martes, 1 de octubre de 2013

LA VARA DE MEDIR

Un perro cabalga calle adelante disfrazado de Bob Marley  o más bien de un remedo grotesco. Una camisa envolviéndole el lomo, gafas de sol sobre el hocico y un pelucón de rastas bajo una gorra con los colores del arco iris. Bajo la imagen, decenas de comentarios risueños o complacientes entre los que abundan los de personas que acaban de denostar públicamente los zoológicos o que  comparten anuncios de adopción de gatos, conejos, hurones u otros animales abandonados.

La vara de medir el animalismo puede ser así de confusa, así de incoherente. Es posible encontrar a tantas personas convencidas de su amor por los animales como personas capaces de tratar irrespetuosamente un animal sin ser conscientes de ello. Este es uno de los mayores problemas de una actitud que batalla a menudo por causas  justas, pero donde la superficialidad acaba arruinando demasiadas veces los resultados.

Después de todo ¿Qué es el respeto? El diccionario lo define como veneración, acatamiento, consideración, miramiento, deferencia… La inmensa mayoría de los que se dicen  animalistas entienden que están aplicando todo eso y mucho más cuando se relacionan con los animales, pero ¿De verdad es considerado burlar o deteriorar la identidad de un ser vivo como espécimen? ¿De verdad hay deferencia en hacer que un animal se supedite a nuestras necesidades más peregrinas?

No es inususal que alguien que ha denostado a un comedor de filetes pueda  vestir a su cacatúa con un disfraz de Halloween o se retuerza de la risa viendo en un vídeo de youtube cómo un chimpancé monta en un triciclo ¿Cuál es el rasero por el que una necesidad tan inmediata y evidente como comer deviene en maltrato y el uso de un animal como objeto de mofa no lo es?

Podemos convenir en que hay grados y grados, pero si una cosa está clara es que de todas las posibles necesidades humanas que se cubren usando a los animales,  la humanización de sus vidas es la más prescindible.Ahora bien, la mayoría de nosotros, que afirmamos amarlos, hacemos un uso egoísta de ellos, a veces incluso para afirmarnos frente a otros animalistas como más y mejores porque sustentamos tal o cual práctica.

Perdonenme ustedes la tontería, pero entre el niño suburbial que se come con fruicción el bocadillo de chopped y la señorita Hilton o sus amigas comprándole collares de diamantes a su caniche, me quedo con el primero. Y si tengo que apalear a un paisano para demostrar mis convicciones, pues va a ser que no, me disculparán la deserción. 

No sería mala cosa que de vez en cuando, entre fotito de denuncia y manifestación X hiciéramos una autoevaluación concienzuda. Incluso sería todo un detalle de auténtico respeto y defensa de valores el que empezáramos a ejercitar el sentido común y el respeto, sí, por ese animal tan maltratado por nosotros mismos que es el ser humano. Sólo de esa forma seremos capaces de hacer nuestras causas más creíbles, nuestras batallas más eficaces, nuestros resultados más duraderos.

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