De todas las utilizaciones que el ser humano hace de otros seres vivos, la que nos diferencia de los demás es precisamente el uso emocional; en el caso de las plantas, la jardinería.
Los árboles son seres vivos. Llevan en este planeta muchos más
siglos que nosotros. Durante este tiempo, sus organismos evolucionaron para
adaptarse a las condiciones del hábitat . Entonces llegó el hombre, descubrió
que podía servirse de ellos para sus sustento, para su cobijo,o para mantenerse
caliente... Durante siglos convivió con ellos en una relación de aceptable
equilibrio.
Un buen día
comenzamos a servirnos de ellos también para deleite estético . Sus formas,
su floración, los cambios de su follaje, en resumen SU CONDICIÓN DE VIVOS
permitía que un mismo elemento fuera ofreciéndonos emociones durante todas las
estaciones del año y durante muchos años. Después, con el progreso de los
viajes científicos, el hallazgo, traslado y aclimatación de especies de unas
tierras a otras fueron descubriéndonos que los árboles eran un modo de
traer a la puerta de casa aquello que deseábamos.
Los humanos
aprendimos también que podíamos intervenir en la vida del árbol en otros
modos. Además del lugar en que iba a asentarse -elegido por nosotros- podíamos
guiar su desarrollo mediante las podas.
Lo que ha sucedido
después es puro reflejo del humano occidental, con sus creencias y modos de ver
el mundo. De la que era una relación de coexistencia pacífica, hemos pasado a
un abuso extremo, a manejar los árboles como objetos inanimados dispuestos
exclusivamente para nuestro placer y conveniencia y hemos olvidado las reglas
naturales de las que aprendimos. No hablaré aquí de bosques y arboledas
naturales, sino precisamente de jardinería y árboles llamados ornamentales.
En lo relativo a
su salud, un árbol no necesita ser podado casi nunca. Cuando está en su
hábitat, la naturaleza va actuando mediante vientos, tormentas y pequeñas
fracturas que la propia planta cicatriza y regenera. Incluso aquellas especies
sometidas a la presión del ramoneo o el corte por parte de la fauna, se
benefician de ellos. Es nuestra acción, trasladando especies de unos entornos a
otros la que comienza el desastre.
Pese a los muchos
años que el estudio botánico y agronómico lleva practicándose, parece que
cuando un humano occidental accede a un cargo con responsabilidades
arborícolas, olvida de pronto las bases y actúa u ordena a sus operarios que
actúen como desconociendo los más elementales fundamentos. Si recuerdo a
mis profesores, nada de cuanto me contaron sobre yemas adventicias y latentes,
dominancia apical, repeto por la continuidad de cambium... parece ponerse en
uso en nuestros parques y jardines.
Tratamos o dejamos
que traten a nuestros árboles como objetos arquitectónicos artificiales. Se
eligen poco menos que por coste de transporte, se ubican por razones de
resultados políticos, se podan o interrumpen podas por motivos parecidos y en
todo ello, no le pedimos opinión al sujeto árbol, que tiene mucho que decir y
que acaba diciéndolo a costa de vidas y dineros.
Un árbol tiene
unos rasgos determinados por causa de esa evolución secular que he mencionado.
Desde el tronco, con su estructura en anillos cilíndricos hasta las hojas
oscuras o claras, caducas, coriáceas, pubescentes... Todo ha ido preparándose
para determinado modo de vida, pero lo ignoramos y traemos a nuestras calles
especímenes oriundos de altas montañas o de pantanos, o de las orillas de una
costa tropical. Si usáramos nuestro conocimiento y nuestro respeto,
procuraríamos que nuestros invitados extrañasen lo menos posible su origen,
ordenaríamos su cuidado en función a su naturaleza, pero por contra pretendemos
doblegarlos, que sean ellos quienes se acomoden a nuestro deseo. No me apetece
tu copa aparasolada, quiero que seas piramidal. No quiero que seas alto, quiero
que tu copa tenga forma de bola y además me estorba tu hojarasca de otoño, no quiero
que asomes tus raíces por esta acera o no me van bien ahora que quiero poner
aquí otra estructura...Y corte va, corte viene. Podamos.
Pero cada corte
genera una reacción en el árbol, responde a ella. La naturaleza lo hizo así y
está vivo, así que, amén de intentar cicatrizar la lesión, va a procurar
restablecer su propio equilibrio. Cuando cortamos sin tener en cuenta sus
reglas, estimulamos la brotación de yemas adventicias o latentes-las que la
naturaleza dispuso para emergencias- sucede entonces que aparecen esas ramillas
bajas, inoportunas, esos ramilletes que obligarán a ordenar nuevas podas la
temporada próxima.
La estructura
completa del árbol ha ido desarrollándose para maximizar su resistencia a los
elementos, la zona radicular y la zona aérea se complementan, la distribución
del ramaje, el modo en que sale del tronco y se orienta en el espacio al crecer, no son casuales. Cada especie, dependiendo de su origen, tiene las suyas
propias-Tampoco es casual que algunas de las estructuras que se proyectan en
ingeniería y arquitectura los tomen como ejemplo, ni lo es tampoco que algunas
reglas y teoremas lleven su nombre- Por esto, cuando elegimos cortar, debemos
considerar el conjunto total, aunque la intervención nos interese a nosotros
por un único motivo.
Además de
cicatrizar la herida, el árbol debe continuar nutriéndose en función a la edad
y dimensiones que había alcanzado antes de nuestra agresión, así que a veces
suceden esas brotaciones de emergencia-hojas más grandes intentando mantener la
misma superficie foliar en menos ramas, por ejemplo- que hacen creer a los
ilusos en un mayor vigor. El árbol está pidiendo socorro, como el pez boquea
fuera del agua -Le faltan condiciones para hacer la fotosíntesis esa que
estudiábamos en la escuela- y unos por desconocimiento, otros por intereses
ajenos, no lo escuchamos, no queremos verlo.
Cuando el árbol
está recién podado, está convaleciente de una cirugía, de una amputación, pero
no lo consideramos así. Además de descuidar las heridas, seguimos sometiéndolo
a nuevos atropellos. Un buen día, por razones X-que pocas veces tienen que ver
con el árbol- alguien con capacidad para ello decide dejar de podar, o espaciar
aleatoriamente las podas, o cambiar el método o las fechas de intervención y empiezan
a suceder cosas. Ramas enormes que se descuelgan sobre las gentes en los
paseos, ataques furibundos de plagas que llevan a alguna especie al borde de la
desaparición.
A la memoria me
viene la dichosa grafiosis de los olmos ¿Es que el insecto vector y el hongo
aparecieron mágicamente en nuestros jardines? No, estaban en equilibrio, destruían algún
ejemplar, enfermaban a otro... pero llegamos los humanos con nuestras rápidas y
eficaces motosierras, nuestras hachas, nuestros programas exhaustivos y dimos
velocidad de meses a procesos que antes tardaban décadas y daban opción a
muchos árboles a recuperarse. ¿Aprendimos de aquello? Pues a medias, dejamos de
plantar olmos -un árbol de siempre- y empezamos a usar otros importados que, para colmo, no siempre se adecuaban a nuestras necesidades de ornato callejero, es
decir, necesitaban ser recortados para caber en nuestras calles, plazas y
alcorques...
Lo preocupante de
esto, para quienes no sea suficiente preocupación el hecho del maltrato, la tortura
y el abuso innecesarios sobre otro ser vivo, es que cada una de esas acciones
incorrectas nos cuesta dinero, dineros del erario público que podrían ser
ahorrados o utilizados en modo más eficiente. Las podas innecesarias acortan la
vida de los árboles obligando a gastos de reposición más frecuentes, generan
nuevos problemas como la progresión de enfermedades, generan gastos para
tratamientos fitosanitarios y varias decenas de cosas más.
El sector del medio ambiente, las
concejalías, consejerías, ministerios, suelen ser considerados como asuntos
secundarios en el conjunto de la gestión pública. Es frecuente que se asignen
por amiguismo o por simple descarte. Las
cosas así quedan en manos de los técnicos municipales, pero éstos, claro está,
tienen que plegarse y ceder terreno en cuanto a presupuestos a casi cualquier
otra área de gobierno. Por si fuera poco, en los ayuntamientos más pequeños ni siquiera
hay técnicos específicos, todo lo más, pueden preguntar al tío X que siempre ha
podado las olivas de sus paisanos con destreza-Claro que los arces, las
catalpas, las sóforas o los abedules , por decir solo algunos, no son olivos,
pero “de toda la vida de dios se ha hecho así”- Los olivos resisten porque son
olivos, tampoco diremos que les encantan los martirios, pero son de aquí y están
mejor preparados para aguantar. Sucede acaso que el concejal de turno pide un corte para ganarse a los vecinos de tal zona, a cuyas ventanas les llegan ya las ramas u ordena una plantación en un parque fuera de temporada y eludiendo criterios botánicos porque llegan las elecciones...
Es asunto sería tan sencillo como seleccionar considerando no solo
el precio que me hace el vivero, sino qué y para qué lo quiero y dónde voy a
ponerlo. Hay miles de especies y un ingente número de ellas ya están en los
catálogos comerciales. Las hay altas, bajas, medianas, de copa abierta,
ahusada, casi esférica, con flor vistosa, sin ella, para zonas secas, para
umbrías, para calor, para heladas, de hoja clara, oscura, variegada, caduca y
perenne...¿Cómo puede ocurrir que tengamos que poner lo primero que se le
ocurre a un propio y reducir su vida a menos de un tercio de las posibilidades
o arrancarlo en año y medio para poner otra cosa? Sencillito, porque de ahí, como de todo lo demás, hay quien obtiene
ventajas y no son ni los árboles ni la mayoría de los que pagamos su presencia
en nuestros barrios.
Nuestros árboles también requieren respeto y buen trato. No son tan efectistas en las fotos, ni pueden moverse de casa en casa buscando adopción, pero igual toca replantearse bastantes cosas de aquí en adelante, al menos nosotros, que nos hacemos a diario el cartelito de amantes y defensores de la vida.