En la mayoría de los casos el origen está en nosotros, los supuestos profesionales, los llamados a educar al público en sus demandas. Del mismo modo que lo hemos guiado para que reclame criados en cautividad y animales documentados y chequeados o para que seleccione tal o cual tipo de comida.Cualquier día de estos me entretendré en ir más allá, en hablar del puro hecho de tener mascotas con nosotros, pero la realidad hoy es que tales mascotas están en nuestras vidas y que no cabe la liberación extemporánea de cuantos animales mantenemos cautivos. Pero sí podemos y, creo que debemos,  empezar por un cambio de enfoque.

   Nos hemos habituado a estudiar la conducta de los animales en los laboratorios, en condiciones controladas por los humanos y a deducir de ellas lo que deberá ser. Los convertimos en objetos  de estudio, no los valoramos como sujetos  plenos. La realidad viene a imponerse después. Ni el entorno familiar es equivalente al laboratorio, ni tampoco al medio natural del que ellos o sus parentales proceden. Además, el animal no es tan solo el objeto que controlamos en el estudio X sobre el aspecto Y de la conducta. Todo el conjunto, los 360º del campo, son importantes en cada minuto de la vida de un ser vivo. Si excluimos un sector, equivocamos las conclusiones y al tratar de aplicarlas así, generamos sufrimiento y desajustes. No puede ser de otra forma.

   Casi con la misma frecuencia con que se pretende manipular la sociabilidad, se desdeña completar la socialización. Unas veces porque se ignora que sea necesario, se presupone que las reglas sociales son innatas a  todos los efectos o, a lo sumo, que se inducen por el hecho de hacer que el animal viva entre nosotros desde muy joven.
Otras veces se imagina que poner reglas al animal es menoscabar su identidad específica. Pero  el menoscabo comenzó en el momento de apartarlo de su medio. Ahora debemos o bien devolverlo a él o, de no ser esto posible -como no lo es en la mayoría de casos- preservar su integridad y la máxima calidad de vida en las nuevas condiciones.
Y un animal que no conoce reglas, no comprende su entorno, no sabe cómo conducirse en él, no sabe lo que éste le depara. No puede llevar una vida de calidad, porque estará inseguro, porque sus relaciones con el grupo serán confusas.
“Yo no voy a ponerle reglas al pobre animal, dejo que sea libre” esto, que suena tan idealista, es una irresponsabilidad tan grande como el extremo opuesto. Diré una gran perogrullada, pero parece que a muchos se les escapa: No puede haber libertad en la cautividad  ¿Cómo que a mí no me gusta encerrarlo? Nuestras casas, nuestras fincas, son jaulas -grandes quizá, pero jaulas- son límites definidos por nosotros humanos. Es mentira que su loro pueda ir donde quiera y ni siquiera es bueno que pueda hacerlo, porque el espacio humanizado tiene peligros y riesgos que el animal desconoce y respecto a los que hay que guiarlo, como lo hubieran guiado sus padres en la vida natural.

   Paradójicamente, muchos de los trabajos que desarrollamos con nuestras mascotas están creando reglas y haciendo que éstas sean interiorizadas hasta repentizarlas, pero no las capacitan para su vida social.
Para vivir entre humanos toca aprender reglas y entenderse mínimamente con ellos, pero la mayoría de nosotros no tenemos en mente facultar al ave para un mejor desenvolvimiento, sino adiestrarlo para nuestro disfrute. Así sucede que manejamos horarios y tiempos a nuestro antojo, que empezamos a adiestrar acciones poco menos que gratuitas en etapas en las que debería estar aprendiendo pautas de relación. Encuentro muy frecuentemente aves que saben hacer acrobacias o cantar una canción, pero a los que es poco menos que imposible recoger en su transportín o revisar  sin un escándalo de gritos, picotazos y estrés. No considero que esos ejemplares hayan sido preparados para vivir entre humanos. Muchos de esos mismos ejemplares, desarrollan conductas de cortejo con sus propietarios y son incapaces de aceptar a un congénere, es decir, tampoco están capacitados para vivir entre loros. Así pues ¿Podemos considerarlos socializados? ¿Y sociabilizados? ¿Disfruta de la relación un papagayo cuyo objetivo final sería hacer nido y copular con su propietario y al que éste rechaza o reprime por ello? Yo entiendo que no.

   ¿Es posible enseñar esos códigos de conducta sin destruir su condición de espécimen? Estoy convencida de que sí, si cada paso se da en el momento preciso, en la dirección oportuna y con conocimiento de conjunto, sabiendo de dónde partimos, a dónde pretendemos llegar y cuáles son las consecuencias del sistema utilizado.
 Mi conclusión es que se hace necesario socializar a los animales sociales de que nos hacemos cargo y entiendo que, además, se impondría una doble socialización, es decir, sociales en cuanto a su especie, conocedores de sus reglas  naturales- que debería aprender de sus congéneres- y también sociales en cuanto a la cautividad, es decir, conocedores de cómo se establecen las relaciones con el resto de seres vivos que habitan en el hogar, normas en que estaríamos obligados a guiarles los humanos.


   Pero se impone además que dediquemos nuestros esfuerzos a un respeto real en el ejercicio de nuestra labor: se impone que aprendamos, asumamos y transmitamos que no todos los ejemplares de una especie social son igualmente sociables y que intervenir con técnicas de condicionamiento sobre esa sociabilidad es una manipulación éticamente intolerable para quien dice amar la naturaleza. Y esto implica muchos cambios de sistemas, de plazos, de actitudes, muchos cambios de enfoque que empiezan a ser urgentes si no queremos que esa extinción de especies empiece precisamente por nuestras casas, por la fabricación de individuos que nunca serán aquellos que fascinaron a nuestros antepasados y que aún pueden fascinarnos a nosotros.

martes, 1 de octubre de 2013

LA VARA DE MEDIR

Un perro cabalga calle adelante disfrazado de Bob Marley  o más bien de un remedo grotesco. Una camisa envolviéndole el lomo, gafas de sol sobre el hocico y un pelucón de rastas bajo una gorra con los colores del arco iris. Bajo la imagen, decenas de comentarios risueños o complacientes entre los que abundan los de personas que acaban de denostar públicamente los zoológicos o que  comparten anuncios de adopción de gatos, conejos, hurones u otros animales abandonados.

La vara de medir el animalismo puede ser así de confusa, así de incoherente. Es posible encontrar a tantas personas convencidas de su amor por los animales como personas capaces de tratar irrespetuosamente un animal sin ser conscientes de ello. Este es uno de los mayores problemas de una actitud que batalla a menudo por causas  justas, pero donde la superficialidad acaba arruinando demasiadas veces los resultados.

Después de todo ¿Qué es el respeto? El diccionario lo define como veneración, acatamiento, consideración, miramiento, deferencia… La inmensa mayoría de los que se dicen  animalistas entienden que están aplicando todo eso y mucho más cuando se relacionan con los animales, pero ¿De verdad es considerado burlar o deteriorar la identidad de un ser vivo como espécimen? ¿De verdad hay deferencia en hacer que un animal se supedite a nuestras necesidades más peregrinas?

No es inususal que alguien que ha denostado a un comedor de filetes pueda  vestir a su cacatúa con un disfraz de Halloween o se retuerza de la risa viendo en un vídeo de youtube cómo un chimpancé monta en un triciclo ¿Cuál es el rasero por el que una necesidad tan inmediata y evidente como comer deviene en maltrato y el uso de un animal como objeto de mofa no lo es?

Podemos convenir en que hay grados y grados, pero si una cosa está clara es que de todas las posibles necesidades humanas que se cubren usando a los animales,  la humanización de sus vidas es la más prescindible.Ahora bien, la mayoría de nosotros, que afirmamos amarlos, hacemos un uso egoísta de ellos, a veces incluso para afirmarnos frente a otros animalistas como más y mejores porque sustentamos tal o cual práctica.

Perdonenme ustedes la tontería, pero entre el niño suburbial que se come con fruicción el bocadillo de chopped y la señorita Hilton o sus amigas comprándole collares de diamantes a su caniche, me quedo con el primero. Y si tengo que apalear a un paisano para demostrar mis convicciones, pues va a ser que no, me disculparán la deserción. 

No sería mala cosa que de vez en cuando, entre fotito de denuncia y manifestación X hiciéramos una autoevaluación concienzuda. Incluso sería todo un detalle de auténtico respeto y defensa de valores el que empezáramos a ejercitar el sentido común y el respeto, sí, por ese animal tan maltratado por nosotros mismos que es el ser humano. Sólo de esa forma seremos capaces de hacer nuestras causas más creíbles, nuestras batallas más eficaces, nuestros resultados más duraderos.