domingo, 5 de julio de 2015

¡Vaya piezas!

Llevo un par de días leyendo comentarios sobre el programa “¡Vaya fauna!”.  Los minutos vistos me decidieron a sumarme a la petición de retirada y también he intentado explicar en las redes mi criterio. Al final, por sugerencia de una amiga,  sucumbo a la primera intención, extenderme para explicar porqué no quiero esos programas pero tampoco comparto los vídeos de algunos personajes mediáticos que se pronuncian sobre ellos.

Sin duda tengo mi ego -prueba de él es este blog con todas sus entradas- pero quiero pensar que no me engaño contribuyendo a que alguien entienda mejor el asunto. Empecé trabajando con animales capturados de naturaleza, desconociendo la mayoría de las cosas que hoy sé, he hecho espectáculos y he criado, de modo que no estoy en disposición de juzgar a quien yerra por desconocimiento, sí repruebo a quien, sabiendo, no hace por cambiar las cosas y a quienes, pudiendo informarse, se dejan ir por la fácil senda del "siempre ha sido así"o por la no menos peligrosa del ataque extemporáneo

Empezaré por lo obvio, la presencia de animales no domésticos que llevó a que algunos se enfocaran  al martirio que se les procura para hacerlos dóciles. Circula y se comparte masivamente un vídeo en que un conocido presentador –Frank Cuesta- se dirige al conductor del programa ofreciéndole y comentando filmaciones de la que, según él, es la forma de trabajar con estos animales. Sobre enfoque parecido redunda FAADA-Aunque su reflexión es más completa- La realidad es que muchos ejemplares de cuantos hoy pueden verse no son entrenados así. Generalizar diciendo que “hay que romperles el alma”, con lo impactante que eso suena, es rotundo, pero también se puede desmontar con rotundidad, porque cada vez sucede menos en esa forma y acabaríamos quedándonos con la idea de que son todo exageraciones de tres iluminados sin conocimiento. De hecho, otro afamado animalero mediático- Un tal Nacho Sierra- ha replicado a las campañas tildándolas de ignorantes y colgándose a sí mismo la medalla de informador. Pues, ya estamos todos ¿no? Se monta el espectáculo en la segunda pista y, sea por visión directa o por reediciones, el programita lo peta.

A mí me gustaría que llegáramos más allá. Suscitado el debate ¿Por qué no aprovechar para poner un poco más de luz en el asunto? ¿Qué es moralmente aceptable y qué no lo es? Resulta que  a casi todo el mundo al que he podido leer le parece salvable el caso de un  perro, antes maltratado, que ahora monta en patinete. Alguno de los opinadores deja en el aire incluso, que con perros y gatos la cosa no es para tanto. Creo que seguimos sin entender nada.

Diré que sólo he visto las fotos pero, hasta donde yo conozco a los perros, ninguno utiliza ese medio de desplazamiento motu propio. Si además lo hacen en un espacio extraño, ante decenas de desconocidos va a ser, como poco, a cambio de una recompensa (lo que se insiste en llamar “en positivo”, aprovechando la confusión del adjetivo, que vale igual para bueno que para creciente). Creeré que ese mestizo ha salido de una situación peor, pero nadie va a convencerme de que, para crear conciencia de buen trato haya que convertirlo en artista circense.

El entrenamiento en positivo, contado a grandes rasgos,  consiste en recompensar al sujeto por desarrollar una acción que deseamos, ni más ni menos. A un animal no doméstico puede enseñársele sin brutalidad a dejarse revisar por el veterinario, a acercarse a un punto de control en una reserva o en un zoológico, a tolerar la relación con humanos y a veces hasta a gustar de ella. En ocasiones incluso lo enseñamos inconscientemente, es así como aprenden osos,  mapaches o jabalíes a aproximarse a las poblaciones: Obtienen algo a cambio y comprueban que el humano es menos temible de lo imaginado.

Si usamos ese conocimiento, lo transformamos en técnicas y ofrecemos la recompensa para consolidar una conducta que el animal no necesita y solo con el fin de divertirnos ¿Hacemos bien? Me pueden contar que eso no es comparable a las imágenes del vídeo antes citado y yo tendré que admitirlo, pero he visto demasiados animales malogrados por un uso inoportuno de técnicas de refuerzo.  Y pensando en esto me viene a la cabeza uno de los animales que sí vi, un agapornis al que la dueña atribuía tres meses y al que iba ofreciendo casi compulsivamente bocaditos de su “refuerzo positivo” (tuve mis dudas sobre la edad, que de ser cierta añadiría otro daño más, del que he hablado otras veces en  este blog). Premiar con alimento, con un alimento “adictivo y manejable” es un modo de reforzar. Cuando se desconocen los límites, las cantidades, cuando al adiestrador le puede su propia incompetencia, las ganas de agradar a terceros u otros varios defectos muy frecuentes entre nosotros humanos, el resultado a medio plazo son lipidosis y daños hepáticos, pancreatitis, obesidades, trastornos conductuales… ¿No es eso maltrato aunque sea por desconocimiento? Por otra parte, quien recompensa puede conocer muy bien el metabolismo del animal y los modos de aplicar lo que-repito-no es sino una estilización técnica del aprendizaje natural, para enseñar y guiar al animal en un medio que no es aquel para el que originalmente estaba preparado.

Dejando para otra entrada la reflexión sobre si debe o no tenerse un animal en ese medio ajeno y asumiendo que a día de hoy existen muchísimos ejemplares en entorno humano, posiblemente debamos asumir también que alguien debe hacerles de guía, proporcionarles unas destrezas mínimas para su buen desenvolvimiento. La técnica usada para ello puede tener la misma base psicológica que la de los espectáculos, porque  no es la técnica, sino el objetivo final,  quien determinará lo bueno, malo o regular que sea ese uso. Desde mi punto de vista, cuando al animal no le sirve, el objetivo es malo, por inocuo que el sistema aparente.

Algunos hablan del disfrute del animal, esa es una línea peligrosa, porque decir solo que si el animal disfruta el sistema es válido, vuelve a llevarnos al terreno de la manipulación ¿Conocemos algún perro que no disfrute comiendo? ¿Existe algún cachorro o pollo improntado que no muestre placer en la presencia de su cuidador?
Como he dicho antes, hoy  es menos común capturar y martirizar a golpes los animales que vemos en películas o en espectáculos, lo que se hace es criarlos desde recién nacidos en cautividad y aprovechar lo que se ha denominado impronta –imprinting- para que ese animal se sienta prácticamente entre iguales cuando está con humanos. A partir de ello, es más sencillo que  siga las pautas, que vaya admitiendo los trabajos y que se consigan de él muchos ejercicios vistosos para el público que, si le mostráramos el proceso, no se inquietaría alarmado por brutalidades o malos gestos. (Hagamos aquí excepción de algunos descerebrados que son violentos incluso en la crianza a mano y que, por suerte, no son el patrón común).

Es en esta línea donde podemos tener mucho más difícil delimitar lo que está bien o mal, porque entramos en sutilezas. Excluyendo el hecho de la cautividad, que da para otro hilo, un animal criado entre humanos también puede estar bien o mal tratado. Volvemos a la técnica y el objetivo. Muchos que crían a mano desean no solo la confianza del animal, sino su dependencia. Así las cosas, interrumpirán el proceso de desarrollo mental impidiendo que el animal madure plenamente, que se emancipe. Y en esa condición de dependencia e infantilismo ¿La aparente alegría del animal es indicio de buen trato? ¿No estaremos ante el adicto que se complace al acceder a su droga? No seré yo quien llame a esto felicidad. El trabajo debería completarse para asegurar la autonomía del animal, que nos conozca, que no nos tema, pero que pueda desenvolverse plenamente sin nosotros como un animal madura y se desenvuelve sin sus padres, aunque de ser especie gregaria, seguirá buscando la compañía de su grupo, identificándose como parte de él. Es en la etapa de aprendizaje social donde pueden enseñársele rituales que puedan servirle en un medio humanizado y que no necesita en estado silvestre. Para esa enseñanza, muy probablemente, recurriremos a los refuerzos, aunque a veces no seamos conscientes de tal cosa.


Hablaré ahora  de otra cuestión que acaso resulte más incómoda, pero que creo honesto mencionar. Había otro perro que, al parecer, había sido preparado por una asociación de ayuda a personas discapacitadas, éste suscitó todos los apoyos. Lo que yo vi fue un perro ejercitando saltos y cabriolas tan dudables como las demás, eso sí, en manos de un muchacho que tenía alguna dificultad. No puedo por menos que sorprenderme de ese apoyo sin fisuras. Ni quito valor al ejecutante y a su perro, ni pongo en duda el posible buen hacer de la asociación-a la que no conozco y cuyo nombre, como creo que le sucedió a muchos espectadores, no recuerdo- No se trata de eso. Se trata de cómo una distracción sencilla vuelve a hacernos perder camino. ¿Si las tonterías se hacen en aras de autoafirmar a un enfermo o a un distinto, son buenas?¿Es bueno usar a un animal para que un niño o un anciano se diviertan, cualquiera que sea la forma de diversión? Vuelvo al asunto, ese muchacho, jugando con su perro en un prado ¿No habrían servido para difundir la-supongo- loable tarea de los monitores sin introducir otros aspectos dudosos? Porque lo que yo escuchaba a ese muchacho es lo que le escucho a los concursantes de cualquier "Talent show", que van a "darlo todo". Es decir, integramos precisamente haciendo partícipe de aquello que decimos que no debe hacerse. ¿No es paradójico?

Muchas entidades, unas más desinteresadas que otras, proponen ahora el uso terapéutico de los animales. Reparemos en la palabra USO. ¿No estamos volviendo a colocarnos en un estatus de superioridad según el cual, si es para el bien humano es lícito cosificar a otro ser vivo? Antes de que empecéis a insultarme, me permito repetir lo antedicho, dependerá del cómo, del porqué, del hasta donde. Un perro nacido en un entorno respetuoso, dejado a su madre hasta el destete y la socialización con congéneres,  al que luego se le presentan unas conductas no lesivas para su físico ni para su condición de perro, puede ser no solo un excelente camarada, sino un terapeuta brillante para un humano. ¿Cómo podría yo tener algo en contra? Pero si lo que voy a enseñar es justo aquello que repruebo en otros, si voy a hacer que prevalezcan los USOS, sobre la camaradería, la convivencia y el mutuo disfrute en equilibrio, esa actividad será  tan detestable como cualquier otra de las denunciadas y -lo digo con tristeza- no siempre suceden los procesos como he descrito. En la lista de damnificados me vienen al recuerdo  perros, loros, caballos, delfines, conejos y varias otras especies.

Me repugnó lo que ví en ¡Vaya fauna! pero temo que ese tipo de programas encuentran su camino porque todavía nosotros mismos, los que conocemos por dentro estos mundos, estamos demasiado pendientes de anotarnos tantos, porque seguimos apoyando vídeos que antropomorfizan a los animales para ponerlos en valor (perros niñera, elefantes rescatadores, gatos cocineros, loros que bailan el rock) y porque, aunque nos pese, la gran mayoría seguimos entendiéndonos como ese rey de la creación que nos contaron en la escuela, en lugar de entender de una repajolera vez que solo somos una minúscula pieza de un enorme y fascinante rompecabezas. ¡Nada menos que una minúscula pieza! Nada más.