Si una tercera parte o menos de la empatía que decimos tener
para con los animales fuéramos capaces de tenerla con los seres humanos, este
mundo sería más habitable.
Pero la realidad es que debemos ir todavía un paso más allá
en la reflexión. La tal empatía no es cierta, porque en realidad, nuestras
conductas y nuestras reflexiones son resultado de la digestión de cuanto
percibimos, sí, pero también de cuanto percibieron, digirieron y nos cocinaron otros.
Como muchos sabéis, digerir no es lo mismo que asimilar, así
pues, por cada buena digestión, por cada asimilación completa, hay otras varias
que no lo son y que nos alcanzan igualmente. Al final, no somos sino elaboradores
de una conducta que creemos que se ajusta a nuestras digestiones. Un lío.
Por eso no es infrecuente que nos encontremos a dos personas
igualmente convencidas de su verdad y de su bondad ante la fauna desarrollando
conductas tremendamente antagónicas, cuando no directamente contradictorias
consigo mismas, un poco de bicarbonato intelectual se hace imprescindible.
Yo por mi parte suelo masticar bastante, le doy muchas
vueltas y desmenuzo mucho las piezas, procuro huir de salsas y aderezos
impuestos, pero por encima de todo, suelo rechazar los precocinados, por
fascinantes que parezcan las etiquetas. Suelo complacerme en banquetes
colectivos en buena camaradería y al aire libre, donde lo importante sea
compartir las viandas y no ganar el concurso del master-chef.
Por todo esto que digo y por otras cosas, pese a tantos años
de profesión, sigue encantándome acudir a encuentros y escuchar a colegas, aprender
las nuevas recetas para luego olvidarlas todas, incluidas las mías, delante de
unos ojos que no son capaces de mirarme de frente o de un pico que sigue
explorándome con cautela veinte años después.
Y de la misma forma, trato de disponerme ante el humano que
se atreve a encararme, intento ver aquel
viejo primate que se oculta bajo todos los adobos que sus recetas y las mías
nos han puesto encima, pero me cuesta, a mí también me cuesta, llevo ya muchas
indigestiones vividas, demasiados empachos no resueltos. ¡Ay!