viernes, 11 de septiembre de 2015

Despedirme



Sé que escribirlo no la traerá de vuelta y que seguramente muchos de cuantos han debido despedirse de un camarada podrían escribir poemas más correctos, pero al volver a casa del último viaje largo, de pronto, al abrir la puerta, me asaltó como un hachazo la certeza de que no se abalanzaría sobre mí y mis maletas con riesgo de tirarnos al suelo una vez más y tuve que escribirlo. La soledad es mucho más cierta hoy y aunque resulte ñoño, necesito contarla.

Bajo la sombra gris de dos olivos
 hay un perro que duerme.
Una siesta sin fin, libre y serena
abraza su cabeza sosegada
donde el viento se para
y  las chicharras guardan el ocaso.
Mi voz no toca el filo de sus orejas altas,
la cola negra densa
no bate en el galope de las ancas
porque regreso.
Mi perra ya del aire,
del agua y las arcillas,
duerme un sueño de hierba sin aristas
donde acuna la tarde sus raíces.

Más sola yo, más torpe y más gastada,
más sin su tibio amparo en  los tobillos
cuando el invierno alcanza.
Más vacía.
Y ella duerme.
Por fin sin dueño vuela
su corazón de perro
por las espigas altas
y a la sombra brutal de dos olivos,
me quedo sola.
Duerme
Bleda.